LA HIPOCRESÍA DE LA IZQUIERDA “PROGRESISTA”

Written by Adalberto Sardiñas

30 de junio de 2021

No hay récords cercanos, ni presentes, ni de antaño, de quejas de la izquierda progresista demócrata, cuando se trata de gastar dinero. Es más, el derroche a borbotones, observado durante los excesos de la pandemia, es una prueba irrefutable del regocijado alborozo que les produjo, sin detenerse a considerar el impacto que, sobre la economía, tendría la expansión desorbitada de un déficit que ya sobrepasaba los límites de la prudencia. Se trataba de explotar la crisis de la salud con el reparto de dinero a manos llenas; en primer lugar, con motivaciones políticas, y, en segundo término, para afincar el control sobre una población desmotivada, desalentada, por el peso de la propia crisis y sus consecuencias devastadoras sobre la vida nacional. Se les presentó, aunque en dramático diseño, la tormenta perfecta. ¿Quién protestaría, en esos precarios momentos, por la excesiva proliferación de la ayuda, justificada o no? El riesgo era mínimo. Y había que correrlo. Encajaba en el cuadro del ajedrez político.

Pero el sentimiento hiperbólico “progresista” se ha desinflado con el paso de unos escasos meses, y ahora, confrontado con otro tema sobre la salud, el Alzheimer, que reclama asistencia financiera con el advenimiento de una futura droga para su tratamiento, las hordas agrupadas bajo ese atractivo, pero un tanto incorrecto nombre, muestran una reticente oposición alegando preocupación, no por la salud humana, sino por la salud fiscal. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, los “progresistas”, en una mutación maravillosa, se han tornado en defensores de nuestra estabilidad económica. Pero, en el más elemental sentido común, no pasa de ser una postura cínicamente egoísta.

  Resulta que el FDA, días atrás, aprobó, bajo su sistema de programa acelerado, autorizado en el 2012 por el Congreso, la droga Aduhelm, producida por el laboratorio Biogen. La droga, que no es una cura, sino un freno para el avance de la enfermedad que destruye el poder cognitivo del individuo, es cara. Muy cara, como sucede con todas las drogas en su proceso inicial. Después, con el aumento de su uso, el precio, incuestionablemente va descendiendo hasta un nivel mas manejable. Es cierto que, al principio, su precio la hará inaccesible para la mayoría de la población que sufre la enfermedad. Por esta razón, se gestiona, en el Congreso, la participación del Medicare como parte de una mitigación financiera que alivie el costo a los pacientes.

  La razón principal por la cual el FDA aprobó la droga, bajo el sistema de aceleración, fue que Biogen demostró que Aduhelm reducía, significativamente, amiloide, una placa que interfería con la comunicación de las neuronas en el proceso cognitivo. Sin embargo, los críticos, en número no pequeño, continúan atacando la aprobación de la droga, como es cosa común en estos casos.

  Previo a la aparición de Aduheim, en la carrera contra el Alzheimer, se habían producido cientos de fracasos científicos. Biogen, aprendió de los fallos anteriores, ajenos, y propios, hasta probar el concepto de que, neutralizando amiloide, se lograría un declive en el deterioro mental del paciente. Nadie ha dicho que la droga Aduheim es una cura. Ya lo hemos repetido. Pero es el primer tratamiento después de muchos fiascos, que promete retrasar el avance de este destructivo desgaste mental.

Habiéndose frustrado en su intento inicial de impedir que el FDA aprobara esta nueva droga, los críticos, funcionarios de la salud pública, y los “progresistas” se han lanzado de lleno contra Aduheim y su posible acogida por Medicare y Medicaid en su aspecto económico, calificándolo como un excesivo gasto injustificado. ¡El burro hablando de orejas!

  Este grupo de izquierdistas demócratas, al que nunca les alteró, ni la conciencia ni el ánimo, el despilfarro presupuestario, de repente se siente alarmado porque el precio de una droga que pudiera ser el principio para el control de un padecimiento terrible, es demasiado elevado. Es cierto que el precio de este medicamento es elevadísimo. Y también es cierto que el ciudadano común, con recursos limitados, no tendría acceso a él. Por eso hay que apelar a agencias gubernamentales, para que, en conjunción con los seguros de salud, hagan posible su acceso a las infortunadas víctimas que se van desencadenando de la realidad.

