La muerte del general Antonio Maceo

Written by Libre Online

6 de diciembre de 2022

Por el Coronel Rafael Cerviño (1948)

Procedente de las provincias de Las Villas y Matanzas venía yo, en agosto de 1896, con unos ocho hombres que era todo lo que me quedaba del regimiento «Maceo» que mandé en la campaña de la invasión. Una herida de bala sufrida en el combate de la Olayita, en Santa Clara, hacía muy penosa para mí la marcha tenía además que cruzar por territorios muy vigilados por las columnas españolas, estratégicamente situadas para dificultar el paso de fuerzas insurrectas de una a otra provincia. 

Mi presentación en aquella oportunidad hubo de hacerla el brigadier Silverio Sánchez Figuera, quien por órdenes expresas del lugarteniente general Antonio Maceo operaba en la región sur de la provincia de La Habana.

En tanto esperábamos por el general Maceo las fuerzas del brigadier Sánchez Figueras libraban constantes combates con las numerosas columnas enemigas que divididas en fuerza de 1,000 o 1, 500 hombres y algunas guerrillas nos perseguían sin dejarnos descansar. Esta campaña sin desmayo se prolongó hasta el mismo 7 de diciembre de 1896.

En San Pedro

La madrugada de aquel funesto 7 de diciembre de 1896 nos sorprendió acampados en la finca San Pedro. La mañana llegó y las cornetas no tocaron a diana, cosa que alegraba siempre nuestros corazones al despertar. En lugar de los limpios clarines de la diana mambisa se corrió la voz de prepararnos para ensillar y montar a caballo formando después toda la tropa frente al cuartel general del brigadier Sánchez Figueras,  en correcta formación de cuatro comandos.

La inesperada presencia del general Maceo en el campamento de San Pedro causó verdadera sorpresa sobre todo a los patriotas habaneros que no esperaban su visita. A ello debió ser la ruidosa manifestación de entusiasmo y alegría que su llegada produjera en las filas mambisas. Los vivas a Cuba libre y al general Maceo fueron tan estruendosos prolongados que seguramente se escucharon a un km de distancia.

Calmado un poco el entusiasmo la disciplina recobró su lugar. Cada jefe se puso al frente de su respectiva fuerza y formado de cuatro comandos, presentaron armas al más valiente, el glorioso caudillo de la revolución cubana, al lugarteniente general Antonio Maceo, Comandante en Jefe de todas las fuerzas que Occidente combatían a sangre y fuego la insoportable tiranía del Gobierno español. Allí los teníamos presente entre los 400 hombres que formados les saludaban. Era el mismo héroe que en su conferencia con el general Arsenio Martínez Campos, en Baraguá al finalizar la guerra de los 10 años tuvo el valor y la energía patriótica de recobrar de plano la llamada paz del Zanjón optando por seguir peleando y sin municiones por la libertad de la patria. Era el mismo que en esta guerra del 95 deseado triunfante, desde la histórica Baraguá hasta Mantua nuestra gloriosa enseña la que vieron ondear victoriosa los ejércitos españoles como estrella fulgurante que nos guiara en la pelea. Era el mismo que había hecho morder el polvo de la derrota al famoso general Arsenio Martínez Campos, jefe del Ejército español era el mismo que había vencido en Baracoa, Monteverde, El Cristo, Jobito, Playuela, Aguas Claras Peralejos, San Fernando, Guaramanaos y Lavado de Oriente, el mismo que había cruzado la trocha de Júcaro a Morón en Camagüey,  el que había triunfado en Río Grande, Igualada, Los Indios, el combate de Manicaragua que se repitió por tres días seguidos. Mal  tiempo en el que murieron por el frío de nuestros macheteros más de 300 soldados españoles.

La mañana en San Pedro

A las dos de la tarde, el comandante Rodolfo Bergés, del regimiento de Juan Delgado, fue llamado por Maceo, quien le comunicó su ascenso a teniente coronel. Luego, el recién ascendido buscó a Panchito Gómez Toro para darle la noticia y le peló una naranja, pues al hijo del generalísimo Máximo Gómez una herida le imposibilitaba hacerlo. Consultó el reloj, eran las tres menos cinco, y cuando lo guardaba en un bolsillo, escuchó varias descargas en dirección hacia donde estaba su regimiento.

