Por Enrique Gay Calbó (1950)
Hemos llegado bajo una lluvia fina que no impide la circulación por las calles calurosa. El lugar de la cita era la casa natal de Antonio Maceo la que albergó en sus primeros días y en su niñez y juventud al hombre que murió por conquistar para todos justicia y patria.
La casa era pequeña algo mejor que la de Martí. Muy pocos próceres han nacido en Palacios, con el lujo por alfombra. La grandeza de los fundadores ha sido esfuerzo de forja y sacrificio, con la choza como escenario y la vida inhóspita como único capital utilizable.
Esta casa de Antonio Maceo está situada en la antigua calle de la Providencia cerca de la del Gallo de la famosa calle del Gallo, en que residían muchos de los franceses emigrados de Haití estimuladores del auge cafetalero de la región. No lejos se ven todavía las paredes enormes del abandonado presidio. Un poco más allá, la explanada en que se desarrollan el tránsito ferroviario y el tráfico mercantil.
En su tiempo 1845, no debió ser una casa más modesta que las otras de la misma calle. Con sus dos ventanas seguramente de balaustre de madera y su ancha puerta de dos hojas y gran cerradura. Presentaba una decorosa fachada. El interior tampoco era mezquino: la sala amplia, claro comedor y las dos habitaciones principales con espacio suficiente.
Luego otras dependencias como la cocina y el patio lleno de árboles. Era una residencia de personas con recursos para una vida sin privaciones. Los pisos de mosaico de hoy eran de hormigón. El patio amplísimo, con árboles frutales, conserva algo de su aspecto. En los techos se ve el armazón de vigas de madera. Es una casa hecha para resistir el largo cruce de los años con una horconadura que está indemne y que se mantendrá por mucho tiempo todavía. En las paredes hay pocos retratos, que nos recuerdan las hazañas increíbles de los hombres cuya infancia modesta corrió por aquellos ámbitos.
Las paredes de la casa son de cujes. En la capital de Oriente se acostumbraba la fabricación en esa forma para prevenir los efectos de los temblores de tierra. Primero se hacía un armazón de horcones gruesos y delgados, entre los que se cruzaban largas varas flexibles llamadas cuje. El albañil cubría esa armazón con una mezcla que llegaba a presentar el aspecto de una pared de mampostería. Una casa hecha así desafía los temblores y los terremotos puede desintegrarse verticalmente, pero jamás ocasiona víctimas. La de Maceo ha sido testigo de los dos últimos terremotos, el de 1852 y el de 1932. Otros edificios más modernos, nunca los bien construidos, se han derrumbado con estrépito, mientras ahí está el viejo hogar de la estirpe de héroes.
“EN ESTA HABITACIÓN NACIÓ EL GENERAL”
Además de la inscripción fijada sobre la puerta de la calle que dice «aquí nació Antonio Maceo el 14 de junio de 1845. Murió heroicamente en el combate de Punta Brava el 7 de diciembre de 1896, para detener al viandante que ha de mirar curioso hacia el interior de la casa de leyenda, se ve en el dintel de la puerta del primer cuarto un trozo de mármol con las palabras «en esta habitación nació el General».
El espectador siente que en tropel cruzan las escenas inolvidables y ya para siempre histórica de los heroísmos del callado y laborioso hijo de los Maceo. La evocación ya hace cerrar los ojos un instante, al abrirlos haymayor claridad y advierte un hálito oscuro de patriotismo y desinterés. No se puede permanecer con pleno dominio de ingenuidad. En estos templos de región patria se piensa: «Maceo nació aquí”, y ya no hay paredes ni techos.
Es todo aquello como un santuario en que a pesar de la fe de cada uno, se alza un símbolo que cubre lo demás, que cualquier mezquino pensamiento destruye el humano.
También aquel hogar fue el de los hermanos Regueiferos y el de otros Maceo, hijos todos de Mariana Grajales, la madre inmortal de una tribu de héroes. Allí nacieron y crecieron, trabajaron y sufrieron y se prepararon para el asombroso desfile hacia la muerte. Ninguno eludió la grave cita en la hora oportuna. De tantos hijos sobrevivieron pocos, y no fueron buitres si no modestos menestrales y retornaron a la casa que seguía siendo templo de las virtudes familiares, en donde los padres dignos han enseñado con el ejemplo de su conducta el sendero difícil.
