Rápidamente voy a hablar de José Martí. Y comienzo por decirles que no intento escribir algo nuevo de Martí porque esa es una misión prácticamente imposible. O, por lo menos, si hay algo novedoso yo no tengo ni la menor idea de que cosa es.
Se ha hablado de José Martí en todas y cada una de las faceta de su vida, de niño, de joven, de preso, de poeta, de maestro, de escritor, de patriota, de padre, de hijo, de hermano, de esposo, de amante y terminando como mártir. Para agregar tendría que copiar.
Por lo tanto, me conformo humildemente con exponer mi criterio de cómo nos servimos nosotros de José Martí, del ser humano que un coterráneo güinero, llamado Francisco Riverón Hernández, bautizó como “José de los Cubanos” y que siempre hemos tenido a nuestra disposición.
Es José «nuestro» y por lo tanto siempre ha sido fuente de inspiración de mis compatriotas. Y mía también. Sin contemplaciones y sin encomendarnos a nadie lo utilizamos los buenos y lo malos. Le achacamos nuestras virtudes y nuestra herencia Mambisa y hasta le endilgamos barbaridades y suposiciones absurdas como la de “haber sido el guía espiritual del ataque al cuartel Moncada”.
¿Qué escritor cubano no ha incluido en su repertorio y hasta en sus libros versos provenientes de su cerebro privilegiado como “Tiene el leopardo un abrigo…” o “Cultivo una rosa blanca…”? Hasta ha servido para embellecer la canción «La Guantanamera”.
¿Cuantos patriotas cubanos, ayer y hoy, han terminado un discurso diciendo “Con todos y para el bien de todos”? Y hoy en día con tristeza tenemos que admitir que en la tierra que ha dado un Fidel Castro y un Ramiro Valdés, y medio millón de esbirros, no se puede hacer nada “con todos” ni desearle “el bien a todos”.
“Si Martí viviera otro gallo cantaría” nos encanta decir y hasta cantar. Sin embargo, la amarga realidad es que si existiera en la actualidad se moriría de vergüenza ante tanta desvergüenza. Y si no fuera así y pudiera sobreponerse a la gran pena entonces la tiranía lo hubiera eliminado en una de las limpias del Escambray. Es más, mucho antes Raúl lo hubiera vendado y fusilado en enero de 1959.
¿Tenía defectos? Quizás, no lo pongo en dudas. Pero prefiero no enterarme de ellos o ignorarlos. No quiero escuchar críticas de él ni mucho menos divulgarlas.
Con tanto H.P. que ha parido la Isla de Cuba, con tantas cabuyas y guásimas que necesitamos los cubanos para colgar a los malos, lo menos que podemos poseer es unos pocos héroes del pasado para mantenerlos en pedestales. Y número uno fue, es y será eternamente José de los Cubanos. Nuestro paladín particular.
Abro el banderín, le lanzo simbolicamente una rosa blanca y espero que todos los escritores cubanos comiencen este 2022 con un aguacero de ensayos en honor del hombre grande de los cuatro acentos. Utilicémoslo porque nuestro es.
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