En su concepción original, la ONU estaba integrada por 51 miembros iniciadores, luego que el 24 de octubre de 1945 los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y la República de China, —aún bajo la dirigencia de Chiang Kai-chek y su vice-chairman Sun Fo—, comenzaron a crear y redactar las cláusulas del organismo. 

En el Capítulo 11, Artículo 4, de dichas cláusulas, se establecía que “todos los estados amantes de la paz” podrían ser miembros.

Como ya los comunistas habían contaminado los propósitos de una paz permanente desde la conferencia de Yalta, en Crimea, en febrero de 1945, donde los tres grandes (Roosevelt, Churchill y Stalin) acordaron que la Unión Soviética necesitaba seguridad “más allá de sus fronteras”, —algo que ocasionó a Churchill una amarga disputa con Roosevelt y casi lanza al Primer Ministro Inglés a retirarse de Yalta—, la nueva “Organización de las Naciones Unidas”, no puso reparo alguno en que el dictador totalitario comunista losif Stalin formara parte de ella. Habían decidido que, dado que la Unión Soviética sufrió más bajas que nadie en la guerra contra el nazismo, no se le podía negar ese derecho. Hasta ahí, si se quiere, todo estaba bien. Stalin declaró cínicamente que la URSS, en lo adelante, contribuiría a la paz mundial, y todos le creyeron o, al menos, simularon creerle. De tal manera, el Capítulo 11, Artículo 4, sería respetado.

Así, 51 miembros originales se unieron en 1945; 50 firmaron la “Carta de las Naciones Unidas” en San Francisco, el 26 de junio de 1945, con Polonia firmando el 15 de octubre del mismo año. Increíblemente, en la “Convención de Montevideo” se decidió que solamente los “estados soberanos” serían considerados en el futuro, para ser miembros.

En ese momento crucial de sus inicios, en 1945, únicamente la Unión Soviética y Bielorrusia, países “socialistas” (para usar el hipócrita término empleado por los comunistas), formaban parte de las “Naciones Unidas”. Todos los demás, incluyendo a China, estaban constituidos por naciones consideradas como democráticas, o de preceptos similares. Pero los comunistas, repetimos, lo contaminan todo porque siempre acuden con las peores ideas en mente.

La guerra civil en China, minada de deslealtades y abiertas traiciones, hizo que la República, luego de grandes victorias contra las hordas de Mao y Zhou, sufriera el embargo de 1946, privándole de los tanques y las armas necesarias para acabar de aplastar a Mao Tse-tung y su pandilla de criminales, luego de las fulminantes victorias del “Kuomintang” en Foochow, Amoy, Swatow y Cantón, ocurridas tras el rotundo triunfo en Shanghai.

Chiang Kai-chek había decidido barrer para siempre el comunismo de China.

Pero, otra vez, la frecuente indecisión de las potencias democráticas y su aversión a una nueva gran guerra, permitieron la debacle que llevó a Mao al poder en 1949. Las “Naciones Unidas” pudieron actuar, pero no lo hicieron. ¡El nuevo organismo era tan inservible como el anterior!

En 1948, el recién creado “Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas” de 15 miembros, con aplastante mayoría de naciones democráticas, cuya primera sesión tuvo lugar el 17 de enero de 1946, no hizo nada para salvar a la China Nacionalista, uno de sus miembros fundadores y redactores desde junio de 1945, y cuyo líder, el Generalísimo Chiang Kai-chek, había recibido apoyo incondicional de Roosevelt y Churchill en la conferencia de El Cairo, en noviembre de 1943 cuando aún decursaba la Segunda Guerra Mundial.

Luego de su fortuita derrota, los nacionalistas chinos se retiraron a la isla de Formosa, trasladando allí la “República de China”, hoy conocida también como Taiwán, o el Taipei Chino. 

Si bien la ONU, aunque indirectamente, tras el descalabro de China hizo al menos algo en 1950, en Corea, interviniendo bajo “UNC” o “Comando de las Naciones Unidas” liderado por los Estados Unidos para asistir a Corea del Sur, la realidad es que ya el daño mayor estaba hecho.

Felipe Lorenzo

Hialeah, Fl.