LA MANIOBRA CLAVE DE LA INVASIÓN DEL 95

Written by Libre Online

20 de febrero de 2024

Por B. Souza (1950)

Cuando en el curso de los fastos históricos, singulares acontecimientos ocurridos, cuando aparecen sucesos extraordinarios que asombran por su imprevista solución, que se producen en una palabra en contra de la marcha natural de las cosas, surge ante el observador menos curioso que considere estos acontecimientos el deseo de explicárselos de averiguar cuáles han sido sus causas, y mucho más cuando estos acontecimientos, como ha sucedido con la Invasión a nuestras provincias occidentales durante el invierno del 95–96 por los cubanos en armas, han sido la base, la génesis de una nueva nación en América, la República de Cuba. 

El éxito alcanzado por los cubanos con este movimiento viene a ser, ciertamente, el marco que encierra nuestra nacionalidad, porque positivamente, sin lugar a dudas, aquella infernal columna mambisa, recorriendo como un meteoro, cuatrocientas veinticuatro leguas en la isla, de un extremo hasta el otro, entre una aureola de llamas, rodeada, escoltada, se puede decir por inocuas unidades españolas, “como la columna de fuego que guiaba a los israelitas en el desierto”, sublevando a su paso a todo el mundo, fue la operación, como he dicho en otro momento, que “hizo perdurable, eterna, se puede decir, la rebelión en las seis provincias, y si no fue súbito en el acto, el desplome de aquel árbol secular, si no cayó de un solo golpe la España colonial, la Invasión fue el hachazo que entrando hondo hasta su corazón, lo derribara al fin seco y sin ramas, herido de muerte”.

Copio de mi trabajo sobre la Invasión del 95:

“La Invasión a Occidente fue el Ayacucho de los cubanos y nos explicaremos. Ayacucho fue una función de guerra que un solo acto y definitivamente acabó en los ochenta minutos que durará esa acción con la soberanía de España en la América del Sur y que terminó por la capitulación completa de las fuerzas de La Serna en campo raso. 

¿Podría efectuarse en esos mismos términos un Ayacucho en Cuba que tuviera como protagonista a los dos ejércitos, al español y al cubano? ¿Podrían cuando más fueron, los treinta mil insurrectos cubanos muy mal armados y peor municionados, sin fortalezas, sin cuerpos auxiliares, sin escuadra, podrían esos recién alzados, derrotar en batalla campal a los doscientos mil soldados de línea, que llegó a contar el enemigo, amén de guerrilleros y voluntarios? 

Es obvio que eso no podría suceder… Únicamente al que asó la manteca se le puede ocurrir como lo leemos a diario, hablar de Ayacucho tomando el término literal, es decir, la derrota de España en una sola batalla, pero si se toma lo de Ayacucho en su sentido, más alto, como el “finish Hispanic” como la derrota de una larga campaña, al fin, del ejército metropolitano por sus colonos rebelados, la acción o el conjunto de acciones que dadas por los cubanos vinieron a representar esa batalla famosa, a tal suceso, esa fue la invasión de Occidente.

Así es que el inverosímil triunfo de aquella revolución, la tercera sucedida en nuestra patria, planeada por la épica musa de un poeta, José Martí, y dirigida por “el único general que hay en Cuba”, dicho de Cánovas, referido por Pi y Margall en el número del 30 de octubre de 1897 en su periódico “El Nuevo Régimen”, triunfo que llevaron a cabo nuestros tres grandes soldados, Gómez, Maceo y García. Todo pendió, sin lugar a dudas, de la milagrosa maniobra imaginada y planeada por nuestro general en jefe, la cual trataremos de explicar en este artículo.

