LA GUERRA, LAS MENTIRAS Y EL OFICIO DE INFORMAR

23 de marzo de 2022

La pertinente opción editorial de LIBRE dedicando la semana pasada su portada de colección a un periodistas caído en el frente ucraniano, ejemplifica uno de los aspectos más candentes de la agresión rusa en curso: la batalla de los comunicados, de la desinformación y de la reescritura de la Historia conducida por el Kremlim desde el puesto de mando de Putin y sus secuaces. Otra información en páginas interiores de la misma entrega aludió el Holodomor, término eslavo que en Ucrania designa por antonomasia la hambruna monstruosa provocada  por el stalinismo en 1933.

Se impone saludar con gran emoción la labor que están llevando a cabo para el mundo, los cientos de periodistas que, arriesgando el pellejo minuto a minuto, mantienen una indispensable presencia en el frente y en la retaguardia emitiendo despachos verídicos para contrarestar la vil campaña de comunicados gestada por los agresores. Como hemos podido constatar quienes consultamos los medios del enemigo, utilizando «todos los hierros» como punta de lanza, los rusos inundan la radio, la televisión, sus agencias internacionales y las redes sociales, divulgan las falacias más descabelladas. La más miserable es atribuir sus propios ataques al campo contrario, calificado sistemáticamente como «nacionalistas fanáticos y fascistas».  Sin sorpresa, del otro lado del planeta, el libelo cubano Granma, los cotorrones de la Mesa redonda habanera y el Telesur madurista  vehiculizan sistemáticamente el mismo amasijo de falacias.

Analizamos la semana pasada de qué manera el Kremlin ha desarrollado eficientes campañas de seducción en todos los países de la Unión Europea y en Francia en particular. Vamos a tratar hoy de hurgar en las raíces de ese quehacer de propaganda y de desinformación, que no es nuevo, tornando la mirada a cuando en 1933 y en otra Rusia, Stalin ordenó confiscaciones, desplazamientos y represión sin precedentes precisamente en la misma región ucraniana.

Es al mismo tiempo evidente que existe un paralelismo indiscutible entre la política que practica desde hace decenios el régimen de La Habana con la que históricamente despliegan otros sistemas totalitarios como el nazismo y el comunismo. Son entelequias represivas que para sobrevivir están obligados a sentar cátedra en materia de control de los periodistas. El mensaje siempre ha sido idéntico, vale decir solo permitir la existencia de aquellos que acepten no cruzar la raya roja trazada por las autoridades. Por eso matan actualmente en Ucrania y se sabe que todas las víctimas recientes estaban claramente identificacas como reporteros.

En la Unión Soviética posterior a la desaparición de Lenin y de Trotski,  el caso de Walter Duranty famoso corresponsal del New York Times es una ilustración célebre. Mantuvo con anuencia soviética su  acreditación de 1922 a 1936 y durante ese período  sentó cátedra a tal punto que se sabe que Franklin Roosevelt y su brain trust lo consultaban frecuentemente. Nacido en Inglaterra y naturalizado americano siendo adolescente, se autodescribía como «pragmático y realista». Simpatizaba con los bolcheviques como muchos en Estados Unidos, a pesar de no tener vínculos conocidos con la llamada izquierda ideológica. Poco a poco se convirtió en una herramienta muy útil para el poder soviético. En ese contexto pasó a la historia, ganando el Premio Pulitzer del año, con una serie de artículos en 1932 en los que describió falazmente los «éxitos» de la colectivización estalinista precisamente en Ucrania. Naturalmente todos sus colegas periodistas que entonces trabajaban en Moscú sabían que Duranty mentía, si bien ninguno daba el paso de desmentirlo algo a lo que no se resignó Gareth Jones al entrar en escena, gesto con el cual ocasionó un verdadero temblor de tierra.

Jones había conseguido un permiso en Londres para viajar a Moscú, a la Ucrania profunda y a sus campos donde sabía como tantos qué estaba ocurriendo. Como trabajaba como asistente del ex-primer ministro Lloyd George, la diplomacia soviética pensó poder utilizarlo cual dócil instrumento de propaganda, sin sospechar que aquél joven que se había hecho conocer entrevistando en Berlín a Hitler iba a engañarlos como lo hizo. En la aventura Gareth Jones no viajó solo. Lo acompañó otro personaje singular acerca del cual tal vez escribamos un día,  el americano Jack Heinz II, heredero del imperio del ketchup poco interesado en aquellos momentos en las salsas del tomate. Hablando perfectamente el ruso el reportero inglés vió y escuchó todo en las ciudades y en los pueblos ucranianos. Sus fidedignas descripciones plasmadas en los despachos que publicó en Londres estremecieron a la opinión pública provocando la réplica soviética que hoy, a casi un siglo de distancia, puede conectarse con la labor de zapa que los agentes de Putin ponen en práctica para desinformar.

Tres años después de haber sido abandonado por sus pares y por una clase política británica que sutilmente saboteó su empeño de difundir la realidad vista por él en aquella Ucrania, Gareth Jones fue oportunamente asesinado en Manchuria, China mientras trabajaba en la preparación de unos reportajes acerca del Lejano Oriente  que le habían encargado. Fue una operación casi «de libro», como la hubieran signado los rusos putinistas de hoy : tres balas en la cabeza siendo el hecho atribuído al bandidismo local antes de archivarlo prestamente y para siempre. La sombra de la NKVD no se despintaba pero ¿qué importaba entonces y ahora al mundo un cadáver más por muy periodista que fuese?.

El camuflaje en política viene de muy lejos por lo que dista de ser una novedad. Los riesgos que corren los periodistas en su métier mucho menos. Para ilustrarlos recomendamos a nuestros lectores una película reciente,  La sombra de Stalin de la realizadora polonesa Agnieszka Holland la cual,  igual que los ensayos escritos por Anne Applebaum,  podrán servirles para comprender en parte lo que en la materia está ocurriendo en Ucrania y en Rusia. Son, entre muchas más, dos trabajos que hoy se imponen como referencias a las atrocidades que los totalitarismos y las complicidades de los débiles provocan irreversiblemente en el destino de los pueblos.

Temas similares…

Churchill y Cuba

Churchill y Cuba

Los vínculos del ex primer ministro británico Winston Churchill (1874-1965) con Cuba y los cubanos se remontan a su...

0 comentarios

Enviar un comentario