Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE
Stephen Bonsal (1865-1951) fue un historiador, diplomático y periodista norteamericano que en 1945 ganó el Premio Pulitzer por Historia (su hijo Philip Bonsal fue el embajador en Cuba que sustituyó a Earl Smith en 1959).
En su libro When the French Were Here (1934), Bonsal relata que, en 1781, cuando las tropas de Washington y Rochambeau estaban listas para marchar contra Cornwallis en Yorktown, el ejército aliado estaba al borde del colapso por falta de dinero. Fue entonces que se organizó en Cuba una colecta impulsada por las damas habaneras (esposas de comerciantes, hacendados y funcionarios coloniales) que lograron reunir una suma considerable de oro y plata.
Bonsal comenta que aquella contribución de las mujeres de La Habana resultó providencial, porque permitió financiar los sueldos y el avituallamiento de los soldados franceses y americanos en el momento decisivo. Según él, sin ese dinero hubiera sido imposible que Washington emprendiera la campaña que culminó con la victoria de Yorktown y la independencia de los Estados Unidos.
En resumen, Bonsal subraya que el aporte de las damas de La Habana fue un acto poco recordado pero crucial en la historia norteamericana, y que merecía mayor reconocimiento.
Poco antes de la batalla de Yorktown, que resultaría decisiva para la libertad de las Trece Colonias dominadas entonces por los ingleses, y que se convertirían en lo que es hoy Estados Unidos, las arcas de la Revolución independentista estaban exhaustas. No había dinero para pagar a los soldados que comandaba el General George Washington (1732-1799) y más grave aún, a los soldados franceses que les ayudaban bajo las órdenes del General Rochambeau. La situación era crítica, las tropas podrían desmoralizarse porque, inclusive, hacía tiempo que no se les abonaban sus salarios.
El Almirante De Grasse (1722-1788) todavía en julio y principios de agosto de 1781 se encontraba en Cabo Haitiano (ciudad ubicada en el norte de Haití, a orillas del mar Caribe), planeando la expedición, reclutando soldados y equipos y buscando el dinero solicitado por el General Rochambeau (1725-1807). La necesidad de recolectar el dinero era indispensable para financiar la campaña en Virginia y movilizar la Flota francesa.
El Comisionado Francisco de Saavedra había llegado de España en enero de 1781 a La Habana con el encargo de coordinar y colaborar con el esfuerzo conjunto franco-español. Venía a reforzar y hacer cumplir las instrucciones que había recibido el Capitán General de Cuba Juan Manuel de Cagigal y las demás autoridades de la Isla, respecto a colaborar con los franceses con armas, tropas y barcos de guerra de la escuadra del Caribe y disponer los fondos que fueran necesarios para la misión.
Esto era parte del pacto franco-español y de sus planes conjuntos. La escuadra española bajo el comando del Almirante español Solano ya estaba en la región, para actuar en operaciones militares contra la armada inglesa en el área y proteger los barcos mercantes en la zona contra asaltos de los británicos.
El Almirante De Grasse y Saavedra tuvieron varias reuniones en Cabo Haitiano para coordinar las mutuas órdenes que cada cual tenía de sus respectivos Ministros en París y Madrid. Hay pruebas y relatos detallados de estas reuniones en varios despachos de De Grasse, del Capitán General Cagigal y en el Diario, que Saavedra escribió sobre su misión en América.
Por su relevancia en conocer el trasfondo de la estrategia francesa en apoyo de los norteamericanos, en la cual Francia contaba con la participación de España en todo momento. Más adelante se presenta cómo estas órdenes fueron transmitidas por el Ministro francés de Asuntos Exteriores, el Marqués de Vergennes a su Embajador ante el Congreso Continental, M. de la Luzerne. Después M. de la Luzerne le transmitió las órdenes, planes y estrategias al General Rochambeau. Todas estas comunicaciones como era de esperar se enviaban con mucho secreto, para no ser interceptadas por el espionaje inglés.
Con las órdenes secretas que llevaba del Ministro Vergennes, transmitidas al Embajador M. de la Luzerne del 9 de marzo, como se observará más adelante, éste se las escribió al General Rochambeau.
