LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Written by Rev. Martin Añorga

11 de julio de 2023

Probablemente hemos oído en muchas ocasiones a personas que se lamentan de su infelicidad. Es evidente que hay muchas razones para que nos sintamos infelices: la muerte de un ser amado, la soledad, la pobreza, la enfermedad, la inhabilidad física, el fracaso, y en fin, la lista sería extensísima.  La pregunta que cabe, pues, es ésta: ¿cómo podemos rescatar nuestra felicidad?

El origen etimológico de la palabra felicidad tiene connotación agrícola. Podemos afirmar que las palabras más antiguas, las que definieron el carácter del ser humano hace miles de años se inspiraron en la naturaleza. El vocablo felicidad procede de las vivencias campestres. Su antepasado clásico, “phoelix”, está claramente relacionado con la idea de fertilidad, de fecundidad. Los poetas romanos hablaban de “árbor felix” para referirse a un árbol que daba muchos frutos. Plinio decía que los árboles estériles se llamaban “infelices”. Y aún en castellano se habla de la “Arabia fértil o Arabia feliz”, refiriéndose a la parte de la península arábica no asentada en el inhóspito y estéril desierto.

La felicidad es la flor lozana que sustituye a la que se ha deshojado. Es el cielo claro y calmado después de la tormenta. Felicidad es la primavera milagrosa que surge alegre después del triste final del invierno. Es el rocío que besa de frescura a las flores que despiertan cada amanecer, dejada atrás la tiniebla de la noche.  La felicidad es el sol que nos besa de luz, la brisa que acaricia nuestro rostro y el árbol que nos ampara bajo su sombra.

 Benjamín Franklin, estadista y científico estadounidense (1706-1790), dijo algo que nos impresiona: “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”. La persona que se proclama infeliz debe pensar en cómo la naturaleza vive restaurándose e imitarla, y debe analizarse a sí misma y meditar en las características de su propia vida.

La filosofía griega clásica fundamentaba el logro de la felicidad en tres conquistas personales. Primero es lo que se considera como “auto realización”, concepto que promueve la lucha por establecer metas y trabajar por lograrlas. Lo segundo es la “auto suficiencia”, noción que promueve la independencia individual, evitando la dependencia de otras personas, situación que limita el poder de la iniciativa y el decoro de la independencia. No podemos ser felices si vivimos amarrados con cuerdas a alguien o a algo, y finalmente, la auto suficiencia intelectual y física. La persona que alcanza la capacidad de resolver sus propios conflictos intelectuales y espirituales y disfruta  de una capacidad física normal se acerca a la posibilidad  de mantenerse feliz. “Algún día -dijo Jean Paul Sartre (1905-1980), escritor francés- en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y esa puede ser la  más feliz de tus horas”.  Abraham Harold Maslow, un escritor estadounidense de ascendencia judía (1908-1970), dedicó parte de su vida profesional a estudiar el tema de la felicidad humana y compuso una lista en forma de pirámide de lo que él consideró las necesidades básicas de la persona, para llegar a la conclusión de que la felicidad consiste en la satisfacción de las necesidades individuales. 

La pirámide de Maslow se presenta en cinco peldaños en los que se analizan las necesidades humanas de acuerdo con cinco diferentes perspectivas. La base de la pirámide es lo que reconoce Maslow como “fisiología”: los niveles básicos de la sostenibilidad nos los aporta la naturaleza. Si somos saludables y suficientemente inteligentes para bregar creativamente con nuestros problemas físicos vamos apartando de nosotros cualquier sentimiento de desdicha. Me parece muy apropiado el pensamiento del poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973), “la felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”.

El otro peldaño de la pirámide de Maslow es “la seguridad”: esta sensación se produce cuando nuestro cerebro ha logrado registrar la pauta por la cual establecer la normalidad en nuestras funciones físicas. Sigmund Freud, médico austriaco (1856-1930), sentenció que “la felicidad es la certeza de no sentirse perdido”. 

