LA DISCRECIÓN

Written by Rev. Martin Añorga

2 de junio de 2021

La discreción es una virtud que muchos solemos ignorar. A Mark Twain alguien le dijo que iba a confiarle algo, pero que no podía repetirlo a nadie más. La repuesta de Twain fue inteligente: “si se trata de algo tan secreto no debes compartirlo con nadie, así que no me digas nada”. Razón tenía el laureado autor. Esa manida frase que acostumbramos a usar: “me enteré de …, pero no se lo digas a nadie” es el lamentable comienzo del chisme, y a veces la complicidad de personas decentes con ajenas consecuencias. En cierta revista leí de alguien que afirmaba que jamás se había arrepentido de estar callado, pero sí muchas veces de haber hablado.

A los clérigos, tanto católicos como evangélicos acuden muchas personas para contarnos sus cuitas, errores y pecados. Bajo circunstancia alguna comentamos o rebelamos lo que se nos confía. Esta devoción debiéramos adoptarla los que no pertenecemos a la vocación pastoral. Por supuesto, hay excepciones y cada persona debe tener la necesaria madurez para determinar el tema de sus conversaciones. Debemos estar siempre seguros de que adoptaremos como lema nuestra discreción sin necesidad de ser orgullosos, altivos o desconfiados.

En La Biblia en el libro de los Proverbios leemos estas palabras: ‘’la discreción te cuidará tanto como ha de protegerte la inteligencia” (2:11), y en otra advertencia se nos aconseja “hijo mío, conserva el buen juicio, no pierdas de vista la discreción” (3:21). Esta otra cita es impresionante: “hijo mío, pon atención a mi sabiduría y presta oído a mi buen juicio, para que al hablar mantengas la discreción. (5:2).

El uso de la palabra es un regalo de Dios del que no disfrutan los animales, con la divertida excepción de la cotorra, que repite lo que oye, pero sin saber lo que dice. Los niños aprenden las palabras que les enseñamos y muy a menudo, al precisar lo que dicen los mayores nos damos cuenta de la clase de vocabulario del que se servirán. Cuando hablamos con hipocresía y diciendo mentira nos olvidamos del riesgo que corremos al mutilar el tema de nuestra conversación. Claro, nunca debemos usar nuestras palabras para herir ni para molestar, y en ocasiones hemos de exponer nuestra piedad al dirigirnos al prójimo teniéndose en cuenta sus necesidades y su expectación No hay peligro de discreción en un elogio, una conversación fraternal, ni aún en una mentira compasiva. Joseph Addison acuñó un sugestivo pensamiento: “hay muchas más cualidades brillantes en la mente del hombre, pero ninguna es tan importante como la discreción’.

La discreción es una manifestación positiva y personal. Cada individuo decide si quiere ser discreto o no. Ciertamente cada persona escoge ser de una forma u otra; pero es irreversible el hecho de que todos los seres humanos valoramos nuestras convicciones y sentimientos de acuerdo con las circunstancias en las que desarrollamos nuestras vidas. Hay al menos tres factores que determinan nuestras características individuales: la fe religiosa, la cultura y el ideario social y político. Un cristiano no actúa igual que un ateo, una persona intelectualmente equipada no se comporta igual que un ignorante y un liberal, comunista o demócrata, no encaja en un grupo de conservadores. Una gran cantidad de individuos no actúan de acuerdo con la etiqueta de la que se ufanan. Hay cristianos que jamás ponen un pie en una iglesia, que viven maritalmente sin haberse casado, entran en negocios turbios sin complejo de culpa, abusan de los débiles o de sus empleados, y si extendemos esta lista necesitaríamos de una casa de campaña. ¿Cuántos cristianos usamos una careta de santidad al tiempo en que violamos un elemental sentido de discreción que viola los valores de la lealtad y la compasión? El Apóstol Santiago en su epístola hace una crítica que pudiera incluir a muchos de nosotros, cuando condena a los que practican discreción en favor de los que abrazan causas injustas. La discreción, evidentemente es una virtud que corrompen los envidiosos y los mal intencionados. El problema es que nadie estima que la discreción es una falta, un pecado o un perfil de venganza. Una buena advertencia la comparte Jill Paton Walsh cuando dice que “si le cuentas a alguien un secreto y le pides que lo mantenga en secreto, le está pidiendo que muestre una discreción que no puede mostrar usted mismo”. La discreción no es una mercancía a la venta ni un complemento para promover alianzas infecundas. Es, e insistimos, en la gran ratificación de que se trata de una virtud.

En la publicación Christian Nestell Bovee leí un pensamiento con un breve tinte humorístico: “la discreción es la sal y la fantasía el azúcar de la vida; uno lo conserva y el otro lo endulza”.  Lamentablemente la discreción se presta para el chisme y la complicidad. Lo que se dice en voz baja, evadiendo la presencia de otros y lo que se comunica en tono escurridizo y sospechoso siempre llama la atención.

De aquí que insistamos en que la discreción no es para exhibirla como un trofeo ni para usarla como un vehículo de complicidad. No tiene que ser miel para los oídos ni condimento para darle sabor a las dulzuras de los misterios.

Hay incidentes en la vida en los que se demanda que violemos nuestra discreción. Un asalto del que hemos sido testigos y nos es dable identificar a los culpables, un accidente mortal del cual escapa el culpable que hemos visto frente a frente son casos poco comunes de los cuales no podemos apartarnos. Para nosotros, los que servimos al Señor en las iglesias evangélicas, estas situaciones no violan ningún compromiso ni afectan nuestras convicciones. Para los sacerdotes de la Iglesia Católica el sacramento de la confesión es inviolable aunque en casos que implican atención a delitos mayores se condona la condición sacramental, pero nunca un hecho como ese deja de ser conflictivo para todo sacerdote que se identifica de manera total con su sagrada misión.

Nuestra nota final es la afirmación de que como cristianos y personas de bien debemos siempre mantener principios altos, lealtad inalterable a nuestra militancia y una fe absoluta en nuestra capacidad, otorgada por Dios, de vivir vidas llenas de limpieza, paz y esperanza. Ser discretos es una manera de ser fiel.

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