¡La raza!.. ¡ la raza!
¿Qué quiere decir esto de la raza? ¿Qué raza es esta, que está en todos los labios, ya que no en todos los corazones en más de una veintena de pueblos de esta raza “que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”, todos los Octubres desde que despunta hasta que se apaga el día 12?
¡Ah, pues es la raza de la “Fiesta de la Raza”, que celebra su propia inexistencia con versos, con discurso, con banquetes, con cablegramas expresivos y palabras corteses, al amparo de un pretexto conmemorativo: el feliz arribo de las tres carabelas colombinas a una minúscula isla del mundo nuevo el 12 de Octubre de 1492!
Hasta ahora eso fue la raza y eso fue también el “Día de la Raza”.
La raza no pasó de un tópico, un simple y feliz giro retórico, recurso poético valioso para la celebración de juegos florales, dorada disculpa para suculentos ágapes diplomáticos, literarios y aún científicos, excusa bastante para raudales de palabras inocuas engarzadas en discursos inútiles y motivo más que suficiente para un diluvio de bandas, condecoraciones, medallas y diplomas de honor.
Esto fue y aún es “la Raza”, repetimos, madre del hispano-americanismo que tanto lustre ha dado a las Academias, llenándolas de nombres sonoros y hombres huecos e insignes; madrastra de lo “indo-nacional”, (indo-mexicano, “indo argentino” y hasta nos parece que hemos leído “indo-cubano”) y rendida pupila de lo pan-americano (“made in U.S.”)
Y es que únicamente sobre palabras, muchas y buenas palabras, puede construirse el mito para especulaciones político-comerciales que ha venido funcionando hasta el día, año tras año.
La realidad necesita algo sólido, algo tangible para asentarse, y la raza necesita ser realidad
Por eso ha creado una bandera.
Los pueblos, aún lo maduros, necesitan para existir congregarse alrededor de un símbolo, en torno a algo que inspire su fe y encienda su confianza, y este algo que los hace héroes y mártires es siempre una bandera, la soflama cuyos colores significan para ellos la patria, el hogar, la familia… el deber, el honor y el amor. Y las razas y más las tiernas, las niñas, las que aún están en los balbuceos para hacerse, para formarse, para “ser”, necesitan la constancia de vida de una bandera, que encarna un ideal, el que a su vez ha de transformarse en un programa.
Y la Raza, ya tiene su bandera. Una bandera blanca de intenciones y propósitos, sobre la que triunfa lo verdaderamente simbólico: el Sol de oro padre y amor de las Indias Occidentales y las tres cruces que evocan las naves del descubridor, revestidas por el color morado de la Madre Castilla. Porque esto ha de ser, mejor dicho, porque esto será la raza indo-hispánica.
Raza en infusión, que se funde poco a poco en el gigantesto crisol de la América convulsa (la nuestra, la que amamos) con la aleación imponderable del pensamiento, del nervio, de la arrogancia y el valor de la gran raza romántica y señora de los conquistadores, y el ímpetu y la sangre joven de los aborígenes americanos.
En esta gran fragua de la América que todos los días enciende su fuego en una guerra civil, en este horno que chispea revoluciones, sobre yunques de adversidad y con martillos dictatoriales, se forja en el tiempo la Raza, la nueva raza, que ha de imponer su señorío al Nuevo Mundo, porque es suyo y porque suyo también es el porvenir.
No importa lo que “los otros” digan. Ellos no son el producto de América, pueblos trasplantados de Europa, constituyen una prolongación racial del viejo continente y como él son también viejos.
Por ello mantienen un mayor grado de cultura, un más alto nivel de preponderancias económicas. Ellos tienen “experiencia”, fruto de la edad y los nuestros “aún no tienen edad”.
Pero su América no es americana, es una América importada que no ha sabido, que no ha querido fusionar su vieja sangre a la sangre nueva del continente y que está por ello condenada a envejecer, cuando la nuestra crezca sana y fuerte como las razas nuevas.
Y la raza nueva es esta, que apenas empieza a existir, que es ahora cuando recibe la “fe de bautismo” de su bandera, la enseña blanca en cuyo centro hay un sol y tres cruces moradas, que hablan a la vez de Américas y Españas.
Esta bandera que ondeará mañana oficialmente en todos los países de la raza, viene como veis a dar una mayor significación a la “Fiesta de la Raza”, esta “Fiesta” que ya comienza a ser una cosa viva y eficaz, auque hasta ahora y pese a su condición retórica cumplió una misión, mantener palpitante una inquietud racial que aspiraba a convertirse en fórmula y a la vez exaltar con el descubrimiento al “viejo solar de nuestro mayores”, esa España magnífica y señora que no es sólo madre de pueblos, sino también de una raza a la que supo dar generosamente su sangre, su idioma y su pensamiento.
Por nuestra parte y en la fiesta de mañana, repitamos al contemplar la “bandera de la raza” el grito triunfal de Rodrigo de Triana:
¡Tierra!
Porque tras el flamear de la blanca enseña, hemos descubierto otro Nuevo Mundo: nuestra raza nueva.
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