Por: Lilian M. Aróstegui Aróstegui
Ilustraciones: Josefina Rosas Levy Davis
Había una vez, en un paraje precioso, donde vivía una hermosa flor de suaves pétalos, en su centro había un fino polvo amarillo que brillaba bajo los rayos del sol.
Tenía muchísimos amigos y entre ellos, las pequeñas y laboriosas abejas.
Un día, descubrieron que, en un valle vecino, tras un largo invierno las flores no podían despertar ni con los rayos del sol, ni con el canto de los pájaros.
Todos estaban muy preocupados porque la vida estaba a punto de extinguirse en el otro paraje cercano y ningún animalito ni planta podía resolver la situación.
De pronto se escuchó la linda vocecita de la flor que dijo:
― ¡Ya sé, las flores enviaremos nuestro polen que es tan importante para la vida en el planeta!
La idea era muy buena, pero entonces debían encontrar al animalito adecuado para cumplir la misión.
Los pajaritos no podían porque tenían a sus pequeños en los nidos y no los debían abandonar.
Tampoco podían hacerlo las mariposas porque son frágiles y lentas. Se necesitaba a alguien rápido, fuerte y seguro.
Nadie había pensado en las abejas porque son pequeñas y viven trabajando laboriosas para su colmena.
Pero una obrera dijo:
―Nosotras si podemos hacerlo, somos muchas, somos fuertes porque estamos acostumbradas al trabajo y sabemos llevar el polen de una planta a otra.
Otros preguntaron:
― ¿Y qué será del panal y la reina…?
Y fue entonces cuando la reina de las abejitas habló:
―Una nueva reina les conducirá al valle vecino, es mi hija y la he enseñado muy bien.
Ella volará y volará hasta encontrar el lugar correcto como hice yo y así la nueva colmena se encargará de devolver la vida al valle cercano.
Y así sucedió, el enjambre salió con los primeros rayos del sol en un nuevo amanecer llevando su carga de polen y vida al nuevo valle que creció y se llenó de los mismos colores brillantes del paraje precioso donde vivían la hermosa flor y sus laboriosas amigas abejas.
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