Joe Mac Carthy  tiene plomo en el ala

Written by Libre Online

21 de noviembre de 2022

Por Miguel del Marcos (1953)

El terrible senador por Wisconsin al que la prensa inglesa llama saltimbanqui, demagogo peligroso y Mussolini del Middle West. McCarthy no debiera ser demagogo porque en su juventud, para ganarse la vida, fue cocinero y empleado en una funeraria. Cómo descubrió su sustancia de agitador y polemista. La segunda operación. Ahora no es úlcera del estómago. El diagnóstico secreto del cirujano Snowland.

No faltan los que afirman que el senador Mac Carthy será el sucesor del general Eisenhower. Un comentarista tan agudo y penetrante como Raymond Carter escribía recientemente estas palabras: “La situación del presidente es Eisenhower ante el senador tiene algunas lejanas analogías con la del viejo mariscal Hindenburg frente a Hitler ascendente». Hasta Bertrand Russell hace algún tiempo, en una especie de rigolada inofensiva, esas diversiones que siempre se permiten los filósofos octogenarios, trazaba este cuadro de porvenirismo risueño: “En el año 1956 Joseph Carter fue elegido presidente de los Estados Unidos con una mayoría superior a la que obtuvo Eisenhower en 1952. Firmó enseguida con Malenkow un pacto basado en la partición del mundo”.

En tanto el senador por Wisconsin sigue siendo un sujeto de primera plana. Se recuerda sus frases sobre los ingleses, cuando la Gran Bretaña se preocupó antes que nada de seguir comerciando con la sirena roja, para mantener intacto su mostrador de Hong Kong: “¡Qué se retiren de Corea y se vayan al diablo!”. La prensa inglesa, extrayendo a McCarthy de su cuadro del Senado americano para darle un relieve internacional, no ha sido benigna en sus comentarios. El “Manchester Guardian” que tiene una tradición de mesura en sus juicios lo ha llamado “Mussolini del Middle West”. El “daily Mirror ”,  que no cultiva el acento vidrioso en sus editoriales, lo llamó una “saltimbanqui “desenfrenado que necesita para vivir del escándalo y de la contorsión”. Lo terrible fue cuando el señor Clement  Attlee, líder de la oposición laborista, se irguió en su escaño, severo, escarpado, imbuido en su traje negro, y con una curiosidad que filtraba un veneno mortal, formuló esta pregunta: “Quisiera saber quién gobierna en los Estados Unidos. ¿Es el presidente es en Eisenhower? ¿Es el senador McCarthy?”  Esos ataques no se localizan tan solo en la prensa inglesa . “Life” lo considera un demagogo. El “Herald” y el “Times”, lo tratan de «loco peligroso urgido de la camisa de fuerza».

Acerca de su locura peligrosa, pudiera decirse que, en el caso de MacArthur, las opiniones están un poco divididas. En cambio, sobre su demagogia se ha hecho la unanimidad. Físicamente, es el agitador típico: 45 años, músculos de boxeador, una energía ciclónica, un vozarrón de este entorno. Sin embargo, nada parecía destinarlo a la carrera política, al sectarismo tridimensional, a la demagogia vociferante, a un gusto muy pronunciado por la dictadura. El padre se llamaba Timoteo y era granjero en Wisconsin. Ahí están las estadísticas y los almanaques. Timoteo es un hombre de todo reposo irradia benignidad. Además, Timoteo McCarthy se dedicaba a la cría de pollos, lo que acentúa en la criatura humana un afán de equilibrio, a los efectos de transar honorablemente todos los conflictos. Joe igualmente, al empezar a vivir crió pollos. Un día tuvo un accidente. El camión que manejaba, y en el que archivaba su mercancía, se destrozó en una curva. Vio morir aplastados, bajo sus ojos, cientos de pollitos tiernamente emplumados. Ya MacArthur, que tenía 18 años, mostraba su estampa brutal, sus manos enormes, fabricadas para la estrangulación inequívoca. Lloró. Lloró largamente, sin consuelo, no solo por su dinero perdido en la catástrofe, sino por los pollitos muertos precozmente. Nunca gusta de recordar esas lágrimas. Eran de un joven sensible, de un corazón piadoso, de un poeta exquisito. Por otra parte el padre no fue afable ni Timoteo. No sabes una palabra del « poultry farm» le dijo con desdén al joven arruinado. Le viró la espalda.

¿Acaso iba a surgir el demagogo de este incidente? McCarthy soñó, entonces, con ser ingeniero. Dejó pronto la cosa. Mejor sería abogado. Pero era preciso ganarse la vida. Se colocó como cocinero en un fonducho aldeano. Realmente, nunca fue un «cordon bleu». Se ignoran sus recetas de cocina.

