Es la segunda vez, desde que empezó la barbárica invasión rusa a Ucrania, que surge la amenaza de un conflicto nuclear. Primero lo expresó el mismo Vladimir Putin, de forma velada. Hace pocos días lo repitió, Dimitri Peskov, su vocero personal, de forma explícita, alegando que Rusia tiene el derecho, por virtud de su constitución, de usar la fuerza nuclear si su existencia se ve amenazada.
Resulta evidente, por esta invasión, y por sus palabras, a través de los años, que Putin pretende reformular, y rediseñar, el horizonte geopolítico de Europa, a la época pre zarista, donde Polonia y los países bálticos entrarían en la órbita rusa. Pero esos países, desde los años 1,500, eran naciones soberanas, legal y prácticamente constituidas, por lo tanto, las ambiciones rusas actuales son absolutamente absurdas y carente de validez. Vladimir Putin no sólo quiere retornar a la estructura de la desaparecida Unión Soviética, sino que apetece ir mucho más atrás, incluso antes del imperio zarista. Y, ¿cómo intenta Putin lograr esta enloquecida conquista? ¡De cualquier modo! Ya tenemos el ejemplo en la masiva destrucción ucraniana con los bombardeos diarios a las poblaciones civiles. Pero éste es sólo el comienzo. El dictador ruso no parará en su intento, hasta que alguien lo pare. Y tienen que ser Estados Unidos, la Unión Europea, y la OTAN, los que frenen esta demente ambición de conquista. Tienen el poder, ¿pero también el apetito, la resolución y el coraje?
Para ser claros, directos, y crudamente francos, debemos proclamar, y aceptar la realidad de que nunca la Humanidad se ha visto más amenazada de aniquilación, que en estos momentos. Frente a los botones de destrucción nuclear, se encuentra un esquizofrénico ambicioso con ansias imperiales. Las cosas no le van bien en su criminal aventura contra Ucrania. Ha perdido la guerra. Está desesperado. Y sus reacciones son impredecibles, al extremo de que ya está hablado de una guerra nuclear, y esto lo hace sumamente peligroso. Es el primer mandatario de una potencia nuclear que se ha manifestado en términos tan espeluznantes.
El Mundo Libre se encuentra en una disyuntiva potencialmente existencial. No puede, ni quiere, arriesgarse a una guerra nuclear en la cual no habría ganador. Ni puede, tampoco, moralmente, dejar de hacer todo, absolutamente todo lo posible, para detener la masacre que empezó en Ucrania el 24 de febrero, y que no sabemos dónde y cómo, terminará. La decisión que confronta la alianza EE.UU. y OTAN, no es fácil. Debemos evitar una conflagración nuclear, pero, ¿a qué precio? Y ¿a qué riesgo?
La extensión de la responsabilidad de proteger depende de la habilidad para hacerlo, y el grado de riesgo que conlleva la acción. En algún punto en el nivel de riesgo, la intervención para salvar a otros, en este caso Ucrania, la cuestión se convierte en una cuestión moralmente opcional. ¿Qué hacer? No podemos arriesgarnos a una guerra nuclear, pero tenemos que ayudar a Ucrania. Lo hemos hecho. Estados Unidos y sus aliados han contribuido con gran cantidad de armamentos, y otros recursos, que los ucranianos han usado con gran heroísmo y efectividad. Pero, al final, creo que deberíamos haber hecho más. ¿Por qué no proveerlos de los aviones prometidos por Polonia? ¿Es tan enorme el riesgo que no compensa los beneficios que traería a la defensa de Ucrania? ¿Cuál es la diferencia, en principios, entre la entrega de estos aviones y la ayuda que le hemos estado prestando hasta ahora?
En abril de 1994 se libraba una guerra atroz en Rwanda. Los hutus asesinaban a mansalva a los tutsis, pero las naciones poderosas que podían intervenir para parar el genocidio se negaban a hacerlo. Al final de la guerra más de medio millón de tutsis habían sido asesinados. El entonces presidente Clinton reconoció que, una intervención de las naciones poderosas, pudieran haber evitado, de haberlo hecho, unas 300,000 muertes y concedió que su renuencia a intervenir en el conflicto fue uno de los peores errores de su presidencia. Hoy el caso se repite, bajo diferentes circunstancias, con mayores posibles desastrosas consecuencias, en Ucrania. La omisión de 1994 fue criminalmente costosa para millones de tutsis. ¿Vamos a repetir la historia?
La invasión rusa a Ucrania entra en su segundo mes. Las fuerzas armadas del país, y su pueblo, aún resisten de forma sorprendentemente admirable, en muchos casos, carentes de agua y alimentos.
No sabemos exactamente, en detalles, cómo terminará esta criminal agresión injustificada a una nación libre y soberana. Sabemos de antemano, a groso modo, que no terminará bien. Ucrania terminará en ruinas. En cenizas. Y Rusia, merecidamente, entrará en un período de profunda depresión económica y será vista como una nación paria en la comunidad internacional con un ejército totalmente desmoralizado.
Es del todo probable que, dentro de unas semanas, o meses, presenciemos el desmembramiento, o total destrucción, de una nación soberana ante nuestros ojos; y tal vez nos toque el momento de preguntarnos si hicimos todo lo que razonablemente se esperaba de nosotros, sin extender el riesgo de una guerra con un agresor armado con fuerza nuclear.
La historia dirá.
BALCÓN AL MUNDO
En la primera semana de la invasión rusa a Ucrania, los tres chihuahuas latinoamericanos, Díaz Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro, comenzaron a dar ladridos, o chillidos, de apoyo a Putin. ¡Daban asco!
Ahora, cuando las cosas les van mal a Putin y a Rusia, y por extensión, a ellos, ya ni ladran, ni chillan. Están silenciosos, con el rabo entre las patas, reconociendo que le apostaron al gallo perdedor.
De ahora en lo adelante serán los socios perdedores en la aventura criminal y compartirán la miseria con el que un día les favoreció, pero que ya ha caído en desgracia, arrastrándolos cuesta abajo.
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MacKenzie Scott, ex esposa de Jeff Bezos, fundador de Amazón, donó la semana pasada 436 millones de dólares a la organización Habitat for Humanity.
La Sra. Scott posee una fortuna de 54.4 billones de dólares y es una prominente filántropa.
¡Ya ven, los ricos americanos no son tan malos como dicen!
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Hasta el día 23 de marzo los rusos han perdido en su criminal ataque a Ucrania, alrededor de 15,000 soldados, 97 aviones, 121 helicópteros, 500 tanques y 24 drones. Se calcula que los rusos pudieran llegar a perder, entre muertos, heridos y desertores, entre 40 y 50 mil hombres. Un desastre de magnitud espectacular en una guerra tan corta.
¡He ahí la invencibilidad del ejército ruso!
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La crisis energética, el alto precio de la gasolina y el gas, y de todos los productos en el mercado, comenzando por la canasta básica, no es el resultado de la guerra. Ni Rusia, ni Putin tienen nada que ver en esto. Se debe exclusivamente a la errónea política demócrata de querer eliminar a la industria petrolera con la esquizofrénica obsesión de la “clean energy” que no tendrá un efecto substancial en el suministro hasta dentro de 25 años. La inflación se echó a andar, aceleradamente, desde que Biden llegó a la Casa Blanca.
Dos años atrás el galón de gasolina costaba 40% menos. La inflación andaba por el 2% y exportábamos petróleo y gas porque producíamos 12.8 millones de barriles de crudo diario. Hoy producimos 9.3 millones. ¿Por qué?
El presidente Biden le debe ciertas explicaciones al pueblo americano.
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