La Guerra al Rock and Roll. Aldeanismo y Arterioesclerosis contra Optimismo y Juventud

Written by Libre Online

16 de marzo de 2022

Por  ALEJANDRO ROQUE (1957)

El Rock and Roll no se puede quejar. Se le ha recibido como a un héroe: con apasionada admiración y con inquinas irreprimibles. Los jóvenes lo adquieren en discos, lo bailan en los portales de sus casas, lo silban por las calles, lo llevan a la televisión. Los viejos lo acribillan a dicterios. Columnistas de periódicos que se caracterizan, como el lirón, por estar en una siesta perenne, se han despertado con el ruido de la nueva danza y han puesto el grito en el cielo. La circunspecta CMQ le ha dedicado una Mesa Redonda.  Y para no desentonar en este coro de censuras, el Ministro de Comunicaciones lo ha proscrito de las pantallas, considerándolo poco menos que una expresión del mismo infierno. (Luego el Ministro, atendiendo a intereses comerciales afectados, lo ha tolerado, pero expurgándolo de toda violencia, de toda exhuberancia y de toda pasión, que es como dejarlo en nada.)

¿Qué tiene el Rock and Roll, en realidad, para que se le persiga de esta manera? Como hemos visto en los periódicos, no es sólo en Cuba donde hay quienes lo consideran inmoral, indigno y sumamente peligroso para los jóvenes. ¿Es ciertamente, como baile, un baile lúbrico? ¿Es, como música, una evidencia de degeneración? ¿Empuja a la gente joven a acciones desesperadas, colocándola en un plano nihilista en el que nada se respeta porque nada parece digno de respeto?

Estas preguntas y cuantas más puedan sugerirse se contestan por sí solas en cuanto se ve una sesión de esta combativa danza. Lo que ocurre es que la mayoría de los que escriben o hablan sobre ella, no han tenido tiempo para detenerse en tan pequeños detalles, ¿Ver bailar el Rock and Roll? ¿Pensar serenamente, con la cabeza en su sitio y los pies en el suelo, si esto es en realidad algo más que una expresión de júbilo muscular, una eclosión del ímpetu de la época? ¡Nada de eso! ¿Cómo se le va a pedir a los comentaristas e impugnadores que desciendan a tanto? Ellos han oído alguna vez, en cualquier toca-discos bodeguero, ese ruido moderno.

Ellos han leído algunos cables, en que se habla de protestas de sacerdotes y autoridades de España y de Colombia. Y ellos han notado que aquí hay ciertas gentes, con las que nunca conviene ponerse a mala, a las que tampoco les gusta. ¿Para qué hace falta más? Con menos base que esta, se emiten constantemente en Cuba juicios de presunta trascendencia política, científica o cultural. ¿Por qué vacilar en la execración al Rock and Roll desde la misma plataforma improvisada?

Como se ve, los impugnadores de la furiosa danza tienen escasa consistencia en sus argumentos. Pero no reparemos en esto. No tengamos en cuenta que lo que dicen es puro cotorreo, franca repetición. Hagámonos la idea de que sus alegatos responden a un análisis real del asunto y su preocupación a un desvelo positivo por nuestra jueventud. Y respondámosle en la forma que merecen. Para empezar, aislemos en tres capítulos concretos la esencia de su formación. Son éstos: ¿Es inmoral el Rock and Roll? ¿Representa la degeneración y la decadencia juveniles? ¿Atenta contra la estabilidad emocional y espiritual de los adolescentes?. Colocada la cuestión en este trípode imaginario, partámosle de frente, comenzando por la primera pregunta.

¿Es inmoral el Rock

and Roll?

Los periodistas, funcionarios y sacerdotes que se han pronunciado energéticamente en contra de la música y el baile creados por el joven cantante americano Elvis Presley han olvidado un detalle, que es éste: toda afirmación necestita afianzarse en un mínimo de veracidad, o de lo contrario se deshace, como una pompa de jabón, en el más rotundo ridículo. En la velocidad con que ha querido atajar esta nueva música, no tuvieron en cuenta algunas elementales consideraciones. Por ejemplo: no se han preguntado si este baile colectivo tiene una coreografía que sugiera escenas libidinosas, si la ropa con que se baila es provocativa o ropa común, o si las parejas danzan estrechamente o lo hacen con la limpieza y honestidad de movimientos que tiene, pongamos por caso, el baile español de las regiones no-andaluzas.

