La gran Vía de La Habana

Written by Alvaro J. Alvarez

6 de octubre de 2021

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

En Madrid existe la Gran Vía pero en La Habana también tuvimos una Gran Vía mucho más dulce que la madrileña, aunque por supuesto al llegar el ciclón de 1959, se acabó todo porque pasó a formar parte del Ministerio de Ruinas, el preferido del Destructor en Jefe.

José, Valentín y Pedro García Moyedo, eran tres hermanos que nacieron en Talavera de la Reina, provincia de Toledo, España y en 1919 los tres García abandonaron su tierra quijotesca para probar fortuna primero en Méjico pasando luego en 1920 a la siempre fiel isla de Cuba, adonde arribaron sin un duro y se asentaron en Güines, pueblo de tierras rojas y fértiles situado a 50 kms al S.E. de la capital.

Como ellos ya tenían bastante conocimientos de repostería, decidieron en el año 1921 comenzar a ganarse la vida haciendo dulces. Sus primeros clientes fueron comerciantes y campesinos de la zona.

Empezaron haciéndolos para los comercios del área campesina y tuvieron gran aceptación. Y como lo bueno gusta a todos, aquellos dulces y cakes artesanales, en poco tiempo ya tenían fama más allá de los límites de la región.

Su dulcería fue la primera repostería en Cuba que inició la práctica de presentar sus mercancías envueltas en papel transparente. Desde sus inicios alcanzó fama y le llovieron pedidos de todo el país, lo que les permitió irse mudando sucesivamente, dentro del mismo Güines, a locales más grandes.

El éxito fue tan amplio que decidieron en 1940 llevar sus ricos productos para La Habana y se instalaron en la calle Santos Suárez #118, entre San Indelecio y San Benigno, en el Reparto del mismo nombre. Ud podía hacer su pedido llamando a su pizarra rotativa 4-8523.

José, el mayor, se encargaba de la administración y verificaba la técnica de elaboración, Valentín, el hermano del medio, supervisaba la producción, venta, organización y mejoramiento de los talleres y publicidad, mientras Pedro, el menor, se encargaba de la gerencia y la contabilidad.

Esta Confitería Fina fue sin duda alguna la más popular de La Habana debido a la fama de sus cakes de nata, los pastelitos de guayaba y las señoritas. Allí podías comprar pan fresco, montecristos, capitolios, torrejitas, eclairs, tartaletas, coffee cakes Pero también eran deliciosos y únicos el cake de bombón, las panetelas borrachas, el panqué, las torticas, el pan de gloria, el cake de helado y hasta el masarreal y otros que hacían que el barrio de Santos Suárez fuera preferido de todos los amantes del buen dulce. Todas las especialidades eran empaquetadas en cajas por las cinco elegantes y uniformadas empleadas que atendían al público.

Llegabas a tu casa, abrías aquella caja con su dibujo de un cake en una vía de ferrocarril y podías percibir un producto que era una delicia al olfato. Los dulces parecían siempre recién hechos y en los alrededores del local, había siempre un olor típico y agradable.

Su clientela era tan numerosa que los García compraron el terreno frente a su dulcería para que los clientes pudieran parquear comodamente sus carros, pues ellos llegaban desde todos los rincones de La Habana.

El 6 de junio de 1952 inauguraron un nuevo local, más amplio y moderno, con 120 empleados, en Santos Suárez, aprovechando ese momento para instalar maquinarias altamente eficientes y totalmente asépticas.

El edificio se dividió en tres departamentos:

1) Salón de Exposiciones y Venta.- Dedicado al público, contaba con hermosas vidrieras, modernas y lujosas, con un estilo propio y original, a la par que artísticamente presentadas. Este salón ofrecía a los clientes todo tipo de comodidades, incluyendo aire acondicionado.

2) Salón de Productos Elaborados y Existencias.- Un almacén para colocar la producción antes de pasarla al área de exposición y ventas. También contaba con aire acondicionado.

