LA INDISCRECIÓN

Written by Rev. Martin Añorga

27 de febrero de 2024

¿Nunca se ha sentido en aprietos por haber cometido una indiscreción?

Leí esta anécdota en una vieja revista Selecciones: “Un niño lloraba a pulmón lleno sentado en el quicio de la puerta de su casa y se le acercó un señor, de buena fe, con el objeto de ayudarlo, y le preguntó: “Niño, ¿por qué lloras?”, y el niño no le contesta. Repite la pregunta el señor y al fin el niño, entre sollozos le contesta, “Mi papá me pegó”. “¿Y por qué te pegó tu papá?”. El niño no contesta. Repite el señor la misma pregunta una y otra vez y el niño sigue llorando; pero ante tanta insistencia contesta el niño gimoteando: “¡por meterme en lo que no me importa!”.

La indiscreción es un concepto que se aplica a la persona que se caracteriza por su falta de moderación, prudencia y sensatez. Alguien dijo en cierta ocasión que “hay tres cosas que es indiscreto manifestar: el ingenio delante de todos, la riqueza delante de los pobres y la alegría frente a los que lloran”.

Tenía yo un compañero que era indiscreto por naturaleza, sin mal  ánimo ni con propósitos impropios. En cierta ocasión se dirigía a visitar un hogar, y en el patio saludó a un anciano que recortaba unas flores. Tocó a la puerta y le abrió una señora relativamente joven. “Gusto en saludarla, hermana, ahora acabo de saludar a su papá en el patio”. La señora le ripostó con tono contrariado: “¡No es mi papá, es mi esposo!”. Mi compañero quedó de pronto confuso y no se le ocurrió otra cosa que comentar: “¡Perdone, señora, cualquiera diría que es su padre!”

Yo no quiero dar la impresión de que nunca he sido indiscreto. En cierta ocasión, en una boda, una señora de notable sobrepeso, que era la madre del novio, debía subir a la plataforma. Le pregunté en alta voz, “¿Señora, puede usted subir los escalones o quiere que le alcance el micrófono sin que tenga que subir?” La dama, elegantemente vestida, me ripostó a toda voz: “¿Qué cree usted, que estoy tan gorda como para comportarme como una inválida?”.

He preparado para mis amigos lectores un decálogo sobre cómo superar la tendencia a la indiscreción. El mismo me ha ayudado en mi comportamiento para con los demás, y espero que a otros le ayuden igualmente.

1.- Lo primero es no intervenir en conversaciones ajenas ni emitir opiniones sobre asuntos que no son de nuestra incumbencia.

2.- Si vas a visitar a un enfermo no le hables de tus males ni le cuentes de nadie que haya muerto por el mismo mal que  el del paciente que visitas.

3.- A tus amigos no los trates con una sinceridad que linde con lo cruel. Si a alguien le queda mal el vestido,  su estilo de peinado te parece feo, no lo digas. Busca algo con lo que puedas halagar.

4.- No le cuentes a nadie rumores que pudieran molestar. “Dicen que ….” no es buen tema de conversación. Y mucho menos si la persona con la que hablas pudiera estar implicada en el rumor.

5,- No hagas gala de lo que tienes, frente a quien no lo tenga. Una señora hacía referencia a la belleza y blancura de su sonrisa frente a una dama de cierta edad a la que le faltaban algunos dientes. Ésta, cansada de tanta indiscreción, un día explotó: “Sí, pero los pocos que yo tengo son míos y los tuyos los compraste y bastante caros que te salieron”. La amistad, por supuesto, sufrió una crisis.

  6.- Nunca toques el tema de la edad ante alguien de quien sepas que se empeña en ocultar celosamente la suya.

7.- Si alguna vez una dama te preguntara, “¿qué edad me calculas?”,  dile siempre 5 o 10 años menos de los que calculaste.

8.- Nunca critiques al novio o al esposo de una dama. Si ella lo hiciere, calla sin asentir o discutir. En asuntos de parejas lo mejor es no formar un triángulo.

9.-No hagas jamás alusión al mal gusto de nadie o al hecho de que la otra persona haya pagado más por lo que tú pagaste menos.

10.- Recuerda que la indiscreción es como el eco. Cuando la usas, siempre te rebota.

Finalmente debemos agregar que lo peor de la indiscreción es violar un secreto o una confidencia. “Nada pesa tanto como un secreto: la mujer no suele llevarlo lejos. Y yo conozco, a este respecto, a muchos hombres que damas se han vuelto”, escribió jocosamente La Fontaine. Es una injusticia, sin embargo, achacar a las mujeres la debilidad para guardar un secreto, porque la indiscreción de revelarlo cabe también entre los que hacen gala de su masculinidad.

Los sacerdotes, los pastores y los profesionales de la psiquiatría, los consejeros y los capellanes deben estar dotados de un sentido absoluto de reserva y discreción; pero en términos generales todas las personas con sentido común deben atenerse a la misma ética. Oportuno es citar un pensamiento del poeta árabe Al-Muhallab, “la menor cualidad que debe poseer un hombre de honor consiste en guardar un secreto. La mayor consiste en olvidar ese secreto”.

La indiscreción no siempre está en  lo que se dice a otra persona, sino también en lo que uno dice de sí mismo. No confíes a nadie tus intimidades. Quien confiesa un secreto se hace esclavo de quien lo recibe. La discreción absoluta solamente la posee Dios. A Él puedes contarle todo lo que quieras, que a nadie más va a decírselo. Fernando de Rojas dijo que “a quien dices el secreto das tu libertad”.

 Es muy importante, para mantener saludables nuestras relaciones amistosas y familiares, saber ser confidente de un secreto. Si alguien te dice algo que tiene que ver con su intimidad  personal, no lo confíes a nadie más. Ya es suficiente que lo conozcan dos personas, quien te lo entregó y tú que lo recibiste. Tres serían demasiado para poder contenerlo. Y además, repetir lo que se sabe de otro es entrar en el pantanoso camino del chisme.

 Soren Kierkegaard, un pensador danés dijo que “no hay algo que nos seduzca tanto como revelar algo que nadie más sabe”. Ser indiscretos nos suele dar el prestigio de estar bien informados. Solamente por complacer la curiosidad ajena y demostrar nuestra sapiencia corremos el riesgo de poner a alguien en peligro o demeritar injustamente a la persona ausente. “El silencio es el santuario de la prudencia”,  expuso Baltasar Gracián. Me encanta esta confesión de otro famoso escritor: “Muchas veces me he arrepentido de haber hablado, pero nunca de haberme callado”. Efectivamente el saber callar es la cumbre de la discreción. Así lo afirma La Biblia: “el falto de juicio desprecia a su prójimo, pero el entendido refrena su lengua” (Proverbios 12:11)

“El sabio sabe que ignora”, dijo Víctor Hugo.  Y nosotros, salvando la distancia, afirmamos que la persona discreta se cuida conscientemente de no decir innecesariamente lo que sabe, ¡y mucho más cuidadosa tiene que ser en decir  lo que no sabe!

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