LA COSTOSA FACTURA DE LA KREMLINOFILIA EN OCCIDENTE

9 de marzo de 2022

Cualquiera que sea la evolución de los acontecimientos en Ucrania entre hoy sábado 5 de marzo y la puesta en venta de esta edición de LIBRE este escribidor, que muy poco tiene de pitonisa, prefiere contentarse con una modesta reflexión respecto al alto precio que se esta pagando en Francia como resultante de decenios de penetración rusa. Y conste que no es este Hexágono galo un caso aislado en la materia, ya que como reza el manido refrán «en todas partes cuecen habas».

Séneca lo enunció diáfanamente en una de las epístolas que dirigió a su amigo Lucilo al sugerirle que «hay que hacer trabajar la memoria porque es algo que conservamos cual vano depósito y si no la utilizamos corremos el riesgo de no poder hallarla cuando necesitamos de ella». Portando en mente el consejo del gran estoico se impone empezar por desplegar un buen mapa de Europa para tratar de comprender qué significa la agresión de Putin y cual pudiera ser su objetivo final. Como la Geografía siempre ayunta con la Historia ayudará ir mentalmente a los tiempos en los que Rusia era dirigida con mano de hierro por Iván el Terrible, por Catalina la Grande y por Stalin. Durante decenios los espías y los agentes rusos intervenían hábilmente en las cortes continentales, entre la nobleza ilustrada y en los palaciegos centros de poder europeos a fin de viabilizar los intereses zaristas, o los de los comunistas según el caso. El actual presidente es un continuador determinado de los gestos de sus predecesores, y es evidente que esta tan obcecado como aquellos por un irredentismo activo para con una Gran Rusia.

De la misma manera que a ninguna autoridad religiosa cristiana se le ocurriría intentar negociar en los paises musulmanes en aras de crear en ellos iglesias e instituciones de su obediencia,  cualquier gestión oficial u oficiosa tendiente a fundar entidades de mercadeo ideológico pro-occidental en China y en Rusia sería, no solo vetada  sino reprimida sin miramientos por sutil que fuese.  Los chinos y los rusos pueden sin embargo hacerlo en Europa de la misma manera que los religiosos musulmanes tienen todo género de garantías para instalarse y predicar aquí so pretexto de orientar y dar asistencia espiritual a sus ovejas.

El caso de Rusia es en ese aspecto paradigmático. Se esta viendo ahora mismo en Francia como los testaferros ideológicos del putinismo salen prestamente del bosque para ejercer sus dotes en la arena pública a cara descubierta. El caso más significativo, que no el único  entre los políticos, es el de Marine Le Pen, candidata a la presidencia por el partido de extrema derecha que fundara su padre. Se sabe, y la interesada jamás lo negó, que su campaña política de 2015 fue financiada en parte gracias a un «préstamo bancario» moscovita. La fauna de jenízaros que exhiben y ejercen su rusofilia en París es eficiente y variopinta. Están en todas partes. Tal realidad se encuentra ligada y es tributaria de un pretérito sentimiento cuya nostalgia data de fines del Siglo XIX, cuando la Tercera República francesa y el Imperio zarista se pusieron de acuerdo firmando un tratado de cooperación que duró hasta la Revolución leninista de 1917. Existe aún cual rémora la secuela de aquellos polvos, convertida en un paquete mal envuelto de sentimentalismos y de idioteces glosados con referencias literarias mal traídas sumadas a «el misterio y el espiritualismo del alma rusa» entelequia travestida en presunto faros de la civilización cristiana. Entre los intelectuales, los políticos y los militares han figurado, generación tras generación, sus más devotos relevos de posta.

Entre 1892 y 1991 parte de esas ideas se solidificaron entre no pocos «tontos útiles» en Francia. Coadyuvaron dos guerras mundiales y la proliferación del ideal comunista, supuesto tributario de la Revolución Francesa de 1789. Hasta que desapareció un buen día la Unión Soviética. Como sabemos esa hecatombe que acabó con «el mundo del socialismo real» no provocó ni «el fin de la Historia», ni el encausamiento del liberalismo a la manera europea y democrática.  Las modificaciones que en el mapamundi geoestratégico alteraron solo en parte la gestión de la realidad antes citada sin interrumpir la infiltración rusa. Tampoco la china, pero hoy es la primera la que nos ocupa. Los quintacolumnistas añadieron a las filiaciones pretéritas el dinero, mucho dinero. La historiadora y especialista en estudios soviéticos y post-soviéticos Cécile Vaissié,  escribió hace cinco años un ensayo hoy indispensable para un buen análisis de la cuestión: «Les réseaux du Kremlin en France».

Las campañas de «seducción» han sido constantes, tocan todo los sectores de la sociedad habiéndose incrementado durante las últimas dos décadas con el claro propósito de tratar de influenciar, a partir de la capital francesa como pivote, en los asuntos interiores de los países integrantes de la Unión Europea. Una vez más Francia resulta ser una especie de «blando vientre de Europa».  Los agentes rusos han puesto en práctica una mezcla muy eficaz del soft power consustancial a estos tiempos de modernismo cibernético, con los procedimientos tradicionales de la KGB soviética en el seno de la cual lactaron y crecieron muchos de los actuales dirigentes rusos, con el Zar en Jefe Vladimir encabezándolos.

Ya en marzo de 2014 la anexión por Rusia – contraria al derecho internacional, pero administrada a manera de supositorio sin que el entonces Presidente Obama chistara – de la Crimea ucraniana, igual que los conflictos armados suscitados por el Kremlin en un Dombass que ahora será cercenado a la nación,  fueron acompañados de una campaña masiva de comunicación intervencionista orquestada, querida y pagada por el poder central ruso. Ser en Francia pro-ruso significa plegarse incondicionalmente al discurso y a las campañas de la propaganda estatal moscovita.

El tema es de gran magnitud y no dudo que volveré a tratarlo proximamente. Desde La Habana el castrismo ha estado cooperando con los rusos de manera disciplinada y militante. Hay ejemplos documentados de la presencia de «diplomáticos» cubanos en varios affaires que han tenido a Francia como escenario. Los ingenuos que piensan que Rusia es una nación que merece ser venerada por sus monasterios y catedrales de techos dorados no conocen de la misa la media. Como ya escribiera Marx en 1857 incurrían en error quienes consideraban el Imperio zarista cual asunto de religión y de fe. Durante siglo y medio Rusia ha sido apreciada fuera de sus fronteras a través de un prisma deformante y sus clamores escuchados cual canto de sirenas,  habiéndosele admirado alternativamente por motivos religiosos, racionales o políticos.  Sin santificar por tanto a los ucranianos, que por así decirlo «bien bailan» y que distan a mi entender de ser «santos varones», Occidente esta pagando por sus veleidades rusófilas pretéritas, sin que sepamos ni remotamente cual será el precio final de la factura en términos de costo humano, económico y político.

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