Los informes contienen las observaciones e informaciones actualizadas de los desplazamientos ingleses en la zona de Virginia. De Grasse tuvo que estudiarlos y tomar varias decisiones de gran trascendencia para los resultados de la guerra, decisiones que pudieron haber cambiado el curso de la historia.
Primero postergó la partida de varios barcos con destino a Europa, con la intención de mantener el tamaño de su Flota intacto. Luego decidió, como había sido recomendado dos veces por el General Rochambeau y que además ese era su plan e instrucciones de desembarcar en la boca de la bahía de Chesapeake. De Grasse sabía por los servicios de inteligencia, que en esa zona estaban concentradas la mayoría de las fuerzas británicas de Lord Cornwallis y que no tenían una buena protección naval.
El Almirante De Grasse, su Junta de Guerra, Saavedra y Solano comprendieron que la operación podría ser más rápida y efectiva en Virginia, en particular si se mantenían en el puerto de Nueva York las dos escuadras inglesas bajo el Comando del Almirante Hood y el Almirante Graves. El Comisionado de España, Francisco de Saavedra estuvo de acuerdo con estos planes de ataque que tenía De Grasse. Saavedra coordinó el apoyo de la escuadra española del Almirante Solano para mantener la vigilancia de las islas francesas en el Caribe y proteger sus plantaciones y comercio internacional. Por esta protección española con más de 20 buques de línea y fragatas en las Antillas Menores, De Grasse pudo utilizar la Flota entera en las operaciones en la bahía de Chesapeake.
Acordados los planes y siguiendo las solicitudes de Rochambeau, De Grasse, con la ayuda de las autoridades locales de Saint Domingue (Haití) y de Saavedra, comenzó inmediatamente con los preparativos necesarios para la importante expedición. Esta fue la labor del Almirante en sus próximas dos semanas en Cabo Haitiano. Durante la primera semana, la preparación de suministros, alimentos, vituallas y soldados comenzó bien. Las fragatas se abastecieron de provisiones y comenzaron a reclutar soldados y milicias de Saint Domingue y de Santo Domingo español, más las que enviaban de La Habana y Puerto Rico.
Cabo Haitiano en aquella época era un rico centro comercial en el Caribe, numerosas flotas mercantes arribaban a la bahía todos los años para intercambiar productos con los pobladores de la ciudad y los comerciantes del Caribe, era puerto de exportación de ron, melazas y azúcar. Los barcos luego continuaban viaje hacia Puerto Rico, La Habana y otros puertos antillanos de intensa actividad económica y comercial.
Cabo Haitiano se destacaba de ser la más agradable en Las Antillas, era el París de las islas, la más bella y después de La Habana, la más rica. Es curioso pensar que Cabo Haitiano en el 1781 tuviera esta prosperidad y que dos siglos después esta bella ciudad esté sumergida en la miseria y el caos.
En Cabo Haitiano, De Grasse pudo reclutar más de 3,000 hombres de los regimientos de Gatinai, Agénois y Touraine. La labor no fue fácil, pues a la sazón el Almirante español José de Solano también estaba preparando una expedición con nuevas tropas del ejército y la marina para ayudar al Gobernador Gálvez en su ataque a Pensacola. Estas tropas quedaron bajo el mando del oficial francés M. de Saint-Simon. También se sumaron a la expedición numerosas cantidades de milicias negras, reclutadas del mismo Cabo Haitiano, Santo Domingo, Puerto Rico y de Puerto Príncipe.
Según el historiador naval francés Jean Jacques Antier, la labor de aglutinar tropas no fue tan difícil como la de recaudar el dinero que Rochambeau había solicitado en su despacho del 6 de junio. Aun en una colonia con comerciantes y propietarios de plantaciones tan prósperos como ésta, la considerable suma de 1,200,000 libras tornesas le fue difícil de recaudar. Sin embargo, el Almirante De Grasse pronto se dedicó a la ardua tarea de gestionar estos recursos en Saint Domingue, no sin serios pormenores y decepciones que cambiaron los planes posteriores y que tuvo que ser asistido del dinero que buscarían y recaudarían en La Habana al principio de agosto de 1781.
De Grasse intentó primero obtener los recursos del Gobernador de Cabo Haitiano, M. de Lilliancourt, pero la gestión fracasó, al rehusar este el poner en riesgo semejante cantidad de dinero.
En ese momento el crédito de la Corona francesa estaba bastante agotado.
