»LA CUBANITA» CUENTA LA HISTORIA DE UNA BANDERA

Written by Libre Online

23 de mayo de 2023

Publicado en 1954

Esta es la historia de una bandera. El relato es auténtico. Lo escribió una cubana muy amante de su patria, Rita Suárez del Villar, “La Cubanita”. 

Este relato permanecía inédito en el archivo de Roberto Díaz de Villegas. Es uno de los testimonios vivos, además en el deseo de rendir tributo a una cubana ejemplar que supo cumplir con el deber que la libertad de la patria le reclamaba en aquellos instantes decisivos de nuestra historia, cuando los hombres se desangraban o morían en los campos de batalla, antes que soportar una tiranía,

“Era una tarde del mes de diciembre de 1895, comienza diciendo “La cubanita”, y continúa: Me asomé un momento a la puerta de mi casa, cuando llegó hasta mí un anciano de cabellos y barba blanca. 

Por su aspecto, aparentaba tener unos setenta y cinco años; —vestía de Marú Azul. —¿Tú eres “Guarina”? —me preguntó. — “Yo soy Rita Suárez del Villar.” —”No temas, yo soy el tabaquero Agustín Ortiz, y estoy en comunicación con los revolucionarios: ellos te conocen por “Guarina”. Al decirme esto, lo mandé que pasara adelante. Una vez dentro de mi casa, me dijo que él había venido a mí con el encargo especial de que le hiciera una bandera para enviársela a “Pancho” Pérez, general que en esa época operaba en Las Villas. 

Al aceptar su proposición me entregó dos centenes para los gastos de esta. Al día siguiente mandé a comprar del mejor raso que había en Cienfuegos y gusanillos de plata para adornarla, con una niña llamada María del Carmen Aragón, que tenía unos doce años e hija del Comandante Emilio Aragón. 

A su regreso de la tienda de ropas, me dijo María del Carmen, que cuando había salido de “La Cienfueguera”, donde compró la tela azul, la había seguido un policía. Aquella misma noche, cuando no habíamos encendido las luces de mi casa, estando en mi cuarto sentada, sentí ruido en el comedor, y al dirigirme a él vi con sorpresa que en el comedor estaba un policía. Yo me puse muy nerviosa ante tal sorpresa, pero bajo el mismo efecto, me dirigí a él diciéndole: ¿qué hace usted en el comedor de mi casa?— Me contestó que lo dispensara, que había sido una equivocación. 

Pasado este incidente, regresé a mi cuarto y continué mis labores en la confección de la bandera. Cuando ya ésta quedó terminada, vino una noche a mi casa mi buena amiga María Luisa González Abreu. Ya yo me había acostado; estaba fatigada. María Luisa se sentó en mi cama, preguntándome: ¿Es verdad que estás haciendo una bandera para el General “Pancho” Pérez? Sí, le dije; —mañana le voy a poner el cordón, diciéndome ella: pues ten mucho cuidado. Ramos Izquierdo ha dicho que cuando la termines, te va a arrastrar envuelta en ella, a la cola de su caballo.

—Pues dile que puede venir mañana, que mañana está terminada.

Cuál no sería mi sorpresa al día siguiente, cuando como a las dos de la tarde, mi hermana y una prima mía vinieron corriendo a mi cuarto y me dijeron, que Ramos Izquierdo se había bajado de un coche en la esquina de mi casa y que miraba con insistencia los números de las casas de por allí y que venía acompañado de un Coronel de la Guardia Civil. 

Conociendo esto di instrucciones a mi hermana, diciéndole: — “No cierren la puerta ni la ventana, y permanezcan tranquilas e indiferentes cuando ellos lleguen”. Tomé la bandera entre mis manos y salí corriendo por dentro de los cuartos de mi casa hacia el fondo, cuando al pasar por el cuarto de mi padre, que era muy sordo, se me abalanzó y agarrándome por los brazos me detuvo, a la vez que decía— “qué pasa, qué pasa”. Sabiendo que no podía entrar en explicaciones con él, sólo trataba de desasirme de su sujeción, diciéndole: “Déjame, déjame”. 