Maceo, quien estaba relativamente cerca de allí conversando con sus oficiales, también oyó los disparos. «¡Fuego en San Pedro!», gritó Baldomero Acosta. Juan Delgado, que estaba en el grupo que departía con el Titán, salió en busca de su regimiento para incorporarse al combate. El resto se quedó junto al lugarteniente general para brindarle protección en caso de que el enemigo forzara la defensa cubana.

Si bien para la avanzada cubana fue sorpresiva la llegada de la guerrilla española, para esta fue también una sorpresa encontrarse con tantos mambises. El fuego graneado del regimiento de Santiago de las Vegas, evitó que los peninsulares siguieran avanzando. Los tiradores de Maceo y los mambises del Goicuría acudieron a reforzar las líneas cubanas. La guerrilla ibérica retrocedió y se atrincheró en una cerca de piedras.

El general Antonio, al frente de una pequeña tropa, avanzó hasta la cerca de piedras que enmarcaba el aledaño potrero Bobadilla. Dentro de esta finca, una alambrada le impedía cargar contra las posiciones españolas. «Piquen la cerca», exclamó. Varios jinetes se desmontaron y con sus machetes comenzaron a cortarla. «Esto va bien», le oyeron decir. Una bala le penetró por el maxilar derecho, se lo fracturó en tres pedazos, y le seccionó la carótida.

El brigadier Sánchez Figueras tal vez con el propósito de rescatar el cadáver del general Maceo partió con una veintena de hombres hacia el lugar donde se escuchaban los gritos y algazaras del enemigo, con el que cambió algunos tiros. Pero al acabársele las municiones optó por retirarse al punto de partida, lamentándose de no contar con elementos suficientes para rescatar al querido jefe,  y con quien vino a Cuba en la misma expedición.

El hallazgo y entierro del cadáver de Maceo. Es de todos los cubanos bien sabido que en las primeras horas de la noche del fatídico día del 7 de diciembre fueron encontrados por un pelotón de caballería comandado por el comandante Miguel Hernández del grupo del coronel Juan Delgado, los cadáveres del general Antonio Maceo y “Panchito” Gómez, en el mismo lugar donde cayeron heridos de muerte siendo trasladados en la madrugada del día 8 y enterrados en un lugar cercano a Lombillo, fuera del alcance de los españoles.

Cumplida por los patriotas la triste misión de dar sepultura a los amados restos de los heroicos guerreros caídos frente al enemigo el general Pedro Díaz como jefe de mayor graduación asumió el mando de las fuerzas que tomaron parte en la desgraciada y funesta acción de San Pedro y al amanecer del día 8 emprendió marcha rumbo al norte de la provincia, haciendo alto, bien entrada la mañana en un lugar cercano a las Lomas de Managua para dar descanso a los caballos y distribuir los heridos que impedían el rápido movimiento de estas fuerzas agotadas por el cansancio.

Como yo estaba entre los heridos y no podía seguir la marcha fui internado por el doctor Carlos Guas Pagueras en una cueva situada en las cercanías del pueblo de La Salud. Los demás jefes de las fuerzas locales que habían tomado parte en la acción de San Pedro se separaron de los generales Díaz y Miró, tomando el rumbo de su respectivas zonas los generales Díaz y Miró acompañados de los coroneles Gordon, Sartorio, Manuel Piedra Bauvanell y otros jefes y oficiales que cruzaron la trocha con el general Maceo, emprendieron marcha hacia Santa Clara para irse a reunir con el general Máximo Gómez, a fin de darle cuenta oficial de lo acontecido.

Así cayó aquel Bravo jefe. Los que hemos tenido el honor de haber peleado a sus órdenes lo recordaremos siempre. Pero no como lo recuerda el pueblo con su machete, ahíto de gloria libertaria.  Lo recordaremos valiente y decidido, audaz y caballeroso, enérgico y generoso. Lo recordaremos  jineteando en brioso corcel,  a la cabeza de sus tropas, derrotando a los españoles en mil combates y llevando, de Oriente a Occidente, la bandera de la redención de la patria,  pletórica de halagos, pero enhiesta y soberana siempre victoriosa.

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