Nada ayuda más que viajar si concurre el deseo de comprender el mundo en el cual vivimos. Un par de visitas recientes a Madrid me han servido para confirmar tal aserto. A mediados de septiembre los madrileños estaban contemplando con no poca indolencia el intento infructuoso de formación de gobierno que protagonizaba Feijóo, el opaco líder del Partido Popular. Las derechas no tienen allí nada mejor. Las contorsiones que observamos en aquellos tres días frente a las Cortes las glosamos en esta página. Cuatro semanas más tarde, con la fecha límite del 27 de este mes de noviembre aún lejana, Sánchez seguía emboscado y maniobrando furiosamente cuando regresé el pasado jueves 27. A pesar de todos los otros temas que están sobre el tapete, en España la prensa y los panelistas de la radio y la televisión tienen permanentemente al jefe del Gobierno en la mirilla, pese a que por ahora solo les brinda un enroque perpetuo. El resto de la actualidad servida por la prensa a la opinión aparece entremezclado con los lances de la política politiquera y así las cosas la ciudadanía mira en otras direcciones. Tal vez miran sin ver, que es lo peor.
Mientras, habíamos dejado al irnos el 18 de octubre un ambiente muy caldeado en Francia al introducirse el conflicto israelí-palestino en plazas públicas, en campus universitarios y en estudios de televisión de todo el país. Al regresar hemos encontrado esa problemática latente, incrementándose, y consecuentemente más caras largas en el centro de la ciudad. Por su parte los españoles disfrutan por el momento de la benevolencia de los agitadores pro-palestinos. El contraste es patente, hay ambiente en Madrid, tapeo cotidiano en los bares al final de la tarde. Que sea o no la consecuencia de una diferencia en las mentalidades que definen a la ciudadanía de los dos países; o un arreglo conseguido por los socialistas con el terrorismo, no sabría decirlo.
Hace tres décadas el ensayista estadounidense Francis Fukuyama anunció a su manera en un libro que hizo mucho ruido, El fin de la historia y el último hombre, la victoria definitiva de la democracia liberal sobre los otros sistemas económico-políticos. Aquel optimismo un poco miope – y utilizó el adjetivo a pesar de que el autor ha retornado al asunto posteriormente para tratar de afinar sus planteamientos – era exagerado. Se ha visto de entonces y ahora lo estamos constatando con la invasión rusa a Ucrania, la limpieza étnica azerí en el Alto Karabaj y el espantoso conflicto entre Hamas e Israel. Aquellos que tomaron a su manera como dinero contante y sonante unas predicciones finalmente no tan eufóricas, lo que deseaban era conjugar los dividendos victoriosos del final de la Guerra Fría entre dos bloques hegemónicos, con el surgimiento de un crecimiento económico generador de bienestar individual.
El despertar ha sido brutal. Con la penetración ideológica, religiosa y económica que sufren todos los grandes países del llamado Occidente se ha evidenciado la potencia de sus enemigos y la magnitud de la quinta columna que nos gangrena. Lo que la opinión pública observa en Estados Unidos con el militantismo de la Escuadra en su congreso se manifiesta en todos los países. En Francia hay facciones activas de ese militantismo enemigo en todos los sectores de la vida pública. Y como vivimos en democracia les cabe el derecho de actuar a cara descubierta. Sus exacciones les permiten lo mismo una apología del terrorismo que incitar solapadamente a la acción violenta. Así transfieren a la arena nacional todo conflicto foráneo que apañe sus propósitos subversivos locales.
Europa, verdadero mosaico de sistemas políticos de gobierno y de pueblos cuyos orígenes son tan diversos como la composición actual de sus poblaciones respectivas, resultante de las inmigraciones seculares que la han nutrido, es ejemplo de cómo se reacciona diferentemente ante los desafíos que se presentan. El de la inmigración, por ejemplo. Mientras estábamos la semana pasada en España se produjeron llegadas masivas de africanos procedentes de Senegal y Marruecos a Canarias. Más de lo mismo año tras año. El resultado de ese drama humano colosal, no olvidar que muchos perecen en el intento, es que al igual que en Estados Unidos el gobierno español ha emprendido una desenfrenada política de relocalización nacional de los ilegales que arriban hacia pueblos y ciudades en los cuales no existen capacidades ni de acogida ni de integración. Muchos de entre ellos estarán pronto sumándose, a los que tirados como animales pululan en parques y calles igual que ocurre en Francia.
Pero nada de lo anterior lo percibe el visitante. Madrid es una ciudad en la cual, excepción hecha del barrio de Lavapiés, no se ve a los inmigrantes ilegales. Ignoro cómo es eso posible, pero poniéndolo en paralelo con lo que observo en Francia un misterio. Si por una parte los voceros de algunas formaciones políticas calificadas como extremistas no paran de alertar el gobierno central, el gobierno solo asegura un mínimo de medidas apaciguadoras, plegándose así ante lo orientado desde la Unión Europea y a lo propugnado por su ala más izquierdizante, por definición tercermundista y pretendidamente “humanista”.
Mientras una exposición temporal abierta al público el 10 de octubre en el Museo del Prado trae a la actualidad con su tema medieval el pasado de antisemitismo que manchó para siempre la historia española durante los siglos que vieron florecer la Inquisición. “El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval” presenta a través de pinturas y esculturas como fue la opresión y la injusticia que el racismo ejercieron en esos siglos sombríos. No hay diferencias entre ese pasado y nuestro presente. Desde Heródoto intuimos que la Historia ha sido hecha para ser falsificada. Solo que gracias a eventos como este que citamos, se trata de una iconografía excepcional curada con singular talento, no siempre las mentiras se convierten en verdades por el mero hecho de haber sido repetidas. Confieso que salí sobrecogido de la visita, intentando proyectarme hacia lo que está sucediendo en Gaza sobre la base de lo que durante siglos sucedió antes en Europa.
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