LA NACIÓN FRANCESA Y SUS IRRECONCILIABLES COMPONENTES SOCIALES

14 de febrero de 2023

Varios lectores de esta columna semanal, que figuran entre aquellos que tratan de encontrar el norte en la baraúnda que se observa en la televisión y en la prensa escrita, me han interrogado respecto a las manifestaciones y las huelgas reportadas desde aquí en las últimas semanas. Me refiero a varios paros puntuales y desfiles que han tenido lugar en Francia desde comienzos del año. Están lejos de haber concluido. Tratar de desmenuzar el intríngulis de la candente actualidad francesa, centrada alrededor de la promulgación de nuevas reglas para las jubilaciones queridas por el presidente Emmanuel Macron, merecería varias cuartillas y una capacidad de comprensión del tejido sindical y obrero francés de la cual carezco. Vale mejor comenzar por confesar mis limitaciones que son las de un inmigrante llegado desde Cuba con 39 años de edad y sin cotización alguna para lo que un día vendría, mi propio retiro laboral. Dicho esto, vayan aquí, no obstante, algunas pistas que introduzco remitiéndome a lo que ha filtrado de un expediente que hoy está sobre la mesa de todos los factores que protagonizan la vida pública.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial el Partido Comunista Francés (PCF) era sobradamente la primera formación política en el país. No gobernaron, pero quienes en su momento condujeron el país con la responsabilidad de reconstruirlo, tuvieron que contar con ellos dándoles varios ministerios de conformidad con una lógica democrática. Entre ellos los dos que asumieron la Asistencia Social y el Trabajo. Y fue así que empezaron a desorganizarse los planes de retiros con la creación de sistemas separados específicos que beneficiaban a los trabajadores y a los obreros pertenecientes a la administración pública, a la energía y al transporte a la manera de utopías tan deseadas como posibles. Para poner un ejemplo doy el de los conductores de metro y de trenes que pueden irse al retiro cumpliendo los 52 años de edad. Cuando llega la hora de desfilar contra el actual proyecto de reforma que está planteando pasar el límite de 62 a 64, para que la gente trabaje un poco más y para que no se sigan incrementando los déficits públicos, los primeros a participar en las manifestaciones son precisamente esos que se pueden retirar diez años antes, o sea los no afectados por los posibles cambios. Por añadidura llegado al poder en 1981 François Mitterrand, era una promesa de candidato, bajó la permisibilidad a 60 años y subió las vacaciones pagadas de cuatro a seis semanas por año. 

Todo ese conjunto de normas «adquiridas” son privilegios que se llaman en Francia «regímenes especiales».  Son muchos. Para empezar los que amparan a los «padres de la patria», los senadores y los representantes. A esas ventajas adquiridas por negociaciones y por razones politiqueras a través del paso de los decenios, nadie que las posea va a renunciar a ellas de buena gana. Los que proponen las reformas sueñan con evitar que sigan rigiendo en un futuro que a veces está a veinte años vista. Está claro que esta temática de singularidades en las reglas para las jubilaciones no es exclusiva a Francia.  En Estados Unidos, por ejemplo, he oído hablar de las que disfrutan policías, militares y bomberos para solo citar tres. El lector debe admitir que en cada país siguen reglamentaciones diferentes sin olvidar en esto que en lo que respecta a los americanos viven en una nación federal en la que por demás tiene preponderancia el sector privado y cada estado puede legislar sin tener en cuenta la cima del ejecutivo.

Concurre además el enorme peso que globalmente toda administración hace caer sobre las finanzas públicas. El país más endeudado en el mundo es precisamente Estados Unidos, observándose periódicamente el incremento de ese déficit operacional cada vez que hay que votar los presupuestos. Rodea a estas situaciones la verborrea demagógica de la «gent» que ocupa el poder o que aspira a ocuparlo: el reciente discurso al país de Joe Biden como «mensaje a la Unión» es el más reciente y más elocuente de los ejemplos posibles.