De Grasse solicitó el dinero al Tesoro del gobierno colonial y a los ricos comerciantes y dueños de plantaciones, pero no le podía decir cuando serían pagados sus créditos o las letras de cambio que aceptasen. Ese fue un gran problema, por eso no pudo recaudar los fondos necesarios.
Un segundo intento de De Grasse también le resultó infructuoso. En esta gestión el Almirante propuso poner sus ricas plantaciones en Haití y su hacienda de Tilly, en Francia, como colateral para el empréstito solicitado. Esto fue un gesto muy noble, que no ha sido lo suficientemente apreciado. También el Capitán de la fragata Bourgogne, M. de Charitte, ofreció sus plantaciones en la isla con tal de asegurar los fondos necesarios.
Pero, de todas formas, ni aún con el colateral de los dos, pudieron recaudar los recursos en la próspera colonia francesa. Estas ofertas muestran la colaboración y el espíritu de respeto de estos hombres ante el reclamo del Almirante De Grasse, pues ofrecieron sus tierras y garantías a favor de la causa del Rey Luis XVI y los esfuerzos franceses en la América y las Antillas. Pero los colonos franceses no tuvieron la misma solidaridad en este empeño. Fracasada la segunda gestión y los distintos intentos del Almirante, el problema parecía no tener solución.
Es curioso observar la falta de confianza que tenían las autoridades de Cabo Haitiano en los empeños de la Corona y en su capacidad de pagos, pues no colaboraron con De Grasse. Naturalmente, fue también un serio desaire a la Corona y la política francesa en la región. Ahí estaba la gran Flota de Francia con 30 buques de línea, más otros 15 barcos y 3,000 soldados, detenidos y estancados en Cabo Haitiano sin dinero para acometer y cumplir con su elevada misión. Una curiosa ironía de la historia, pero quedaba una última alternativa.
La última tentativa de De Grasse tuvo mejores resultados. El Comisionado Saavedra le ofreció De Grasse que dicho dinero se podría recaudar en La Habana y que conversaría con las autoridades de la Isla, para ver la forma de conseguir esos fondos del Tesoro público o de préstamos privados de agente: comerciales y empresarios habaneros. Saavedra sí logró recaudar cerca de 100,000 libras tornesas en la Hispaniola, como informó en sus despachos al Capitán General de Cuba y le entregó esa suma a De Grasse a ser descontada de los créditos entre Francia y España.
Cuando Saavedra ofreció recaudar estos fondos en La Habana, sabía que el Primer Ministro Floridablanca y el Ministro de las Indias Gálvez habían dado instrucciones muy precisas a las autoridades de Cuba y otras Capitanías Generales y Gobernaciones de colaborar con suministros y dinero en todo lo que fuera necesario para la misión de la Flota francesa.
No fue como algunos señalan, sin conocer toda la documentación oficial, un gesto espontáneo o arriesgado de Saavedra, sino esas eran precisamente sus órdenes como Comisionado especial, la de coordinar y resolver cualquier inconveniente que surgiera de improviso.
Esta coordinación desde tres meses antes se puede apreciar en la carta del 24 de junio de 1781, del Capitán General de Cuba, Juan Manuel Cagigal al Ministro de Indias, José de Gálvez, en la que remitió el oficio que: “he recibido del Conde De Grasse que se halla dispuesto a contribuir a la ejecución de los proyectos de nuestra Corte contra el enemigo y de la respuesta, que ha dado”.
Ya en junio ambos se intercambiaban despachos y planificaban las operaciones de finales de agosto, así lo demuestran las 3 cartas de fecha: 12 de junio, 24 de junio y 23 de agosto de 1781.
De Grasse y el General George Washington también se escribieron constantemente en esta etapa de coordinación de planes y organización de la expedición. Cagigal y De Grasse se escribieron por lo menos dos o tres cartas muy reveladoras de los planes conjuntos que estaban en marcha.
Estos intercambios de cartas oficiales demuestran que la participación franco-española ya estaba muy coordinada entre las Cortes de París y Madrid y la necesaria ayuda económica y de suministros. Las autoridades de La Habana comenzando por el Capitán General Cagigal y el propio Comisionado especial Saavedra, lo que tenían eran instrucciones impartidas en Madrid que debían cumplir y ejecutar. Algunos historiadores erróneamente han deducido del Diario posterior de Saavedra, que él fue quien planeó estas operaciones y los auxilios económicos, cuando el mérito y planificación se debe a la misma Corona de España y de Francia y sus Ministros.