Asombroso, ilógico para los conocedores del arte militar, tanto españoles como extranjeros, para los técnicos de la milicia, para los críticos marciales, aquella nunca ininterrumpida marcha siempre adelante, “caminando con el sol” (Máximo Gómez) de los dos grupos cubanos, o sea de los recién alzados orientales y villareños, en su mayoría campesinos muy mal armados, unos seis o siete mil cuando más contra los ochenta y  tres soldados de línea de un ejército europeo, el español, amén de miles de guerrilleros y voluntarios a fines de 1895, “enemigo que contaba con los mejores armamentos de la época”, (General Miguel Varona) teléfonos, telégrafos, ferrocarriles, barcos en profusión, ejército tan valeroso, tan pleno de gloriosas tradiciones militares como era este de España, logrando burlar Gómez y Maceo a esa infantería española, a la cual Gómez, quien mejor que nadie pudo conocer, pues batalló contra ella durante 13 años, denominó “la cerca de piedra”.

La clave del éxito

Toda operación militar tiene una clave que la descifra, que la explica que designa las fuentes de su éxito o su fracaso y se concluye su conocimiento con la misma precisión que se resuelve un teorema de las Matemáticas. Se conocen al dedillo las causas del fracaso napoleónico en Rusia en 1812 y sin salirnos de nuestra América, por ejemplo, todos saben muy bien cómo y por qué perdió el Ejército peruano español de La Serna la batalla de Ayacucho.

Esta clave, la que descifra en afortunado movimiento de los mambises fue precisamente la estratégica ocurrencia que tuvo que idear nuestro general en jefe, al conservar, al mantener divididos los dos grandes grupos que tomados de las dos provincias, donde era mayor el número de los sublevados, grupos distantes entre sí, centenares de leguas uno, el de Oriente, organizado por el General Maceo bajo sus instrucciones y el otro más numeroso, el de las Villas, dirigido por él en persona para en tiempo y lugar oportuno, fijados por Gómez articular a su obstinada voluntad, el poderoso brazo de su teniente, de Maceo. 

Fue pues el origen del éxito que tuvo este movimiento, la maniobra que tempranamente en sus soliloquios del Camagüey imaginara aquel genial campesino estratega por inspiración, pasando a Las Villas, alejándose más aún de su teniente para dar la sensación de que estos dos grupos nada tenían que ver el uno con el otro cuando lo cierto era que ambos se movían hacia el mismo objetivo, persiguiendo engañar a su adversario como se logró y diremos después. 

El único que cayó en la cuenta de este acierto mambí fue un general español de muy fina percepción en los asuntos de la campaña de Cuba, Lachambre, quien en carta al teniente General Pando le dice: “Maceo desde Cuba en treinta y dos días de marcha sin que le disparasen un tiro, llega a la Trocha y la pasa uniéndose a Gómez que mutuamente se ayudaban en esta brillante,–necesario es confesarlo,– operación… pasaron la Trocha y luego el Zaza, en cuyas líneas, decía el general, tenía tanta confianza, fundaba esperanzas que era una algarada que allí terminaría, no suponiendo ni aun pensando siquiera que el enemigo se atreviera a dar un paso más. 

El General, cometió errores gravísimos. Hizo bajar fuerzas de Cuba en vez de colocarlas en la Trocha… llevó estas fuerzas a Santa Clara, en cuyo punto (mira el plano, nada tenían que hacer. Nada hizo y seguidos débilmente pudieron unirse Maceo a Gómez, principio del éxito que después han tenido”. (Archivo General español Monteverde).

Desde que llegó al Camagüey se puede afirmar nació esta magistral concepción en la mente de Gómez, ideó este engaño para burlar a Martínez Campos, quien al saber que había pasado la Trocha Gómez, torpemente sólo atendió a éste, no ocupándose en estorbar la marcha que para unirse con el general en jefe de los cubanos, emprendía tan temible capitán como lo fue en nuestra guerra el general Maceo, al mando del grupo oriental. Apenas Gómez en aquella tierra de sus inmarcesibles laureles de Palo Seco y Las Guásimas a los pocos días, el 30 de junio, envía las conocidas órdenes para la Invasión desde El Cascarón a los jefes del Primero y Segundo Cuerpos, a los Generales Maceo y Masó y ya les anuncia, perentorio su marcha hacia Las Villas para ir a Occidente donde se nos espera”.

