Estamos en la sexta semana de la guerra desencadenada por Rusia contra Ucrania. Si para los verdaderos especialistas lo que esta sucediendo era una jugada previsible desde hace quince años, no es el caso para mi y lo que esta sucediendo se presenta a mi modesto análisis casi como inverosímil. Es cierto que es a posteriori que se aprecian los engranajes de la historia. Muy pronto empezaremos a ver si la batería de sanciones que Occidente ha decretado contra el régimen de Putin tiene efectos tan inmediatos como ha sido el del aumento de los precios en la canasta básica y la energía que consumimos. Da la impresión, según reportes que han filtrado en los últimos días, que Moscú había anticipado, habiendo tomando medidas desde hace varios meses, casi desde la toma de posesión de Joe Biden. De ser verídico tal aserto puede interpretarse como ilustrativo de la valoración que ha hecho el poder ruso del actual presidente americano contraponiéndolo a su predecesor. En la balanza están otros factores concomitantes que pueden haber contribuído al sentimiento de prepotencia que trasciende desde el lado ruso.
Es muy temprano aún para saber si la desdolarización de la economía y la tenencia de un cuantioso tesoro de guerra en reserva oro va a permitir en Rusia el funcionamiento del mercado interior y el establecimiento de mecanismos de sustitución que garanticen la circulación de otras divisas y un mínimo de ductilidad en las redes de importaciones indispensables, todo esto sin que se cree un caos irremediable en los circuitos de producción, consumo e inversiones que en todo país por grande que sea resultan indispensables al pueblo, a la policía y al ejército. Pero al mismo tiempo existe otra realidad paralela, la impuesta por los gobiernos que se oponen en bloque a la guerra ilegal, a cientos de empresas multinacionales foráneas implantadas en Rusia.
La actitud guerrerista de Vladimir Putin era desde hace tiempo fuente de preocupaciones para los grandes capitanes de la industria y del comercio que durante años utilizaron sus contactos con Putin a manera de viático para obtener ventajas a la hora de negociar contratos. Casi todos los grandes nombres, las empresas que cuentan y en Francia al menos es así, aparecen en el bombo. Figuran entre ellas varias que poseen intereses en Cuba y en Venezuela: Pernod Ricard, Danone, Auchan, Total, Renault y la lista no es exhaustiva. No teniendo otra que implementar las sanciones dispuestas por la Unión Europea casi todas han procedido a hacerlo pero las hay que, diligente y discretamente evitan quemar las naves de manera irreversible y suspiran por una eventual reanudación de actividades que permita aunque sea «salvar el mobiliario». Si la guerra cesare pronto presumen que podrían apostar por un «aquí no ha pasado nada».
Para medir las consecuencias de todo lo que esta ocurriendo tomemos como ejemplo al Grupo Renault, gigante del sector automotor, una empresa que fue confiscada y nacionalizada en 1945 a la salida de la Segunda Guerra Mundial por «colaboración con el enemigo» de sus propietarios. Enfrentan una hecatombe, no hay otra palabra. La magnitud de la implicación de Renault en Rusia, ha resultado ser por su magnitud una sorpresa para muchos. No para mi porque he estado participando en visitas que organizan periódicamente para la prensa, citas que se incrementaron cuando lanzaron al mercado en el año 2010 una gama de vehículos eléctricos e híbridos. Lo cierto es que desde hace dos años, y después de muchos problemas que habían alcanzado su clímax durante la pandemia de Covid-19, la empresa estaba recuperándose económicamente en particular en Rusia, país que conjuntamente con la India y con Brasil han sido sus principales implantaciones foráneas desde que absorbieron a la Nissan.
En puja con Fiat y General Motors, fue Putin en persona quien seleccionó en el año 2008 a la Renault-Nissan para modernizar AvtoVAZ, hasta entonces totalmente en manos del gobierno a manera de legado de la época soviética. A los franceses le fue atribuído de salida y de dedo un 20% de participación en el capital del consorcio, una tajada que con posterioridad fueron incrementando paulatinamente en detrimento del holding privado ruso Rostec hasta entonces mayoritario. Es inútil decir que el mismo esta controlado por antiguos oficiales de la KGB cúmbilas del Señor Presidente Vladimir. Nada de eso ni era ni es posible sin convivir y prevaricar junto al Volga con los jerarcas moscovitas del Kremlin que cual marionetistas todo controlan. La mayor discreción siempre fue de rigor y se había visto como funcionaba la cosa en 2014 al anexar Rusia unilateralmente Crimea, aprovechando que las administraciones occidentales, a comenzar por la de Barack Obama estaban mirando para otra parte.
La historia de esta industria en la Unión Soviética primero, en Rusia después, ha sido la de una constante apuesta por el sistema tipo nuevo orden mundial del capitalismo internacional. Todos los grandes consorcios han considerado una prioridad operar en un mercado de talla colosal que al final no les ha devuelto sino solo en parte sus esperanzas. En el sector automotor el primer gran capitán industrial que lo hizo fue Henry Ford en 1928. Después vinieron otros como el italiano Giovanni Agnelli, que inundó el país de vehículos ligeros marca Yuguli, Volga y Gaz. Aquellas industrias, que jamás fueron rentables, estaban también al servicio de lo militar y producían camiones para la industria y para el ejército. Quienes vivimos en Cuba los recordamos en toda la isla contaminando el ambiente como los grandes consumidores de combustible que eran.
Ahora con la guerra se afirma que ni el gobierno ruso ni la empresa francesa deseaban paralizar la producción en la AvtoVAZ pero al final ha sido el caso porque la presión ha sido mucha. A partir de ahora todo es posible incluso una nacionalización radical. Allí se seguían fabricando los Ladas junto con los Logan y Sendero preferidos por los consumidores. De 100 000 empleados y obreros que trabajaban allí en 2008 solo 44 000 están ahora en activo gracias a la racionalización y la mejora de la gestión. El negocio es rentable, nada «soviético» y en estos momentos el 68% de las acciones están en manos francesas. Como todo está parado desde hace 12 días; al personal le han transferido las vacaciones para este mes a ver qué va a pasar, desde luego, ¿qué pesan esas cuítas ante la tragedia humana que ha desatado la agresión de Putin al pueblo y a la nación ucraniana?.
El dilema se mantiene. Otras empresas como la petrolera Total solo se ha comprometido a no aportar capital a proyectos futuros. Una posición minimalista que no podrán mantener durante mucho tiempo. Y los hay que como Auchan y Roi Merlin rehusan cerrar sus puertas. La tésis que los sustenta es inatacable: si nos retiramos, si paramos, el lugar será ocupado por la China y por la India. Hay unanimidad contra Putin pero los negocios siguen siendo los negocios, lo cual no quita una onza de legitimidad a las acciones políticas que Occidente está instrumentando. El mundo ha cambiado bastante a lo largo del último cuarto de siglo, tal vez no lo suficiente y habrá que ver el impacto real de la venida del Presidente Biden a Bruselas. Los próximos días permitirán comprender si la coherencia, tan virtuosa como necesaria se impondrá como inapelable en el mundo de la industria y del comercio. Al final, y esto compromete a los ciudadanos que somos, todos tendremos que participar, sacrificarnos y empujar parejo.
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