Pero hay que insistir en que la participación española se desempeñó con mucho secreto y cautela, como fue la política de cooperación de Carlos III, hacia Francia y los rebeldes separatistas, sin confrontar directamente a Inglaterra. Esta fue la política española desde el comienzo de la revolución.
El mismo Rey Luis XVI había escrito una carta con fecha 10 de marzo de 1781, que explicaba el apoyo y el esfuerzo adicional en tropas y dinero que realizaría Francia. Esta carta es muy importante y apenas se conoce.
Aunque un día antes, el 9 de marzo el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, producto de este acuerdo y decisión del mismo Rey, impartió las órdenes precisas sobre los planes franceses en América del Norte al Embajador M. de La Luzerne, en Filadelfia.
Desde marzo a octubre de 1781 los oficios y comunicaciones entre el Congreso Continental, Francia y España, sus Ministros y autoridades militares regionales fueron intensos y revelan con claridad toda la coordinación que existió entre todas las partes involucradas.
Fue, pues, una labor coordinada y de alianzas directas e indirectas, pero planificaron bien el cuadro de las acciones militares a favor de la revolución norteamericana. William Emmett O’Donnell comprueba esta coordinación de esfuerzos y estrategias, en su obra: The Chevalier de la Luzerne, French Minister to the United States, 1779-1784, publicada en 1938.
O’Donnell destaca que en un despacho del Ministro de Asuntos Exteriores francés, M. de Vergennes, del 9 de marzo de 1781, ya él explicaba la naturaleza de las operaciones navales francesas en América y en particular en la bahía de Chesapeake, algo sorprendente, que no se conoce mucho. Es decir, desde marzo la Corte y Cancillería francesa ya tenían preferencia por realizar las operaciones navales en la guerra conjunta en el sur y el desembarco de la Flota en la bahía de Chesapeake.
La fuente de informaciones del Ministro. M. de Vergennes fue el Embajador francés M. de La Luzerne, quien le mandaba detallados informes a su Cancillería sobre la situación de deterioro militar en el sur y cómo las tropas de Cornwallis se concentraban en Virginia. Ya en marzo, antes de llegar la Flota francesa a las Antillas, el Almirante De Grasse tenía sus órdenes encomendadas y el plan de acción de la ayuda francesa, que en todo momento contaban con el apoyo de la Flota española.
Es evidente por las correspondencias entre el Canciller francés, el Embajador de La Luzerne y el General Rochambeau, que la Corona de Francia ya había planeado la expedición de la Flota francesa y sus tropas terrestres en el teatro de la guerra en Virginia. Nada fue improvisado y por los despachos oficiales se aprecia la coordinación de las Cortes de Francia y España en estos movimientos militares conjuntos y su forma de financiarlos. En Cabo Haitiano el Comisionado Saavedra, contribuyó con los aspectos operacionales y coordinaciones de campo de último momento con el Almirante de Grasse. Trabajó unido en esta misión al Almirante español José Solano y el Capitán General en La Habana Juan Manuel de Cagigal y el Intendente Urriza.
Saavedra sabía que tenía el mandato de resolver y ofrecer la ayuda que la Flota española necesitara y que debería gestionar los fondos solicitados en La Habana o en otra gobernación colonial. Eso fue lo planeado y la causa de tanta preparación en los últimos meses. Fue lo esperado y no producto de la improvisación.
La misión del Comisionado Saavedra fue muy oportuna y efectiva, Cagigal que había intercambiado varias cartas con George Washington y el Almirante De Grasse, entendía bien su responsabilidad en esta compleja operación aliada.
Las interpretaciones de que todas estas importantes decisiones fueron una rápida salida y decisión personal de Saavedra, Solano o Cagigal, distorsionan la verdad y muestran un desconocimiento de toda la planificada coordinación y preparación que existía entre los Ministerios de París y Madrid. Nada estaba improvisado, salvo pequeños problemas y decisiones operativas de último momento.