Esta operación dependió de su éxito de dos condiciones, de su oportunidad, el período de la seca en Cuba, único para emprender activas operaciones, y de su anticipo a la llegada de los refuerzos españoles pedidos por Campos para así realizarse el propósito de Gómez expresado a Miró en el vivac de Lázaro López el 29 de noviembre, es decir, que entre él y Maceo tumbarían a Martínez Campos cogiéndolo desprevenido. Desperdiciar esta oportunidad, según el general Miró, hubiera sido casi imposible después llegar hasta Occidente a la tropa cubana, y nadie fue más partidario de esta precoz oportunidad, o sea, emprender la marcha antes que llegasen los refuerzos a Martínez, que mentiras aparte, nuestro general en jefe, y aunque sea fastidioso, necesario es citar algunos documentos para que sustituya su testimonio a los errores aparecidos después. 

De Gómez a Don Tomás Estrada Palma a mediados de julio la campaña será dura y brava, pero esta no empezará hasta que el coronel Campos pueda disponer de los refuerzos que ha pedido. Mientras tanto, me ocupo con actividad de organizar al Ejército.

Las Villas me esperan y ya desde aquí le envío mis instrucciones, reservo mi presencia en aquella comarca, entra en mi plan, para ver de contrarrestar a Campos tan pronto como él pueda disponer de fuerzas”. A Maceo desde la Reforma, en 20 de noviembre: … “Solo me preocupa el deseo de tenerlo a mi lado. Mi presencia en esta comarca ha obligado al enemigo a reconcentrarse… por mi parte me he concretado a movimientos que lo obliguen a mantener esa actitud y conservar nuestras fuerzas para proteger, como lo estoy haciendo, el avance de usted. 

He logrado botar al Occidente del Zaza más de cuatro mil españoles que estaban a la expectativa… después de dejarlos entretenidos por allí, caí a su retaguardia sobre el campamento importante de Pelayo que se rindió. M encuentro desde ayer, atacando al fuerte de Río Grande con el propósito de obligar al enemigo que ocupa la Trocha a que caiga sobre mí, dejándole a usted el paso franco”.

Como se ve, por estas sucesivas comunicaciones, sobre todo por las del general Maceo al general Masó, en 15 de julio, y por la marcha de los sucesos después ocurridos, no es posible que nadie continúe aceptando, como algunos lo han venido haciendo hasta ahora, que fuera Gómez adverso al programa de la precoz Invasión, cuando fue todo lo contrario, su más ardiente gestor y quien no lo aceptaba, sino después de constituido el gobierno tarde y con las más justas provisorias y lógicas observaciones que expresar en su carta a Masó, ese fue el propio General Maceo.

Mientras maduraba este plan en su presurosa mente, Gómez leía como en un libro abierto en lo íntimo de su adversario, en el general Campos, quien con notoria inoportunidad receloso del caudillo cubano, no de sus extensos propósitos que no sospechaba sino temiendo solo reeditara en Las Villas el golpe del Camagüey, en 10 de junio, (la feliz invasión de Gómez) drenaba, aturdido el Capitán General español de sus mejores tropas a Oriente y dirigía los refuerzos peninsulares, recién desembarcados, amontonando a unos y a otros en los caseríos y potreros villareños, para anticiparse y combatir al suceso que tanto temía, cuatro meses antes de que este evento pudiera ser y fue viable.

 Mientras tanto, el general Maceo lo derrotaba en Peralejos, donde mucha falta hizo a Campos algunos de los batallones colocados en inútil acecho en Las Villas, y que sacó de Oriente para acumularlos entre los dos Jatibonicos. He aquí párrafos de la comunicación fechada en Bayamo el 16 de julio pasada a su Gobierno, comprobatoria de mi aserto e inédita hasta que la publiqué en mi Opúsculo “Invasión del 95”.

… “Para que enseguida volvieran a Manzanillo, el segundo batallón de “Isabel la Católica” (el que fue derrotado en Peralejos), que con dos de la Primera División habían reforzado a Las Villas, dejando estos dos allí por ahora… el de la Unión, Segundo Peninsular y la colocación que consideraba debida de los cuatro batallones que acababan de llegar procedentes de la Península, Andalucía, Extremadura, Borbón y Zamora, formando dos líneas, la primera avanzada de los dos Jatibonicos y la segunda, en Placetas, Guaracabulla, Báez y Fomento. Estas fuerzas con el Segundo de Alfonso XIII, el de la Unión, el Segundo Peninsular, más la caballería y guerrillas forman las líneas indicadas por si Máximo Gómez conseguía pasar la Trocha de Júcaro a Morón perseguirlo y evitar levantara Las Villas”. (Archivo del General Monteverde). Es decir, siete batallones, guerrillas y caballería inutilizados en la vana espera de Gómez.

