LA COBARDÍA

Written by Rev. Martin Añorga

25 de octubre de 2022

La hipocresía es el uniforme de la cobardía. Esconderse para hablar, decir algo contrario a lo que se piensa, dañar al prójimo con propósito infame son señales de la traición, y suele ser una desvergonzada práctica de la que se benefician los miserables. Mejor lo dijo el escritor Moliere: “la hipocresía es el colmo de la maldad”. Honorato Balzac dijo que “los hipócritas se hacen pasar como hijos de Dios; pero se sirven de Dios para engañar a sus semejantes”. 

Ser cobarde es un defecto que muchos sufren, pero para esconderlo se sirven de miserables medios. Un ejemplo abunda en las historias de la iglesia cristiana, institución de Dios que ha sufrido castigos y muertes de parte de sus enemigos. Pudiéramos mencionar a centenares de mártires que no negaron a Cristo y se convirtieron en martirizadas víctimas. Ha sucedido en las guerras, los fanáticos y los pandilleros, las Fuerzas Armadas, las cárceles y en incontables circunstancias. Donde está el peligro y huyen los perseguidos abunda también tanto la heroicidad como la cobardía. ¿Nos atreveríamos nosotros a arriesgar nuestras vidas por exponer un acto de valentía? Yo confieso que no estaría disponible para el martirio si mi escapatoria fuera callar o negar ante la amenaza de la muerte. 

La cobardía es parte del instinto de salvar la vida accediendo a negar principios y convicciones. ¿Por qué existen sin embargo tantos mártires? Tendríamos que entrar en los campos de la sicología o la medicina; pero ciertamente el fundamento está en la voluntad de no ceder a la escapatoria de la cobardía. Pudiera llenar diez páginas de LIBRE citando los nombres de seres heroicos que cedieron sus vidas antes de silenciar sus arraigados sentimientos de fe. Citamos al azar los nombres de Esteban, Juana de Arcos, Pedro, Pablo y Santa Bárbara y nos detenemos porque claros son los ejemplos.

Ahora, para citar casos de valentía, no es necesario que nos refugiemos en la historia. Lo que de veras nos interesa es el presente en que vivimos porque hoy día hay traiciones, casos conflictivos, y cobardía e hipocresía que no se acomodan a hechos de ayer. Las tiranías comunistas, leyes polémicas, apatía de los cristianos y la indiferencia de los ciudadanos con arraigados principios morales reflejan una cobarde abulia.  La cobardía no consiste en el miedo a perder la vida, sino en el terror a perder nuestras comodidades. “No somos miedosos ni hipócritas mientras dormimos”, dijo  un escritor, y es cierto, ¿mientras estemos seguros y acomodados, quó nos importa el mundo?

Abraham Lincoln en cierta ocasión contó la historia de un hombre que asesinó a su padre y pidió clemencia con el pretexto de que era huérfano. Cierto es el hecho de querer beneficios que atenúen nuestras faltas. Un delincuente en la corte confesó que era tan cobarde que para huir de un  enemigo, huyéndole a distancia le disparó matándolo. Utilizar la cobardía para cometer un asesinato parece cosa del cine, pero en la vida real suele ser un horriblemente hecho. Ciertamente nuestra sociedad está viciada por la violencia. La cortesía se esfumó, el respeto al prójimo se mudó de barrio y aún en las vías públicas se desafían las leyes y se producen a diario crímenes sin razón. 

En La Biblia, en el Libro de Los Proverbios leemos esta sabia reflexión: “las palabras del mentiroso son como bocados deliciosos, y penetran hasta el fondo de las entrañas”.  No quisiéramos ser rigurosamente pesimistas. Como un servidor de Dios hemos adoptado estas palabras de La Biblia: “¿por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?”. La realidad es que vivimos bajo el mismo cielo y nos hermanamos en la misma esperanza   que nos ampara con la presencia de Dios.

Decir que para conducir nuestra vida cristiana debemos ser valientes parece de pronto un contrasentido; pero realmente los mártires no han sido ni cobardes ni hipócritas. Los que andamos con Dios tenemos que confiar en el valor que necesitamos para enfrentarnos a los enemigos de Dios. La historia de la iglesia está escrita por valientes. Los héroes de los primeros tiempos  de la creación, fueron guías y valerosos servidores de Dios, y en el Nuevo Testamento tenemos a los apóstoles con cuya sangre se anunciaba el nacimiento de la iglesia que es hoy alianza con la fuerza y el valor que nos llegan del cielo. 

Nos decía un amigo que el futuro del evangelio estaba en crisis y que eso implicaba el deterioro total de nuestra civilización. Hay muchos pesimistas que se acobardan con las señales de estos tiempos. Es cierto que hay escasez de matrimonios porque las parejas se han ido olvidando de los trámites legales y de las iglesias que permanecen abiertas. La promoción del aborto y la creciente deformación de los valores familiares, son realidades que nos asustan. 

Es cierto que vivimos amenazados por guerras que se jactan de sus bombas nucleares para salir invictos de las fechorías que cometen. Pudiéramos seguir alimentando nuestra lista, pero me refiero hoy a lo que considero tres grandes enemigos de nuestra civilización: la cobardía, la hipocresía y la ausencia de fe, y explico por qué, por ser cobardes escondemos nuestras convicciones, nos abstenemos de defender nuestros valores y confiamos en nuestra neutralidad. 

Muchos miran la cobardía como una ausencia de valor. Yo considero que es mucho más que eso. La cobardía es callar cuando se necesita nuestra voz.  Es esconderse cuando otros salen a reclamar su derecho a vivir con libertad. 

El otro obstáculo que limita nuestra habilidad para superar las sombras que nos invaden es la hipocresía.  Ser lo contrario de lo que demostramos para mantener armonía con los demás es una ruina del carácter. Uno nunca debe someterse a la obligación de ser como otros son. Tener necesidad de lucir dos caras es asunto de circos. Para eso, payasos. Nosotros con una tenemos. La hipocresía es socia de la inferioridad. Hay que tener valor para que no ocultemos nuestra verdadera identidad. “Limpia tus dedos antes de señalar a mis lunares”, dijo Benjamin Franklin.

Finalmente queremos referirnos al respeto que merecen nuestros principios religiosos. Nuestra fe es intocable y debemos mantenerla en alto, visible como una bandera y pura como la sonrisa de un niño. Ser fiel y mejor es una bendición. Nuestra alianza tendrá poder y autoridad para lograr que este mundo mejore. Falta le hace.

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