Los acuerdos como observamos ya estaban realizados por ambas Cortes. En Cabo Haitiano solo se ejecutaron los planes acordados, con cualquier cambio o ajuste de último momento en el campo. Las amplias correspondencias detalladas que se presentan entre las Cancillerías y de Marqués de Vergennes al Embajador francés en Filadelfia. M. de La Luzerne y de éste a Rochambeau y al general De Grasse corroboran estas afirmaciones.
El crédito desde La Habana fue parte de lo acordado entre los dos aliados. Saavedra, Cagigal y el Intendente lo tenían que haber planeado en los meses de junio y julio, al saber que Saint Domingue no tenía los fondos. Es poco creíble, como señalan algunas fuentes, que la recaudación del dinero se realizó en solo seis horas de manera espontánea. Organizar y encontrar a los inversionistas, planear la suscripción y documentarla toma tiempo y esfuerzo. Claro, España y sus autoridades operaban en secreto y es poco lo que se ha escrito de este importante episodio. Las informaciones las tenemos de escritos y fuentes navales francesas y algunos despachos españoles de la época. Existen pocos libros de historia española que revelan y describen esta crucial colaboración de España al esfuerzo de la Flota francesa y la causa norteamericana.
El ofrecimiento de Saavedra de conseguir los fondos en La Habana llenó de alegría a De Grasse, quien conocía los compromisos y las negociaciones de las dos Cortes por las cartas de M. de La Luzerne y Rochambeau. Los dos compartieron e intercambiaron opiniones sobre los planes del uso de las dos Flotas y sobre el apoyo español a las islas francesas en la zona. La labor de Francisco de Saavedra en los tres años que estuvo en misión en el Caribe y México fue muy encomiable.
Contribuyó como los demás altos funcionarios de la región con la política exterior coordinada y planeada de antemano con mucha cautela, por el Conde de Floridablanca, el Ministro Gálvez y por el mismo Carlos III.
De Grasse con la seguridad que le ofreció Saavedra y las autoridades españolas, de inmediato dispuso enviar a La Habana tres de sus mejores fragatas, entre ellas el buque Aigrette, bajo las órdenes del oficial M. de Saint-Simón. Este oficial francés fue el contacto con las autoridades de Cuba para realizar las diligencias requeridas para recaudar los 1,2000,000 de libras tornesas en la comunidad habanera y española de la Capital.
Saint-Simón partió de Cabo Haitiano en los últimos días del mes de julio hacia La Habana para reunirse con las autoridades locales.
En 1920, Manuel Conrotte, historiador español, escribió sobre la contribución de España a la independencia de los EE. UU. Otro, Francisco Morales Padrón, señaló; “Entonces fue cuando la ciudad de La Habana abrió una suscripción obteniendo un millón y medios de libras tornesas que permitió la continuación de la lucha.”
A la luz de nuevas investigaciones y documentos en los archivos de España y los archivos navales de Francia, se sabe que efectivamente los recursos se consiguieron en calidad de préstamos de funcionarios, señoras y comerciantes en La Habana. Como ya se conoce estos créditos fueron gestionados por las autoridades, que ya tenían sus órdenes de cooperar en todo lo necesario, con el gran esfuerzo naval aliado franco-español.
La afirmación del historiador Conrotte, es correcta en cuanto a que la Corona y los Ministros de España instaron a inversionistas, hombres y señoras, comerciantes y autoridades, a prestar los fondos, con garantías de recursos del Tesoro Real que venían de sus caudales desde México.
Pero los galeones con dinero y cargados de oro y plata que venían de Veracruz habían pasado por La Habana, pero ya habían continuado viaje a España. Por eso esos recursos no se pudieron utilizar. De ahí que la suscripción se realizó en La Habana de créditos locales. Sin embargo, sabemos que el Almirante Solano estaba en esas gestiones, pero no hay certeza que estuviera como los demás funcionarios en las gestiones de la recaudación, como Cagigal, Miranda, Saavedra y el Intendente Urriza. Este último ostentaba el importante cargo de Intendente creado durante el reinado de Carlos III, y era la persona que manejaba los fondos de tributos de la Corona y que podría conceder garantías o comprometerse en su nombre. Su presencia y probable firma documentos debió ser muy importante para brindar las garantías para recolectar los fondos de fuentes privadas y públicas.
No es creíble que De Grasse mandara a Saint Simón y movilizara su Flota, sin tener de antemano la absoluta seguridad de esos fondos.