Gómez pasa la trocha 

Cuatro meses después fue que pasó Gómez la Trocha sin quemar un cartucho, y la primera noticia que tuvo Martínez Campos de aquel suceso que tanto le preocupó fue la desagradable sorpresa del ataque y rendición del fuerte de Pelayo, con la captura de su guarnición y el sitio y ataque de Río Grande por Máximo Gómez, quien maniobraba además para sembrar la zozobra en el ánimo del Capitán General, que no atinaba a resolver cuáles eran los propósitos de Gómez con los desconcertantes movimientos que llevaba a cabo capitaneando las fuerzas reconcentradas de Las Villas, cuando este propósito era distraer la atención del general español sobre sus fuerzas para facilitar la marcha del subteniente Maceo y juntos los dos dar comienzo a la flamígera Invasión de Occidente.

Y es que pronto había adivinado Gómez que no era Martínez Campos el mismo oficial contra quien combatiera en Guantánamo el año 71. Viejo, aquejado por la diabetes, lo acobardaba su responsabilidad ante su Gobierno y ante España, encargado de mantener en paz las provincias de Occidente, emporio entonces de la riqueza colonial. Y él tan pródigo en arriesgar su vida en actos de valor, desprovisto de todo acierto desde que empezó la campaña, se encerró en la más inerte de las defensivas. 

Solo acudía tarde y mal a parar, después de haberlos recibido, los golpes que le asestaron durante la campaña Gómez y Maceo. Frente a él y su pasiva actitud, el inquieto Gómez repetía a sus Tenientes para justificar sus apremios: “En la guerra al que espera le dan”. Y Gómez y Maceo golpearon tan terriblemente hasta derribarlo de su puesto de General en Jefe al Mariscal español, porque éste no hizo otra cosa en el curso de la campaña, sino paciente “esperar”, estar a la defensiva y estoico asimilar los golpes repetidos que con la Invasión del Príncipe, con Peralejos, con las operaciones de Gómez en Las Villas y por fin, con esta de la Invasión, descargaron sobre él Gómez y Maceo.

Se fija la marcha

Vencidas todas las dificultades que se presentaron para llevar a cabo el plan del Cascarón, aceptada en contra de las opiniones de Maceo y Masó, la drástica fórmula de Gómez para hacer la guerra aquella de “bala, tizón y machete”, se fijó la marcha de los expedicionarios de Oriente para unirse con Gómez no en octubre, como se ha dicho, sino para septiembre, comunicada esta fecha oficialmente por el Marqués de Santa Lucía, Presidente de la República a Don Tomás.

La enfermedad del General Maceo (Coronel F. Mascaró), las extemporáneas aguas que entonces cayeron desbordando los ríos y sobre todo, dice el General Maceo a su jefe, explicando su retraso, la actitud adversa de General Masó a las disposiciones de Gómez lo retardaron hasta que al fin emprendió su marcha con el contingente Oriental del Primer Cuerpo, el General Maceo desde Los Mangos inmortales para incorporarse en el 31 de octubre, es decir, casi en noviembre, las del Segundo Cuerpo en Mala Noche, nombrando al general José Miró en aquel campamento Jefe de Estado Mayor.

Precisando estos datos, el día 11 de octubre del 95 partió de Mala Noche para Camagüey con la columna oriental completa el General Maceo y el día antes, el 30 de octubre, como si hubiera tenido su noticia positiva, atravesó Gómez la Trocha de Júcaro a Morón y si se considera, he escrito lógicamente a Occidente como la meta, como el objetivo de esta operación con la columna que capitaneaba con la de Las Villas, se situó osadamente Gómez a vanguardia de la operación”. 