Se nota en el grupo de los Maceo como una consigna tácita de silencio. Son hombres y mujeres que hablan poco, aunque tienen natural cortesía y cordialidad. Son afables y hasta obsequiosos, pero con talante serio que no llega a la adustez del individuo hosco y huraño.
Nos han dicho que Emilia no cobra pensión como viuda de un teniente coronel del Ejército Libertador, que además se llamó Tomás Maceo y Grajales. Hijo de Marcos y de Mariana, el hermano de Antonio y de José, fundadores de la República.
Preguntamos a la anciana, y nos hace saber que Tomás muerto hace 33 años, con la pierna izquierda lisiada, se había negado a cobrar la paga del Libertador. Estimaba que no debía recibir cantidad alguna por sus servicios. Así pensaron otros muchos de sus compañeros. Nunca faltó trabajo y modo de vivir a Tomás que pudo sostener a su larga familia.
Sin embargo, de las realidades y de las improbabilidades, ellos esperan que la Cámara y el Senado de la República atenderán a la anciana enferma y desvalida que vivió del trabajo de su esposo. Sus hijos y nietos, todos trabajan, y son muy buenos.
LA CASA ES UN TALLER DE PLANCHADO
En verdad, el trabajo no es lo que asusta a un Maceo. “todos trabajan”. Al llegar hemos encontrado a uno de los nietos planchando una camisa, dedicado a su tarea. Y no es él solo. La sala es un taller de planchado. Es así como los descendientes de Tomás Maceo logra la subsistencia propia y la de esta abuelita que tiene el buen humor a pesar de sus dolencias y dificultades económicas.
Tienen a la buena madre y abuela que los estimula y los aplaude calladamente. Esta mujer que parece ya falta de vigor y de vida es el sostén de la casa el respeto de todos y el objeto de veneración del barrio. El trabajo de los hijos y los nietos está coronado por la alegría de contar con la aprobación y el cariño de la anciana.
No importa para ello que la casa natal de los Maceo esté convertida en un taller de planchado, si de ese modo se obtiene la comida diaria, si estos Maceo de ahora cumplen con la obligación de trabajar y no son sanguijuelas de la República, ni los llevan y traen en automóvil de lujo ni contribuyen al deshonor de la patria.
No hablan ellos de que la República debía acudir para crear allí un santuario de la gloria de tantos hombres inmortales de la misma familia. Ni dicen que la restauración de la casa es posible con su anuencia porque todo es sabido de antemano. La viuda de Tomás Maceo habla de que por ser tantos los herederos no sería conveniente la adquisición por compra, y que en otros tiempos intentó el gobernador Barceló y no hace mucho el alcalde Casero.
Pero agrega que todos estarían conformes en ceder la casa para un museo, se les proporcionará en cambio otro edificio en donde la numerosa descendencia puede albergarse como ahora. A eso sí concurrirán gustosos las voluntades de estos que planchan ropa ajena, y que laboran en la aduana y en los ferrocarriles.
UN MUSEO O
UN PARQUE
La casa de los Maceo está enclavada en un lugar que puede ser convertida en un parque para los niños y la población de la barriada. Aislado y junto a la arboleda, el templo restaurado del heroísmo, con reliquias, con trofeos, banderas, libros y objetos de evocación. La República puede adquirir las casas colindantes para dejar solo aquella en que nació una nidada de fundadores. Hasta allí irían los que sientan algo el amor de la patria, los que tengan en su espíritu admiración o entusiasmo por la leyenda real de una fantástica legión de hombres insignes o modestos nacidos de una sola mujer de estupenda vida y de carácter indómito.
Santiago de Cuba es en nuestro país lugar que como pocos habla al recuerdo. Queda aún mucho del pasado, que sería oportuno conservar. Piedras, casas y monumentos, paisajes: todo es historia, historia de grandeza, sin límite. Se dice “Santiago de Cuba” ante algunos cubanos y se siente el alma en prosternación. El viandante recorre sus calles con lentitud de respeto, con amor y admiración por cuánto ahí ha sucedido, por la vida nacional creadora que hay en cada rincón de la ciudad amada.