Esta creencia la confirma la inmediata actuación de De Grasse de informar por carta, aún antes de tener el dinero en sus manos, al General Rochambeau, que él iba con su Flota, las tropas solicitadas y los recursos económicos hacia Virginia. Mientras Saint Simón llegaba a La Habana, el Conde De Grasse procedió a enviar la fragata Concorde con una carta del 28 de julio, para Rochambeau en los EE.UU, confirmando su viaje a la Bahía de Chesapeake, con más de 3,000 tropas y con los recursos financieros, para cancelar deudas, pagar a los soldados y financiar la batalla que se llevaría a cabo en Yorktown.
Deben existir más informaciones y documentos de los que hasta ahora se conocen que explique mejor esta operación financiera. Puede también como eran misiones secretas y España no deseaba exponerse, no existan más detalles y evidencias documentales. Pero uno se imagina como algo imposible, que De Grasse, asegurase al General Rochambeau en la citada carta, que partiría con la Flota y todas las tropas que mencionó y con el dinero de 1,200,000 libras tornesas, si ya toda la financiación no estuviera previamente acordada y sabía del seguro éxito de la recaudación en previamente acordada y sabía del seguro éxito de la recaudación en La Habana.
Esta es la afirmación histórica del dinero recaudado en La Habana del Almirante De Grasse al General Rochambeau. Como se puede observar, la carta, sin duda alguna, daba motivo de tranquilidad y regocijo para los aguerridos ejércitos de Washington y Rochambeau. No sólo informaba sobre las tropas reclutadas en Cabo Haitiano, sino también prometía la solución del embarazoso problema económico. La fragata Aigrette, que era la más veloz de la Flota, fue la que se escogió para recoger los fondos en La Habana.
El viaje de Cabo Haitiano a Cuba, según relatan, fue muy peligroso, pues los buques ingleses mantenían una tensa vigilia por la zona desde que la Flota francesa había entrado en aguas de las Antillas. De acuerdo con el historiador M. Antier, el Aigrette y sus dos refuerzos tuvieron que navegar entre los cayos para esquivar los buques ingleses que andaban desesperados por interceptar a algún barco francés para saber de los planes de estos y sobre todo, respecto a su futura actuación en la guerra de Norteamérica. Pero la suerte acompañó al Aigrette, pues pudo llegar a La Habana sin tener ningún enfrentamiento.
Como se puede apreciar las relaciones y coordinación entre Francia y España fueron muy fluidas y coordinadas. Ambas naciones tuvieron un papel muy importante en la guerra de la independencia de los EE.UU.
Fue una guerra separatista de las Trece Colonias de Inglaterra, pero en el fondo tuvo un carácter de conflicto mundial. Francia como aliada decisiva directa de los rebeldes independentistas y España contribuyeron como aliada de Francia, a la guerra contra Gran Bretaña. España de hecho fue una gran colaboradora a favor de la causa revolucionaria norteamericana. La ayudó con tropas, suministros y con el crucial préstamo obtenido en La Habana para financiar la batalla de Yorktown. Lamentablemente es un dato histórico muy poco conocido por norteamericanos, españoles e hispanoamericanos o por la mayoría de las personas del mundo.
Primero, la ayuda española y de La Habana ha quedado claro y demostrado y ninguno de los autores que han escrito del tema lo discuten o rechazan. Existe consenso de que los fondos fueron gestionados por órdenes de la Corona de Madrid, en coordinación con el Ministro francés Vergennes y que la suma de 1,200,000 libras tornesas fueron recaudadas en La Habana. Igual se acepta que los recursos fueron recaudados por las autoridades de la Isla mediante suscripción pública de inversiones, préstamos y donaciones de individuos y comerciantes y funcionarios. Segundo, nadie rechaza la verdad histórica que los recursos económicos entregados por la vía del lugarteniente St. Simon al Almirante De Grasse fueron llevados en la Flota francesa a la bahía de Chesapeake. Que el dinero se utilizó para pagar y financiar las operaciones de guerra de las tropas franco-norteamericanas dirigidas por el General Washington y el General Rochambeau.
