La angustia

Written by Rev. Martin Añorga

24 de agosto de 2022

En estos tiempos la angustia, lamentablemente, está de moda. Los asesinatos en las tiendas, los restaurantes, los clubes, y aún en las calles, llena de zozobras a multitud de personas que se hunden en el turbio sentimiento de la angustia.

El vocablo angustia procede del indoeuropeo “anghu”, relacionado posteriormente con el alemán “angst” cuyo significado original era el de “estrechez”. La palabra en español proviene del francés antiguo “anguisse”, que ha dado lugar al vocablo “angostura”. Es interesante cómo las palabras viajan. El sentido actual de angustia, identificado con las expresiones “aflicción, congoja, tristeza, desconsuelo, zozobra, pena, inquietud, ansiedad y tormento” se relaciona con una palabra que originalmente tiene que ver con la idea de “constricción”.

El diccionario “Pequeño Larousse Ilustrado” define el vocablo angustia de la siguiente manera: “estado de desasosiego mental, de inquietud profunda, que se acompaña de manifestaciones sicomotrices y vegetativas, aflicción, congoja. Para los sicólogos es la experiencia metafísica por la cual el ser humano debilita su conciencia del ser”. Un tanto complejo el concepto, pero lo cierto es que el poder de la angustia doblega nuestras habilidades de restauración.

La ciencia, trata la angustia como una enfermedad. Por ejemplo, en el “Diccionario Terminológico de Ciencia Médica Salvat Editores, S.A., hallamos esta definición: “temor morboso ante un peligro imaginario, estado afectivo exacerbado en los psicópatas, combinación de disgusto y tensión interna, sensación continua de inquietud y espera de sucesos dolorosos que promueven la neurosis y la crisis de desesperación.”

El pensador cristiano, creador de la escuela del existencialismo, Soren Kierkegaard, en su libro, “El Concepto de la Angustia” afirma, que “la angustia es el vértigo de la libertad” Citamos oportunamente al sabio Thomas A. Edison cuando dijo que “nuestra mayor debilidad está en darnos por vencidos. La manera más acertada, para tener éxito es siempre intentarlo sólo una vez más”. Insistimos, al recordar estas palabras de Thomas  Paine: “mientras más difícil  el conflicto, más glorioso el triunfo”.

La angustia no es un mal que se cura con pastillitas ni con remedios caseros. Una costumbre establecida es que cuando alguien nos habla de sus males, automáticamente los medimos con los nuestros. Muchas personas creen que el sentimiento de angustia es circunstancial y que se debe a una causa pasajera que una vez eliminada detiene el penoso y capturador padecimiento. Confundir la angustia con una actitud de tristeza, nostalgia o pena propia de los avatares de la vida es un error que puede costar caro. Esos elementos, naturalmente, entran en el esquema de la angustia, pero se trata de sus consecuencias, no de sus ingredientes.

Sigmund Freud tomó en serio el tema de la angustia y le dedicó amplia atención. En sus estudios iniciales sobre la angustia, Freud comienza señalando la particularidad de este estado afectivo penoso que se arraiga de manera desafiante. Lo que hace tan particular y digno de investigación este tema, de acuerdo con Freud es que el mismo aparece refiriéndose a algo indeterminado, es decir, sin objeto. En palabras del psicoanalista austríaco, “el problema  de la angustia es un punto nodal en el que confluyen las cuestiones más importantes y diversas, se trata, en verdad, de un enigma cuya solución arrojaría mucha luz sobre el conjunto de nuestra vida anímica”. Me parece oportuno citar estas palabras de La Biblia: “cuando la calamidad caiga sobre ustedes como una tormenta, cuando el desastre los envuelva como un ciclón, y la angustia y la aflicción los abrume entonces clamen a Dios por ayuda”. (Proverbios 1;27).

El filósofo y escritor uruguayo, José Enrique Rodó, según expresaba el laureado crítico literario, Dr. Orlando Gómez Gil, afirmó que “los estados anímicos negativos pueden malograr el impulso hacia la propia perfección y la de la sociedad. Así el filósofo analiza el dolor, la angustia, el desaliento, la dudas, como enemigos del alma”. Una nueva arista en el tema de la angustia, es que no se trata exclusivamente de un tema que tiene que ver con la medicina psiquiátrica, sino que atañe también a la consideración de lo espiritual.