La vivencia de la comunicación con otros, el sentido de “compañía” es esencial para moldear la felicidad, y este concepto es el tercer escalón de la pirámide Maslow. El trabajo cooperativo y la amistad creativa erosionan la sensación de soledad y van diluyendo de forma progresiva el sentimiento negativo de la infelicidad. Alain, laureado poeta francés (1868-1951), dijo que “es muy cierto que tenemos que pensar en la felicidad del prójimo; pero no se suele decir suficientemente que lo mejor que podemos hacer en favor de quienes nos aman es seguir siendo felices”.

En cuarto lugar consideremos lo que expone Maslow como básico en la consecución de nuestra estabilidad síquica y emocional. Es la procura del reconocimiento. Esta sensación se basa en la seguridad de que los demás te necesitan y de que eres parte de una cadena en la que sin ti, sería imperativo reponer tu ausencia. Jean de la Bruyére, filósofo francés (1645-1696), afirmó que “el hombre que dice que no ha nacido feliz, podría, por lo menos, llegar a serlo por la felicidad de sus amigos o de cuantos le rodean”.

Finalmente tenemos lo que llama Maslow, la “auto formación”, la felicidad que se experimenta por la capacidad de recorrer una senda provechosa en la vida. Gracias a la capacidad que poseemos de crear, producir y resolver problemas no debemos jamás sufrir la ausencia de felicidad. Oscar Wilde, el dramaturgo y novelista irlandés (1854-1900), dijo algo que nos da qué pensar: “el verdadero secreto de la felicidad consiste en exigir mucho de sí mismo y muy poco de los otros”. Efectivamente, disponemos de los mecanismos para ser felices; pero tenemos que proponérnoslo. El que se resigna a vivir entre las brumas, jamás disfrutará de la luz del sol.

Estamos seguros de que andaremos rumbo a la reconquista de la felicidad si nos equipamos con estas cinco virtudes: (1) el cuidado de la salud, (2) el convencimiento de que podemos contribuir a orientar nuestro destino, (3) el hecho de que no vivimos en una isla, sino en  un archipiélago y podemos inter relacionarnos unos  con otros, (4) la convicción de que somos necesarios y tenemos la asignación de contribuir con  nuestro bien al bien común, y (5) la realidad de que podemos superarnos y desarrollarnos y saltar como las olas sobre las rocas que impiden nuestro progreso.

Hay un factor que no podemos ignorar, que es el de nuestra fe religiosa.  San Pablo recomendó a los filipenses: “Regocijaos en el Señor”. Nuestra relación con Dios no debe limitarse a la liturgia ni a la adoración extirpada de la conducta. Dios es “nuestro refugio” se afirma en los Salmos; pero no nuestra guarida para escondernos a rumiar nuestras tristezas. En el sermón de la montaña, Jesús nos ordena: “regocijaos y alegraos”. En el libro de los Proverbios (15:13) se dice que “el corazón gozoso alegra el rostro”.  La religión no es para tener tensa la mirada, restringida la sonrisa y fragmentada la felicidad.

El que se sienta triste, agobiado, lleno de pesadumbre y con los ojos enrojecidos por el flujo de las lágrimas, acérquese a Dios. Una fe bien cimentada, una relación íntima y cargada de ternura con Jesús, son la respuesta a nuestras necesidades de felicidad y alegría. El que busca la felicidad tiene donde hallarla. No hay razón alguna para padecer de angustiosa sed, cuando tenemos acceso al agua de vida. 

Terminamos compartiendo tres pensamientos que nos ayudan con toda claridad a disfrutar las  bendiciones  de Dios que nos proporciona una bella sensación  de felicidad: “la felicidad es la única cosa que se multiplica cuando la compartimos”, “Dios quiere que seamos felices y nos provee la bendición de darnos la felicidad”, “la felicidad es cuando lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos es reflejo de nuestra entrega a la voluntad de Dios”.   

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