Así hemos llegado a esta etapa en la que Francia gobernada por un tecnócrata que entró en política directamente como presidente estando secundado por neófitos en la materia- vive este pandemonio que me sorprenden a los lectores que cité más arriba. Como los sindicatos siguen siendo capaces de movilizar y muchos periodistas tienen tendencia a exagerar el balance que se percibe, la encrucijada es probablemente más grave que lo que la realidad plantea.  La ley propuesta al Parlamento es impopular y es lógico.  Salvo error no existe un lugar en el orbe en el cual los ciudadanos levanten la mano cuando de trabajar más y de ganar menos se trata. A mi hija que tiene 37 años de edad no le va. Yo, que estoy jubilado desde 2013 ni pincho ni corto, pero me digo que con la demografía galopante y el ingreso in crescendo al país de inmigrantes que como yo llegan sin haber cotizado jamás a las cajas de los retiros, lo que le espera a mis pequeños nietos en la materia no será una panacea.

El Parlamento justamente, lugar donde los representantes elegidos por el pueblo deben discutir los pro y los contra de toda ley. El actual, electo en junio del año pasado, es una olla de grillos.  Parecido a lo que se ve en Estados Unidos a pesar de que el sistema es otro.  El partido del presidente, aún si mayoritario lo es de manera relativa cosa que lo obliga a mendigar votos en las formaciones cercanas que no necesariamente están listas a hacerle el caldo gordo. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente que todo representante o senador responde a un electorado que lo remitió a la Asamblea como defensor de sus derechos y esos ciudadanos son en parte los mismos que salen a manifestar. No hablemos de la mayoría silenciosa que por su parte … hace silencio.

Por su parte los comunistas y los otros partidos de extrema izquierda se encuentran con los de extrema derecha en un punto convergente desde el cual combaten al gobierno, propulsan el caos y estimulan con estudiada demagogia un sentimiento de injusticia que en el ciudadano común se conjuga en frustración a la que no es ajena el aumento del costo de la vida. Este factor, que no tiene que ver con la ley de los retiros actualmente en discusión, si está pesando, aumentado presión, una sorda cólera en el espíritu de parte de la población. El cóctel es tan explosivo en Francia como lo es por razones parecidas en España. Con la diferencia de que en la Península habrá elecciones este año mientras que en Francia las próximas serán en 2027 sin que Emmanuel Macron pueda presentarse a reelección.  ¿Va a incrementarse el desorden? Nadie es profeta en su tierra, pero tal vez la táctica gubernamental puesta en práctica por el «macronismo» sea la menos mala. Lo sabremos en el curso de las próximas semanas.

Los sindicalistas, muy divididos pero capaces de juntarse por momentos como sucedió excepcionalmente el mes pasado convocando los desfiles, aglutinan casi todos los extremos. Están entre ellos los más virulentos, los de obediencias comunista y anarquista. Y también se han puesto para las cosas, los agitadores profesionales que danzan entre unos y otros, en los partidos políticos y en la prensa manipulando cifras y presentándonos escenarios catastróficos para un futuro que en verdad poco importa para quienes terminan cada mes comiendo menos y con el saldo de la cuenta bancaria en rojo.

Por el momento la Premier Ministro y el Presidente gesticulan, comunican e insisten en dramatizar, en espera de que representantes y senadores terminen por votar la reforma, sin tener que acudir al ucase decreto, cosa que autoriza la constitución en vigor. Lamentablemente la jefa de gobierno es también una tecnócrata opaca que con frecuencia se ve obligada a tragarse culebras y que un día actúa en contra de lo que afirmó el anterior. Así lo vi en una conferencia de prensa a la que asistí hace pocos días (ver la foto que ilustra esta página). Al tiempo que los economistas más sesudos dudan, el gobierno persiste y la minoría visible de quienes manifiesta hierve y vocifera. Desde Bruselas los jerarcas de la Unión Europea prosiguen su programa de homogenización, castrador para con una soberanía francesa cada día más venida a menos. Por el momento el panorama es gris e interpretarlo se hace estéril. Tendrá razón todo lector que lo juzgue como yo de pronóstico reservado.

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