Al oír esto mi hermano Victoriano, que se encontraba en el cuarto de al lado vino a ver lo que sucedía, y cuando estuvo a mi alcance, le tiré la bandera y le dije: “Llévala y entrégala a Isabel Díaz de Villegas, que vive en la calle de San Carlos, detrás de la Iglesia de los Jesuitas. Con la bandera salió mi hermano por el fondo de mi casa por una puerta de comunicación que teníamos con mi tía Ambrosia, cuya casa tenía su frente a la calle de Tacón. No habían transcurrido más que unos segundos de este incidente cuando ya Ramos Izquierdo llegaba a la puerta de mi casa, y dirigiéndose a mi hermana le preguntó si sabía dónde vivía por allí un Coronel de la Guardia Civil. (Eso era un pretexto).

A los pocos días vinieron a mi casa Rafael Posada y Cándido Berdeolla y me dijeron, que se comentaba en el Cuerpo de Ingenieros, que Ramos Izquierdo tenía el propósito de llevar a cabo lo que había dicho; que me arrastraría a la cola de su cabello envuelta en la bandera en caso de sorprenderme con ella, pero que también en el Cuerpo de Ingenieros había otros que habían jurado, entre sí, que no lo permitirían aunque con ello tuvieran que arriesgar sus vidas.

En esos días Ramos Izquierdo mandó a cerrar el Gasómetro, quedando la Ciudad completamente oscura. A los pocos momentos de suceder esto, llegó a mi casa muy precipitadamente, Luis Levis, y me dijo: “Usted corre mucho peligro, trate de darme todo lo que pueda comprometerla y salga cuanto antes de la casa”. Inmediatamente me dirigí al interior de mi casa, dándole a Levis un paquete grande que contenía medicinas de las que se destinaban al campo de la Revolución y algunas cartas que también introduje dentro del paquete. Tengo que hacer aquí una pausa para aclararles los buenos servicios que prestó este gran patriota, sirviendo abnegadamente y llegada la paz, en la República jamás quiso figurar en nada en recompensa a los grandes servicios prestados a la Patria en armas.

Continuando mi relato que otras pertenencias que guardaba, como ropas, zapatos, etc. una parte fueron enviadas a Manuel Vives, que las mandó a buscar con su criado llamado José y otras fueron guardadas por una vecina que vivía enfrente de mi casa. Tengo que agregar como un dato importante a este relato, que Luis Levis vivía al lado de Ramos Izquierdo y que él había oído algunas conversaciones, por lo cual conocía lo que se tramaba.

A los pocos días de suceder esto del apagón, me enteré que el Gobernador había mandado a buscar a Ramos Izquierdo— decían que en calidad de detenido—; allí le hablaron Don Juan del Campo, Alcalde de Cienfuegos, y el doctor Pertirre, los dos buenos amigos de mi padre.

Pocos días después, Antonio Suárez, mi primo, vino a buscar la bandera. Antes de partir con ella hacia su destino, la llevó al Liceo, para que la vieran; cuando la abrieron sobre una mesa, se encontraban allí algunos miembros del Club “Panchito Gómez”, los que la besaron con efusión y a algunos se le vieron correr las lágrimas por las mejillas. La bandera había quedado muy linda, fue confeccionada por las manos de quien ansiaba ver a su Patria libre, poniendo en ella toda su devoción.

La misma tarde de suceder esto, vino a buscarla mi viejo amigo Antonio Oviedo (uno de los pocos supervivientes de aquella época), llevándola por el tren a Ciego Montero, donde se la entregó a Agustín Díaz de Villegas, Administrador de la Estación del Ferrocarril del mismo pueblo.

Pronto, para mi satisfacción, comenzó a prestar sus servicios a la causa libertaria, pues si otro día de estar en su poder, llegó a Ciego Montero la fuerza del coronel Aulet, (fuerzas cubanas), dirigiéndose a la Estación del Ferrocarril, que era la casa de Agustín Díaz de Villegas. 

Al percatarse de sus propósitos Agustín Díaz de Villegas, extrajo la bandera que guardaba y dijo: “Cubanos, ¿ustedes creen que a quien guarda esta enseña se debe perjudicar, quemándole su casa?” Al oír esto el coronel Aulet, viendo la bandera que Díaz de Villegas mostraba, abierta delante de si, dio contra—orden inmediata y se dirigió a Díaz de Villegas pidiéndole le dijera el motivo de poseer esa bandera y como éste le explicara que estaba destinada a las fuerzas del Coronel “Pancho” Pérez, la tomó diciéndole a Díaz de Villegas: “Me la llevo conmigo, a mí me hace tanta falta como a “Pancho” Pérez; en esto no ha de haber problema, pues los dos luchamos por la misma causa, pertenecemos al Ejército Libertador”.

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