Si se hubieran tomado ese pequeño trabajo, habrían visto que el Rock and Roll no es otra cosa que la clásica “square dance” del Medio Oeste americano, especie de jota tejana en la que no va envuelta, en ningún momento, la más ligera alusión  al sexo y a la carne. ¿Cómo puede ser inmoral un baile en el que las parejas jamás se abrazan y en el que los cuerpos se mueven al compás de una coreografía simple y veloz, que excluye todo lento remeneo? ¿Cómo puede ser inmoral y lasciva una música cuyo ritmo trepidante no sugiere otra coreografía que ésa que se le ha dado, consistente en saltos, esguinces, y pasos rápidos que más parecen un ejercicio físico que una manifestación artística? ¿Y a quién se le ocurrirá llamar morbosa a una danza ejecutada en grandes grupos, en medio de risas, gritos y palmadas?

Inmoral, por ejemplo ¿desde ese ángulo que ellos entienden lo moral que es ciertamente un ángulo muy correcto? Sería en ese caso la rumba, en la que los bailarines se contorsionan lascivamente, remedando en sus pasos todos los accidentes y características del acto sexual. Inmoral sería el baile de los cabarets, que se hace casi en la oscuridad, con las parejas unidas hasta parecer una sola persona. E inmoral, igualmente, podía considerarse la música de los nigth clubs, (contra la que nunca se ha oído una palabra de crítica) la que, apoyándose en los instrumentos de sonoridad más sensual dentro de la rica gama de las orquestas modernas, no es, en algunos momentos, más que un enervante de la sexualidad.

Pero esto, sin embargo, no lo han visto los impugnadores del Rock and Roll. Como no ven tampoco, digamos de paso, otras doscientas mil inmoralidades que ocurren todos los días delante de sus narices. Pero ya se sabe de viejo que no hay peor sordo que el que no quiere oir. Como se sabe también cuán fructífero suele ser en ciertos países, cierto género de aspavientos. Y vista la primera cuestión, pasemos inmediatamente a la segunda.

¿Representa el Rock and Roll la degeneración y decadencia de la juventud?

Los gratuitos caballeros de las buenas costumbres, príncipes de la arterio-esclerosis, argumentan también que el Rock and Roll debe ser combativo pues representa una forma de degeneración y decadencia de la juventud. Creen que esas palmadas, esos gritos y esas contorsiones atléticas están más cerca de la selva o el manicomio que de ninguna otra parte. Y aseguran que los muchachos que se entregan a esta pasión del músculo y del ritmo son la semilla de una peligrosa desintegración moral.

Esta paparrucha.  A la que hemos calificado benévolamente de argumento, no resiste el primer tiro dialéctico de la razón, ¿Por qué ha de ser degenerada y decadente la juventud que baila y canta y no la que sufre y llora, como vemos en algunos países? ¿Por qué han de representar la desintegración de nada, como no sea del pesimismo y que se juntan en ruidosas pandillas, sacan una guitarra o un toca-discos y elevan al cielo el estrépido de sus fuertes pulmones, levantando las piernas al aire como si fueran futbolistas?

Por el contrario, estos muchachos y muchachas son los sanos. Estos jóvenes que no se paran en frenos, que no tiene complejos ni inhibiciones porque saben que el futuro les pertenece, son los amos del mundo. De esta juventud optimista, que baila ebria sin beber una sola copa, es el porvenir, por mucho que les pese al algunos.

Se comprende que la juventud española, la que nació al terminar la guerra y no ha conocido más que miseria y dolor, sotanas y gendarmería, no quiera participar del Rock and Roll, que es una fiesta de gente alegre y despreocupada. Se explica que no quiera bailarlo tampoco la juventud de Rusia, carne de cañón, de koljós o factoría. Pero los jóvenes de los pueblos libres, hijos de padres libres, que pueden adquirir un disco porque tienen con qué, o reunirse en un salón público, porque no hay policía que se lo impida, esos sí pueden entregarse al disfrute de un baile que les consume un poco de energía sobrante, les afloja los nervios y les diminuye la tensión de la líbido.