En Santiago de Cuba el museo y el parque de la casa de los Maceo habría de ser un incentivo más para el ciudadano, para el que quiere a su urbe con una pasión que en síntesis es de novia y de madre.
Y eso sí sería satisfactorio para la buena anciana Emilia Núñez y para todos los descendientes de Marcos Maceo y Mariana Grajales.
RECUERDO DE DÍAS
MEJORES
La viuda de Tomás Maceo sabe concretar con claridad y maneja bien su memoria.
De sus once años en Costa Rica pasados en la Mansión que en la costa del Pacífico estableció Antonio Maceo, conserva muy gratas emociones. Aquel era un bello refugio que parecía definitivo, a pesar del interés por el retorno a la contienda y al peligro. El general Maceo no pudo fijar su residencia en tierras del Atlántico, pues el temor de los diplomáticos españoles rechazaba la proximidad de enemigo tan amenazador. Lo cierto es que en La Mansión llegó a formarse un Ejército con antiguos soldados en tregua de sembradores. Allí en aquella parte estaban también José Maceo, Crombet, Cebreco y cuántos más quisieron agruparse junto a su jefe de la Protesta de Baraguá.
Al referirse a Antonio Maceo como lo apuntaba la duda de su nacimiento en aquella casa, dice con seguridad:
Todos los de la familia saben que nació en Santiago de Cuba y en esa habitación. No fue en Majaguabo, por que se seguía la costumbre de venir a la ciudad a dar a luz. Si hubiera nacido allá no podía estar en Santiago en la fecha del bautizo.
Recuerda además que cuando ella estaba en Jamaica iba siempre a la población cuando se acercaba el momento de tener un nuevo hijo.
No. No fue en Majaguabo donde nació Antonio, sino en esta casa.
TRES CASAS
HISTÓRICAS
Sí tienen a pesar de los 100 años o más transcurrido la casa de Céspedes demasiado de Maceo y de Martí.
Cualquier pueblo que tuviera la fortuna de poder presentar a las generaciones sucesivas los hogares de sus grandes hombres, cumpliría como un deber insoslayable el de su adquisición para preservarlos de otras posibles contingencias y para borrar en ellos las sagradas memorias de quienes con el ejemplo de sus vidas y sus muertes crearon la patria.
Todavía no tienen Martí Pérez los monumentos que ya deberían levantarse en la capital de la República. La casa natal de Martí no se halla dentro de un parque, sin comercio ni otros centros impropios a su alrededor. El grave y dulce apóstol nos encontrará acaso inmersos en mínimas contiendas políticas personales que no habrán dejado tiempo para pensar en la obligación de elevarnos hasta la excelsitud de ese deber.
La casa de Céspedes y la de Martí son también otras tantas obligaciones no cumplidas.
Si legisladores y gobernantes no se dan a la tarea de transformar en templos esas casas, las ciudades de La Habana, de Bayamo y Santiago de Cuba pueden hacer realidad el empeño. Autoridades vecinas, corporaciones ofrecerían el ejemplo cívico de pagar una deuda de honor al entregar al culto patriótico los lugares de nacimiento de los tres paladines que eligieron caer frente a los a los adversarios en defensa de nuestra libertad.
PERO HAY QUE
CONFIAR
Así como la familia Maceo espera con tranquila seguridad que el Congreso apruebe la solicitada pensión para Emilia Núñez, la anciana viuda de Tomás Maceo, ellos y nosotros aguardamos con fe de la reacción interesada de los legisladores para hacer de esas tres casas los sitios de peregrinación del patriotismo cubano.
La Cámara de Representantes tiene entre sus proyectos pendientes una pensión especial que no debe llegar tarde, que se trata de una mujer cercana a los 90 años, enferma con hijos que por sus humildes labores no pueden adquirir los caros medicamentos que requiere su precario estado de salud.
Además, como acto de dignidad cubana, hay que votar un crédito para proveer de hogar a los descendientes de los Maceo, a cambio de la cesión de la casa histórica. La República millonaria no ha de escatimar dinero para tan honrosos menesteres. Cada uno de los congresistas sentirá al aprobar esas leyes que ha trabajado con decoro por el buen nombre de la patria.
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