Soeren Kierkegaard es un filósofo danés que como hemos dicho, acuñó el término “existencialismo”. Por convicciones religiosas, y por razones de su apariencia física, dos factores que coincidentes influyeron en su vida, se empeñó en buscarle razones al sentido de la angustia en el proceso de la existencia. Una de las filosofías más controvertidas y de mayor difusión en el siglo XX es el existencialismo, movimiento filosófico que tuvo expositores  a Sartre, Marcel,  Camus, Jaspers y Karl Barth, quienes crearon una relación  entre la filosofía y la teología. La pregunta a que nos lleva todo esto es la siguiente: ¿es la angustia una vivencia religiosa o secular, y más ampliamente, tal vez una mezcla de las dos realidades? Tengo la seguridad de que hallaríamos una respuesta si meditáramos en estas palabras bíblicas: “aunque pase yo por grandes angustias, mi Dios me dará vida” (Salmo 138:7).

Por su parte la ciencia afirma que “la angustia es un estado emocional penoso y de sufrimiento psíquico donde el sujeto responde ante un miedo desconocido. Además del dolor psíquico presenta cambios en el organismo como la sudoración, la taquicardia, temblores y falta de aire. Hay tipos de angustia y grados que llegan a la enfermedad psicológica, para lo cual se utilizan terapias como el psicoanálisis y los tratamientos farmacológicos entre otros”.

Yo creo que esta exposición no establece conflicto con mi fe porque creo que Dios se sirve de instrumentos humanos para exponer su divina autoridad.

En cuanto a la filosofía, más allá de las teorías y la búsqueda racional e ideológica, no se apuntan remedios ni soluciones. Por ejemplo, es oportuno citar a Martin Heidegger cuando dijo que “la angustia es la disposición fundamental que  nos sitúa frente a la nada”, o a Anne Hebert cuando afirmó que “lo único que me distingue de un árbol o de un montón de tierra es la angustia”. Por esos caminos no vamos a ninguna parte. Creemos que la solución hay que  buscarla en el campo religioso. La filosofía es, no obstante, un espacio amplio y abierto en el que caben otras opciones. Se trata de una fuente de conocimientos en el que no hay definiciones concretas, pero sí alternativas que nos hacen pensar y meditar.

En La Biblia, el libro que consideramos los cristianos como la revelación de verdades sagrada y divinas que tienen como objeto la redención humana, se trata el tema de la angustia de forma eminentemente práctica. No hay rodeos filosóficos ni enfoques médicos. Se trata de un mal que hay que remediar y se ofrece el remedio.

Independientemente de que algunos teólogos, y aún algunos psicoanalistas identifiquen la realidad del pecado original como fundamento de la angustia, en las Sagradas  Escrituras ese concepto no se expone de manera evidente. La Biblia no es un libro de texto inflado de teorías, ni siquiera un tratado de Teología Sistemática. Veamos, sencillamente a título de ejemplo cuatro formas en las que se trata la llamada “crisis de angustia”, en las Sagradas Escrituras.

En el precioso Libro de los Salmos, entre muchos otros, encontramos estos sólidos pensamientos: (4:1) “Dios mío y defensor mío, dame alivio cuando esté angustiado, apiádate de mí y escucha mi oración”. (31:9) “Tenme compasión, Señor, que estoy angustiado el dolor está acabando con mis ojos”. En estas dos citas bíblicas se hace evidente que el poder destructor de la angustia se desvanece en las manos de Dios. Es una triste vanidad humana pretender soluciones con la ausencia del Señor.

Recordamos a un venerable anciano de mi congregación que en el breve espacio de seis meses perdió a su esposa y a sus dos hijos víctimas de devastadores accidentes. La tarde en que fui a visitarlo, abrazándome me dijo: “viejo y enfermo que estoy, iré pronto a encontrarme con mi familia. En la Tierra, entre nosotros, vivimos poco tiempo; pero con Dios la vida es eterna y no existe la angustia”. Esta lección de fe me conmovió y me hizo pensar en que los dolores las penas y las angustias que nos hieren y molestan hoy se convierten en paz y seguridad en las moradas celestiales.

“Lo único que debemos temer es el temor”, leí en un folleto devocional que cayera casualmente en mis manos, y pensé que ciertamente vivimos en una sociedad impregnada en miedo y que la angustia nos estremece de tristezas el corazón. Gandhi dijo algo que nos viene al encuentro: “No habrá nada que te pueda asustar si te niegas a tener miedo”.

Para que no recibas desagradables sorpresas o te enfrentes a situaciones de conflicto, sigue esta sencilla recomendación del Libro de los Proverbios:  “confiar en gente desleal en momentos de angustia es como tener un diente careado o una pierna quebrada”.

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