Llamar decadente y degenerada a esta juventud, o a la sociedad que la produce, no puede ser otra cosa que ignorancia, prejuicio político o mala fe. Porque de todo hay en esta algazara anti-rock-and-rollista, no se olvide. Pueblo que canta y baila es pueblo sano. Y si el baile y el canto son estentóreos y atléticos, mucho mejor.

¿Atenta el rock and roll contra la estabilidad emocional y espiritual de los adolescentes?

El último argumento casi acaba de ser derribado en el párrafo precedente. Sabido es que la juventud, que es sangre, fuego y músculo o no es juventud, necesita darle salida a toda esa sobreproducción de su físico de algún modo. Desde los griegos, y quizás desde antes, se ha utilizado los deportes como drenaje. ¿Por qué rechazar hoy el Rock and Roll, que cumple, más o menos, esa misma función? ¿Por qué negarnos a que nuestros hijos se entreguen con sus camaradas, una o dos veces por semana, a estos torneos colectivos de los que regresan satisfechos, como regresa el cazador adulto de su caza o el pescador de su pesca? ¿Por qué combatir las cosas con una venda en los ojos?

Los jóvenes cubanos que actualmente cantan y bailan el rock and roll pertenecen a todas las clases sociales. Los hay pepillos de sociedad, que siguen en esto el impulso de imitación servil a todo lo yanqui que los convierte muchas veces en ridículos petimetres.

Los hay pertenecientes a las familias de las pequeñas burguesías. Y los hay finalmente del pueblo-pueblo, como  se ha visto en el programa de rock and roll por la televisión. Jóvenes blancos y negros, jóvenes bien vestidos y jóvenes de indumentaria modesta, han estado bailando juntos durante algunas semanas ante las cámaras. Se les veía risueños y alborotadores, como cuadra a su edad, jadeantes del esfuerzo realizado y llenos de ánimo para ganar los premios que se ofrecen, que los conducirán a torneos posteriores en Miami, México y Puerto Rico. Su conducta en todo momento, ha sido la de unos insipientes atletas que se aprestan a ganar una competencia. ¿No es una muestra de suciedad espiritual calificar todo esto con epítetos rebuscados en el baúl de nuestra mente adulta llena de prejuicios?

 ¿No será que en este caso, como en muchos, el inmoral y el decadente no es el espectáculo, sino el que así lo ve?

Cuba no se caracteriza, precisamente, por ofrecer manifestaciones artísticas muy serenas. Mal puede ser sereno y contenido quien lleva por sus venas esas dos velocidades y ardores que son la sangre negra y la sangre hispánica. Por esta causa, quizá, nuestros jóvenes se han entregado tan ardorosamente al rok and roll. ¿No dieron esos mismos jóvenes cubanos, a quienes ahora considera amenazados por esa locura foránea, esa otra locura nativa que se llama el mambo? ¿No es el toque de tambor de la rumba, en sus momentos culminantes, mucho más exitante y furioso que ese ritmo creado por los yanquis? ¿Y cuándo hemos visto–fuera de la provinciana y ridícula Filipinas­ que ningún país civilizado le pusiera el alto a nuestras dos grandes danzas?

Los que se oponen al rock and roll en Cuba están ofreciéndole al país, y al resto del mundo, un espectáculo de bochornoso aldeanismo. Déjese a la juventud disfrutar a su modo de sus músculos y de la alegría de su alma, que ya encontrará por su propia cuenta esa juventud, cuando llegue la hora, el camino de la responsabilidad social y del rigor frente a los deberes. La Historia nos enseña que aquellos países de más control–sea éste del músculo o del pensamiento– no se han caracterizado precisamente por producir hombres, sino robots.

Y los que quieren de verdad encauzar a nuestros hombres y mujeres jóvenes, y los que dicen preocuparse por su futuro, que trabajen porque la Patria sea cada día más grande y próspera, para que cada cual tenga una oportunidad. ¡Qué éste si es un problema serio y digno de la atención de todos, y no el inofensivo rock and roll, que si es áspero, detonate, frenético y violento no lo  es, en fin de cuentas, más que porque refleja los nervios y la convulsa vida social de nuestra época!

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