Lo que todavía sorprende es que esta información tan precisa y todo el aporte desde 1776 de España a la guerra de la independencia de EE. UU, no se conozca, ni a nivel de historiadores, ni menos del gran público. Pero esta historia y contribución de España, Luisiana, La Habana y las demás colonias de entonces, tampoco la conocen ni aparecen en los libros de historia, de españoles, franceses, hispanoamericanos y conocedores de otras naciones. La participación y ayuda de España, tan importante y constante que fue y el dato de la recaudación de los fondos en La Habana, solo se comenta o escribe en apenas una docena de historiadores especializados en el tema, pero no ha pasado a los textos escolares ni es historia popular. Esto es una falta a la verdad histórica.
Más sabían y aceptaban los líderes de las Trece Colonias de la contribución de España y el mismo General Washington, que los historiadores y políticos de la posteridad. Una gran ironía.
Sin embargo, existen ciertas diferencias sobre quién o quiénes recolectaron los fondos en La Habana, dato histórico, pero de segundo valor. Lo crucial es que el dinero se recaudó y de gestiones y fuentes españolas y de su colonia en La Habana.
La primera y más vieja versión, es la de que los fondos fueron aportados por señoras de La Habana que donaron joyas y diamantes, en la recolección que realizaron las autoridades locales. Esta no es una versión romántica ni leyenda, sino esa fue una interpretación y expresión que salió del Diario de un oficial que estaba en la Flota de De Grasse. Pero su autor no estuvo en La Habana en la recolección de los fondos, ya sea por donación de señoras o por préstamos gestionados por las autoridades políticas y militares estacionadas en La Habana. Pero el dato de la donación “de las señoras de La Habana” no ha aparecido en despachos e informes de los protagonistas de esa época. Ningún autor del Siglo XIX tampoco lo menciona. La idea y expresión surgió en el Siglo XX.
Posteriormente, como hemos observado por sus textos y citas, fueron los mejores historiadores navales franceses y norteamericanos lo que utilizaron esta expresión, de “las señoras de La Habana” en sus obras sobre la participación de Francia en la independencia norteamericana.
Los historiadores de EE.UU, como Charles Lee Lewis, Stephen Bonsal, Dorothy Thompson Williams y Buchanan Parker Thomson han escrito para difundir y apoyar la tesis sobre la valiosa ayuda de España a la independencia Norteamericana. Pero Lee Lewis y Bonsal fueron de los primeros en 1945 que escribieron con datos de fuentes navales francesas y norteamericanas sobre la donación de las habaneras. Ellos dos fueron los autores pioneros norteamericanos en difundir el aporte de Cuba a la independencia, aunque señalaron el aporte como una donación de las señoras de La Habana.
El ilustre historiador cardenense Herminio Portell-Vilá (1901-1992) uno de los mejores escritores sobre las relaciones entre EE.UU., España y Cuba, escribió, en su obra, Los otros Extranjeros en la Revolución Norteamericana: “La reacción fue en extremo favorable, especialmente entre las cubanas, quienes donaron su dinero y sus joyas e hicieron gestiones del caso con parientes y amigos para que contribuyesen a la colecta que se realizaba. En medio de la admiración general las mujeres cubanas reunieron el millón y doscientas mil libras tornesas que se necesitaban y así se lo comunicó al almirante De Grasse”.
Desde Cabo Haitiano la Flota francesa de 28 buques de línea y 4 fragatas partió con rumbo a La Habana el 5 de agosto de 1781. La travesía fue más peligrosa que la de la fragata Aigrette, pues la escuadra inglesa estaba a la alerta en vista de las múltiples movilizaciones francesas. El 14 de agosto la Flota se encontraba a 30 leguas al norte de Matanzas, donde se les unió la fragata Aigrette que traía “el cargamento precioso de 1,200,000 libras” recaudados en La Habana. La Flota se había quedado cerca de la bahía de Matanzas, probablemente para llamar menos la atención en una ciudad tan poblada y con numerosos extranjeros y espías que podrían brindarles la información a los británicos. Al unírsele el Aigrette con los inmensos recursos, De Grasse inmediatamente escribió una carta a Rochambeau para comunicarle las buenas noticias.