3) Talleres.- Era el área donde se confeccionaban los cakes y los dulces. Contaba con la más moderna maquinaria de su tipo en el país. Un aspecto muy curioso de estos talleres era que los clientes podían observar a los obreros trabajar desde un mirador expresamente construido para ese fin desde un nivel superior. De esa forma la empresa convencía a sus clientes de la pulcritud y el orden que regía todo el proceso de producción.

Para esa fecha, tenían ya otros dos establecimientos en la capital, uno de ellos nombrado La Suiza, situado en 23 # 1156 al lado del Ten Cent y con el teléfono 30-3267. Super Cake S.A. en San Lázaro #686 esquina a Belascoaín con el teléfono 7-8414.

Desde sus inicios, los hermanos García ofrecieron calidad, los ingredientes para elaborar su variada oferta era de primera. La nata de los cakes, la especialidad de la casa, la hacían con leche fresca.

La pastelería atendía clientes en la tienda, pero también recibían pedidos telefónicos y ofrecían el servicio de entrega a domicilio de los encargos, con una flota de camionetas propias.

Los García estaban orgullosos de poseer fórmulas secretas que daban a sus productos un sabor mucho más exquisito que el de sus competidores. La realidad es que las materias primas utilizadas por la empresa eran de la mejor calidad y para la elaboración de sus famosos super cakes, su producto estrella, sólo utilizaban harina importada y de primera calidad. La mecanización de la industria posibilitaba que durante el proceso de fabricación los obreros no tuvieran, prácticamente, que tener contacto con los productos.

Los clientes podían hacer sus pedidos de forma personalizada. Luego los casi 40 maestros pasteleros, ayudantes y decoradores, todos con sus blancos e impecables uniformes, delantales y gorros de cabeza, se encargaban de darles forma artística, convirtiéndo el merengue en carrozas, aviones o cualquier otro tipo de figura escogida por el cliente. Esto causaba sensación entre los pequeños y los padres complacientes y pudientes siempre preferían hacer sus compras en La Gran Vía.

Sin embargo, a pesar de su exclusividad y fama, la casa producía pastelería para todo el entramado de la sociedad cubana. Lo mismo podía hacer un cake de $500 para el millonario más exigente que uno de $1.50 para las familias más modestas. Como la dulcería tenía en exhibición parte de su mercancía, era un atractivo extra ir a comprar allí y en fechas significativas como el Día de los Enamorados, de Las Madres o Fin de Año, el local no alcanzaba para acomodar a todos los que deseaban adquirir un cake.

Según los cálculos más conservadores La Gran Vía podía elaborar hasta 3,000 cakes en una jornada de 8 horas y además, fabricar una amplia lista de dulces diversos.

La calidad, el sabor y también la frescura de los productos de la dulcería fueron los elementos que hicieron de este, un sitio muy especial. Muchas personas recuerdan la pastelería por su inigualable y agradable aroma, además por la limpieza y el evidente empeño de los pasteleros al preparar los dulces.

Tras ser robada por Fidel Castro, los propietarios de la Gran Vía abandonaron la Isla y comenzando desde cero, establecieron un exitoso negocio en San Juan, Puerto Rico ayudados por los hijos, los García de segunda generación. Valentín Jr. que nació en Gűines en 1929 cuenta que allí tuvieron 45 empleados y él dedicó 32 años de su vida a mantener la calidad de los dulces originales García Moyedo. Luego en Florida los de tercera generación tratan de imitar a sus antepasados en su fábrica de pastelitos.

Entretanto, la dulcería en Cuba se conservó durante varios años, con poca calidad y poco a poco fue disminuyendo su producción hasta que cerró sus puertas, para disfrute del Destructor en Jefe.

Conocemos otras dulcerías Gran Vía en Brooklyn y Queens en Nueva York, Union City en Nueva Jersey, Inglewood en California, Panamá y México, pero todas sin relación con la original de los tres García y ninguna ha logrado igualar el sabor y la calidad de aquellos de Santos Suárez.

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