¿La bendición…?

Written by Libre Online

17 de noviembre de 2021

Eduardo Montalvo

Desde pequeño me enseñaron a saludar de una manera diferente a mis familiares mayores. Apenas los veía, primero que todo, tenía que pedirles su bendición.

Al principio, me sentía forzado a hacerlo, pero, luego se creó una estrecha asociación entre el pedir la bendición y mi sentimiento de pertenencia al grupo. Pedir la bendición se convirtió en una contraseña para acceder a mi ámbito familiar, con solo pedirla, todas las puertas se abrían de par en par para mí:

Mi abuelo me daba su bendición mientras metía su mano en el bolsillo para darme una moneda, mis tíos me miraban con benevolencia mientras me bendecían y todas mis tías me colmaban de besos y abrazos antes y después de darme su bendición.

Después de haberla recibido, podía entrar a sus casas, jugar con mis primos y primas, o sentarme a la mesa a comer.

Con el paso del tiempo, para mí la Bendición se convirtió en una necesidad. Cuando visitaba a mi familia, necesitaba recibir mi beso acompañado de la anhelada frase: “¡Qué Dios me lo bendiga!”, para poder sentirme seguro, a sabiendas de que todo estaba bien. Aún después de viejo, cuando me encuentro con las tías que han sobrevivido al inclemente paso del tiempo, como siempre, les pido la bendición.

A diferencia de Latinoamérica, en nuestro país, la Bendición no tiene el mismo uso y significado. En la familia americana, el trato respetuoso hacia los mayores y familiares no es muy común que digamos. Quizás sea porque la palabra “Usted” no existe en el lenguaje Inglés, y, también, porque el uso del primer nombre es preferido, en desmedro del apellido.

Pero, toda regla tiene su excepción, y ésta se pone en evidencia cuando estornudamos. Aquí, si tú estornudas recibirás bendiciones de todos quienes te rodean, sin distinción alguna. De resto, solo quienes profesan una activa fe cristiana serán los únicos que te darán sus bendiciones al saludarte y al despedirte. Pero, admito que no he visto a nadie pedirla.

En lo que a mí respecta, ésta me parece una linda tradición que conviene mantener y heredar a nuestros hijos, aunque nos sea bien difícil inculcársela.

Que no daría yo por poder pedirle la bendición otra vez a mis tíos y tías ausentes, a mis abuelos y a mi papá y a mi mamá, para así recibir de todos ellos, al unísono, un reconfortante “¡Qué Dios te bendiga!”.

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