En otro despacho, con fecha de 15 de agosto, De Grasse le explicó a Rochambeau que llevaba las tropas requeridas, armas, suministros y le comunicó del gesto solidario de comerciantes, funcionarios y señoras de La Habana y le informó de cómo prestaron el dinero y letras de cambios para recaudar los fondos requeridos solicitados por las autoridades locales. El conocido historiador naval norteamericano y profesor que fue de Academia Militar Annapolis, Charles Lee Lewis, en su obra expresó: “Tres días después, a unas 30 leguas de Matanzas, la fragata Aigrette se reunió con la flota con su valioso cargamento de 1,200,000 libras. Allí, el práctico español de la costa de Baracoa, en la costa noreste de Cuba, fue despedido el 19 y la flota comenzó a virar por el canal entre las Bahamas y Florida”.
La Flota navegó sigilosamente entre los cayos de las Bahamas, esquivando enfrentarse con buques ingleses para no arriesgar los fondos que transportaban.
Es decir, que si los británicos hubieran capturado o interceptado a la Flota el golpe adverso contra la causa americana habría tenido doble consecuencias, ya que hubiera privado a Washington de la protección marítima y también necesaria y también de los inmensos recursos económicos tan indispensables para sufragar la histórica campaña.
El 30 de agosto la Flota francesa entró triunfante en la bahía de Chesapeake, después de una larga y lenta travesía desde el Caribe. Había sido un viaje peligroso, pues la escuadra inglesa estaba al acecho de encontrar y combatir la Flota enemiga. La noticia del arribo de De Grasse llegó al General George Washington en Chester, Pensilvania, el 5 de septiembre de 1781.
Enseguida la alegría y el júbilo se extendieron entre los pobladores. El propio Washington anotó en su Diario, en el Volumen II, página 258, que: “En mi camino (Chester) recibí la agradable noticia de la llegada del Conde De Grasse a la bahía de Chesapeake con 28 barcos de línea; 4 fragatas, con 3, 000 tropas que serían inmediatamente desembarcadas en el pueblo de James, para unirse con el ejército americano comandado por el Marques de Lafayette”.
No cabe duda de que la llegada de De Grasse levantó la moral y el espíritu de las tropas combinadas de los aliados y del General George Washington y su Estado Mayor. Su llegada fue muy oportuna en todos los sentidos, el militar, económico, naval y sirvió para levantar la confianza general de todos los miembros del Congreso Continental y Gobernadores provinciales. Todos comprendían que dentro de poco entrarían en la fase final de la guerra, en este encuentro en el sur.
Pronto los Generales George Washington, Rochambean y el Conde De Grasse se reunieron en el buque almirante La Ville de París, para perfeccionar la estrategia naval y el movimiento de las tropas terrestres de la batalla de Yorktown. La reunión estuvo dominada por un espíritu de fraternidad entre los generales que conducirían la gran batalla que culminaría con la hegemonía inglesa en Norte América. Por las más de las 30 cartas y despacho que se intercambiaron Rochambeau, Washington y De Grasse, durante 3 meses, se evidenció que estaban conscientes de la grave responsabilidad que todos tenían y del arduo trabajo de preparación y organización de la estrategia y logística de la batalla. Con el dinero pronto se comenzó a sufragar los inmensos gastos de la campaña hacia la bahía de Chesapeake.
El Ejército Continental junto con la imprescindible ayuda de la Flota y tropas francesas se enfrentó en la batalla decisiva de Yorktown, Virginia, contra las tropas británicas comandadas por el General Cornwallis. Fue una enorme batalla terrestre y naval.
El Marqués de Lafayette llevaba varios meses acosando a las tropas inglesas en Virginia, en espera de este momento. La Flota francesa desempeñó un papel fundamental en la primera naval Batalla de Cabo Henry, cerca de Sandy Hook, contra una parte de la escuadra inglesa bajo el mando del Contra Almirante Graves. Las dos Flotas combatieron por un par de días, pero la escuadra francesa mantuvo una superioridad de barcos de línea y fragatas. La Flota bajo el mando del Almirante Hood situada en Nueva York no llegó a tiempo para apoyar a la escuadra inglesa en los cabos de Virginia. La capitulación de Yorktown se firmó el 31 de octubre de 1781.
Desde esa fecha en adelante la victoria norteamericana ya se veía segura, aunque pequeñas batallas esporádicas siguieron hasta el 1783. Pero la Batalla de Yorktown fue la más importante y decisiva, que selló la independencia norteamericana.
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