Oponerse, como lo están haciendo estos grupos del radicalismo izquierdista, es, no solamente inhumano, sino un cinismo egoísta frente a una desgracia que va en ascenso en la nación y en el mundo.

El argumento del alto costo de Aduhelm, es, desde el punto de vista práctico y en realidad, analítico, ciertamente debatible. Con toda seguridad, surgirán, después de Aduhem, otros medicamentos, con el mismo objetivo, que crearán un ambiente competitivo que terminará en una reducción de precio aceptable.

Hace diez o doce años, en la guerra contra la Hepatitis C, los laboratorios Gilead y AbbVie se enfrascaron en una batalla competitiva proveyendo tratamientos contra ese padecimiento, y la droga, en el curso de dos años, redujo su precio en casi el 75%. ¿Por qué dudar que la presencia de otras drogas, incentivadas por el Aduhelm, y en directa competencia con ésta, no forzarían el ajuste del precio para beneficio del consumidor?

La presente hostilidad de estos grupos “progresistas” hacia una droga que promete alivio a la humanidad, carece de sentido. Y mucho menos lo carece proviniendo de gentes, que, en el ámbito político, nunca han tenido remordimientos para endeudar el país a extremos exorbitantes.

Existe, pues, en el discurso de la izquierda “progresista”, una irreconciliable, irónica paradoja, entre la “dadivosidad” de ayer y la mezquindad de hoy.

Más aún cuando algunas de las prominente figuras en sus filas, pudieran ser potenciales beneficiarios de esta nueva droga.

BALCÓN AL MUNDO

Después de muchos años de sufrir la bárbara violencia musulmana, el gobierno francés ha decidido cortarle las alas a las mezquitas, donde se refugian los malhechores amparados por los líderes religiosos. A un buen número de esos templos les han suprimido, “temporalmente”, los absurdos subsidios que recibían. El gobierno del presidente Macón está presto a iniciar una revisión para traer a estos elementos al proverbial secularismo francés: el Estado, y la religión, deben estar debidamente separados. El parlamento estudia, y probablemente pasará, una ley enfatizando el respeto a los principios de la república que autoriza el cierre permanente de centros religiosos, sin orden de la Corte de Justicia, de comprobarse que sus líderes provocan violencia o incitan al odio. Al entendedor, pocas palabras.

  ¡Vive la France!

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  La Casa Blanca y varios congresistas cercanos al presidente están escudriñando aquí y allá, para encontrar, de alguna forma, la modesta cantidad de un trillón de dólares para la infraestructura. Todavía no la encuentran, pero prometen que cuando lo hagan, será sin agregar tax a la gasolina ni a los carros eléctricos.

Excluyendo estos dos artículos, ¿quiénes quedan para pagar la deuda del trillón?

Usted y yo, los miembros de la clase media, que somos, el jamón en el sándwich, siempre atrapados entre las dos lascas de pan.

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  Continúa la nación en medio de una crisis laboral post pandemia. ¿Qué pasa?  Simple: el gobierno ha sido el primer competidor con las industrias nacionales, en casi todos los sectores, otorgando subsidios innecesarios a millones de ciudadanos. Éstos, ante la disyuntiva de recibir pago como recompensa por su labor, y pagar sus impuestos, como manda la ley, decidieron optar por la recompensa del desempleo, más un bono de 300 dólares, todo libre de impuestos.

 Todo eso, mientras disfrutamos en el sofá de la casa, los shows por televisión.

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La crisis migratoria se agudiza y nadie en la administración Biden sabe cómo contener el arribo de miles de personas provenientes, cada día, de Centro América. Ahora se sabe que Kamala Harris fue a las cerca-nías de la frontera para enterarse, de primera mano, qué está pasando. Alguien se lo tiene que decir. Todavía no se ha enterado.

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