El alcoholismo es un serio problema mundial. Según autoridades certificadas “cada año mueren en el mundo cerca de 4 millones de personas a consecuencia del consumo nocivo de alcohol, lo que representa el seis por ciento de todas las defunciones”.
El consumo habitual de bebidas alcohólicas se ha convertido en hábito nocivo de nuestra cultura. Recordamos los tiempos en los que a los amigos que contraían matrimonio se les regalaba, fumaran o no, un tabaco de lujo. Hoy día, en casi todas las ocasiones festivas, el regalo es una botella de vino. “El día del médico recibo tantas botellas de vino que tengo para un almacén”, me decía sonriente un cercano amigo. En estos tiempos, cuando nos encontramos con un conocido, la cita es ésta, ¡vamos a darnos un trago! No queremos decir que un trago ocasional o que una copa de vino antes del almuerzo nos conviertan en alcohólicos, pero dicen los especialistas que en muchos casos hay personas que forzadas involuntariamente por un factor genético o por una determinada sensación de euforia se convierten en adictos al alcohol. Hay un viejo dicho que escuché en los lejanos días de mi adolescencia que nunca he olvidado. Decía el predicador “el hombre toma una botella, la botella se abre y finalmente las dos botellas se tragan al hombre”.
Hoy día existen fármacos que ayudan a los alcohólicos a aliviar su ansiedad, abundan los programas que pretenden modificar la nociva actitud de los bebedores, y hay decenas de instituciones, como Alcohólicos Anónimos, que sin cobrar sus servicios hacen un extraordinario trabajo en promover el rechazo total e inmediato al vicio del alcohol. Pero hay un problema y es que para empezar un tramo de liberación el alcohólico tiene que reconocer que lo es y estar dispuesto a enfrentar un firme sentido de la disciplina , emprendiendo el arenoso camino de la abstención.
Hace un tiempo participamos de una interesante reunión en la que se exhibieron tres cintas que exponían la realidad sobre el alcoholismo. El primer documental estaba dedicado al hogar y a la familia de un alcohólico, el segundo presentaba cómo se deteriora la personalidad de un adicto al alcohol y la tercera indicaba, con datos y sugerencias practicas acerca de cٚomo emprender la batalla contra la botella.
Yo -y excusénos que hablemos en primera persona- sé cómo se desbarata un matrimonio, cómo se disuelve un hogar y cómo sufren las víctimas inocentes debido al vicio del alcohol. Un hombre atrapado por el vicio de la bebida abusa verbalmente, y a veces físicamente, de su esposa y de sus hijos. En el hogar no solamente se ausenta la paz, sino que también se reducen hasta el nivel de la ruina los recursos económicos, los hijos padecen necesidades que antes les fueron desconocidas y el matrimonio se desvanece entre inevitables lamentos. Lo paradójico es que el alcohólico, en sus raras etapas de sobriedad suele ser un buen esposo, un buen padre y un buen proveedor. No es una mala persona, sino un ser humano desgraciado y desposeido de sus nobles cualidades, encerradas en el fondo de una botella.
Conocí de cerca a un hombre que esporádicamente solía asistir a la iglesia en la que por muchos años tuve el honor de servir como pastor. Este individuo, y aclaro que se trata de un caso ficticio que refleja una tortuosa realidad, se ausentó de la iglesia y una mañana su esposa se me acercó para decirme que su marido se había convertido en otro hombre y que su hogar se había destruido totalmente.
Arnaldo -usemos este nombre-, era administrador de un elegante restaurante en una concurrida zona de la playa, tenía un muy generoso salario y afianzó su economía abriendo por su cuenta un modesto restaurante que dirigía uno de sus cuñados; pero poco a poco empezó a probar algunos de los tragos que consumían sus clientes pensando que ese supuesto placer que disfrutaba estaba totalmente sometido a su rígida voluntad. Su adicción progresiva al alcohol era desconocida por su esposa, hasta una tarde en la que Arnaldo fue detenido por la policía y llevado a la cárcel por haber provocado un accidente estando bajo los efectos del alcohol. El famoso “DUI”, “manejar bajo la influencia del alcohol” le pasó la primera cuenta. Su esposa pagó la fianza que le impuso el juez, Arnaldo se buscó un buen abogado, hay miles de ellos que se dedican a sacar borrachos de las cárceles, y finalmente salió a la calle. Le juró a su esposa que era la primera vez que bebía y que por eso lo poco que ingirió le hizo mal efecto.
Un bebedor “clandestino”, llamésmolo así, se vale de numerosas inventivas para esconder su vicio. Arnaldo poseía un arsenal de enjuagues bucales para disimular su alcohólico aliento, perdió su trabajo sin decírselo a su esposa, usó de manera desafiante sus tarjetas de crédito, llegaba a su casa en horas de la madrugada cuando todos dormían justificándose con la mentira de que estaba trabajando tiempo extra; pero siempre llega la hora en que un borracho creyendo que es invulnerable se descubre y se produce la catástrofe que era de esperarse. Peleas, abusos, jactancias, violencia doméstica, escaceses, irrespeto, y finalmente irreparables rupturas no demoraron en hacer su infame aparición. Resumo la historia: Arnaldo terminó convirtiéndose en un “desamparado” que robaba para beber. La casa en que vivía fue reposeida por el banco y su esposa y dos pequeños hijos tuvieron que atenerse al refugio ofrecido por el cariñoso y caritativo abuelo que les ofreció oportuna ayuda.
No volví a ver a Arnaldo. Alguien me informó que estaba preso cumpliendo una larga sentencia por el delito de asalto agravado. Sus familiares se trasladaron a otro estado y rehicieron sus vidas. Las consecuencias de una botella de alcohol siempre son destructivas, indomables y letalmente dolorosas.
Insistimos en aclarar que no todos los que beben alcohol con apropiado sentido del límite y una arraigada fuerza de voluntad que les azuza la habilidad del auto control, se convertirán en infelices alcohólicos; pero ratificamos que no todos los seres humanos disfrutan de una entidad que les protege ni tienen suficiente cáracter para evadir las garras de la tentación. Ahora bien, la gran noticia es que hay remedio y soluciones. No tenemos espacio para comentar los famosos doce pasos de los Alcohólicos Anónimos ni tiempo para explorar las numerosas posibilidades existentes al alcance de los que quieran batallar sobre la influencia de la botella; pero podemos, al menos, compartir tres valiosos consejos.
Primero, acuda a la infalible ayuda de Dios. La oración sincera y humilde puede abrir puertas que tristes circunstancias de la vida insisten en mantener clausuradas.
En Segundo lugar recomendamos que si tiene problemas con el alcohol no lo niegue ni lo disimule. Abra su corazón ante las personas más cercanas de su vida y cuénteles la desgracia en la que se halla involucrado, solicite perdón y comprensión y ruégueles que le respalden en sus esfuerzos, si es que quiere vencer el vicio destructivo que le aflige.
Y en Tercer lugar cambie su estilo de vida, abandone los sitios en los que corre peligro de beber, expréseles cariño y ternura a su compañera e hijos y procure no andar solo cuando pudiera disfrutar de la compañia edificante de personas de arraigada fe cristiana. Y si ha decidido buscar ayuda profesional, apéguese a las instrucciones recibidas con puntualidad, acatación y respeto.
¡Recuerde que la batalla contra la botella puede y tiene que ser ganada! ¿Por qué vivir derrotados, cuando pudiéramos ser vencedores?
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