Desde su aparición en Las Villas quedó completamente desmoralizado Campos, quien imaginaba ya ver incendiados, los ricos campos de Matanzas por Gómez que tea en mano los acechaba, y en el acto, multiplicó el trasiego de sus tropas que situaba de Oriente y Camagüey para en vanos empeños, dispersar al jefe por entre los inmensos potreros y bosques de Sancti Spíritus. 

Los que conozcan la campaña del general en jefe cubano, cuando la invasión en la pequeña provincia de La Habana surcada de ferrocarriles, teléfonos y telégrafos durante un mes y trece días, burlándose de las nueve columnas que sobre él pusiera el alto mando español asaltando en pleno día a pueblos como Bejucal, destruyendo trenes, incendiando estaciones. Los que sepan de ello se darán cabal cuenta de que Gómez ni siquiera se ocupó de las columnas que el infortunado Capitán General lanzó sobre sus pasos. 

Con todo, augura, logró sus propósitos, que eran precisamente el abandono por parte de las tropas españolas de Oriente y Camagüey para que pudiera en todo sosiego unírsele en el lugar y en la fecha prefijada, su indispensable teniente. Hay que convenir con el General español Lachambre, jefe que fue de la Segunda División de Cuba (antiguamente a Santiago de Cuba se le denominaba simplemente “Cuba”) que fue una “brillante operación”, aunque nos duela confesarlo”.

En resumen, anduvo el general Maceo al frente de unos mil quinientos y pico de hombres desde octubre 22 hasta diciembre 2, en La Reforma 147 leguas, donde unido a Gómez cambió unos cuantos tiros con el General Suárez Valdés. En ese largo trayecto de 147 leguas y durante 41 días de marcha, solo tuvo contacto con la columna de Escario en Lavado y Guaramanso, así que no pudo ser más feliz su incorporación en Las Villas a Gómez sin perder más que unos cuántos hombres en su tropiezo con Escario y un caballo herido al pasar la Trocha, eso fue todo. Ya unidos los dos capitanes, juntas las tropas de Oriente con las de Las Villas más numerosas que aquellas las cuales en cambio eran más aguerridas, (cuatro mil hombres formaban la columna invasora ya junto a Remedios). 

La invasión fue incontrastable, solo encontró peligro, lógicamente en Matanzas y la contramarcha, la llamaba por el teniente Reina “El lazo de la invasión” fue otra genial ocurrencia, seguramente de ese movimiento limpio de soldados a Matanzas y La Habana, nuevo engaño a Martínez Campos y aquí me parece oportuno señalar que hubo un general español que tuvo la sospecha de una posible celada tendida a Martínez Campos por los cubanos. Dice este general que es Lachambre en carta a Pando, con fecha 28 de diciembre del 95.

… “Aún la suerte puede favorecernos, pues los insurrectos están en condiciones desventajosas para pelear. Se dice que el enemigo empieza su movimiento de retirada, no pudiendo precisar los puntos donde hoy se encuentra, pero si esto fuera cierto, si ésta aparente marcha de retroceso contra la cual deben estar prevenidos, no fueron un nuevo ardid para realizar fines hasta ahora desconocidos, etcétera, etcétera…”

Empobrecen sus efectivos los españoles

Para terminar la maniobra de los cubanos, el engaño a Martínez Campos con el pase de Gómez de la Trocha, colocándose al frente de la fuerza de las vías, motivó que el general español empobrecido más sus efectivos de Camagüey y Oriente y para combatir a Gómez, ramificara sus tropas en ambas comarcas, como puede comprobarse por el adjunto cuadro de procedencia española.

 Cuando dos fuerzas tan distantes maniobran para reunirse y emprender una operación conjunta, ya que no la estrategia, el sentido común indica que la mejor manera de impedir esa reunión es la de colocarse entre ambas columnas para batir a la que avanzaba. Campos hizo todo lo contrario, llevó sus fuerzas a Santa Clara, donde nada tenían que hacer, y Maceo, sin que le disparasen un tiro, se unió a su jefe en la fecha oportuna. Este fue, pues, causa del éxito, aparte de otros elementos que concurrieron a ese fin que explica lo de la invasión a Occidente.

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