La prensa inglesa, que tanto lo ha maltratado, nunca dijo que las recetas de cocina de MacArthur contenían en sus cavidades endógenas los venenos de los Borgia. Sus panegiristas nunca se han atrevido a decir que su «escalope of Veal» promoviera éxtasis dilatados en su clientela. De todas maneras, el cocinero no suele ser un sujeto sobre cuyo terreno crezca el demagogo. Otras funciones acometió MacCarthy para ganarse la vida, antes de penetrar en la política. Un día se adscribió a una tarea tranquila después de su descalabro como cocinero. Ingresó en una estación de gasolina para manejar la bomba. De día frecuentaba la Universidad. Por la noche trabajaba en la gasolinera. Es preciso decirlo: los periódicos ingleses que hoy tildan al senador por Wisconsin de «saltimbanqui escandaloso», no han encontrado nada vituperable en esas antiguas actividades. Súbitamente, fatigado de la cría de pollos, de la cocina y de su bomba decencia, McCarthy describió una curva en subida. Se dedicó a las pompas fúnebres. Ahí mismo, existe un poco de confusión. Algunos biógrafos estiman que el senador McCarthy vendía monumentos funerarios. Otros sostienen que trabajaba en un “funeral home”.

Podrá ser lo uno. Podrá ser lo otro. Habida cuenta de la intrepidez congénita de carácter, de su acometividad dinámica, de su brutalidad demoledora es posible asegurar que ganaba su vida en una funeraria. Claro: en el «funeral home» donde prestaba sus servicios, no se dedicaba a vestir los muertos sino a cuidar del orden en el local. Cuando algún concurrente extremaba los «cuentos de velorio», cuando alguien se mostraba excesivo en el dolor o en la risa, MacCarthy se deslizaba hasta su silla, imponente, granítico, el puño velludo y airado. Reprimenda va enérgicamente al perturbador y si éste, a los 5 minutos, reiteraba su desorden o tornaba a soltar en voz alta un« cuento de velorio» lo tomaba por el cuello entre sus manazas enormes y lo arrojaba por una ventana. Eso lo puso más tarde en otro camino: McCarthy se hizo boxeador.

Se reveló como político, como demagogo, cuando alcanzó la designación de juez de distrito. El cargo lo poseía un digno magistrado, un tal Werner de 60 años de edad. McCarthy partió en batalla contra el venerable magistrado dirigiéndose a los electores gritaba: ¿Se dan ustedes cuenta del hombre que administra justicia en esta localidad? Un hombre de 80 años , un anciano polvoriento, enfermo del corazón , los pies vacilantes, las manos temblonas.

Werner, el magistrado Werner, el togado de sesenta años, protestó. Ese jovenzuelo, es infeliz, MacCarthy exagera mi edad. Ustedes saben que solo tengo sesenta años.

McCarthy tenía preparada una carta:

¡Que lo pruebe!

El desventurado Werner, ingenuo, declaró que no tenía inscripción del Registro Civil. McCarthy, en el próximo mitin, lo zarandeó con más rudeza:

Ustedes electores, son los llamados a decidir. Ustedes dirán si quieren por juez de distrito a un viejo de 97 años. Fíjense bien: Werner tiene 97 años. A esa edad no puede administrarse justicia. Además, Werner con sus 112 años, no podrá ver vuestras arboledas, no podrá ver vuestras vacas, no podrá ser «short stop» en vuestro team de béisbol.

Aquello fue decisivo. McCarthy fue elegido «Circuit Judge». El magistrado Werner, bajo los ataques inclementes de su adversario triunfante, llegó a creer que él, Werner desventurado, tenía 97 años.

Ahora, por segunda vez, el senador McCarthy ingresa en el hospital, de Bethesda para ser operado. Hace un año fue intervenido por primera vez. Los médicos dijeron: úlcera del estómago. Se restableció. Reapareció en el Senado. Ocupó la presidencia del comité de investigaciones. Puso en circulación las doctrinas del “McCarthyame”. Rugió más que nunca.  Pero,  de repente, en un discurso vociferado se interrumpía, lívido, los ojos en estupor, los labios muy apretados para no gritar. ¿Otra vez se trata de operarle una úlcera de estómago? Los cirujanos de Bethesda se hacen herméticos. Uno de ellos, el doctor Knowland, ha dicho con lenguaje de apariencia mitológica: Prometeo llevaba un cuervo en las entrañas. Eso es obvio que nuestro cliente no aspira a ser Prometeo, el Dios condenado por haberse robado el fuego del cielo. Ustedes saben: clavado en su roca del Cáucaso, un buitre le devoraba el hígado.

Los periodistas acusaron al doctor Knowland. ¿Quiere eso decir que MacCarthy no tiene una úlcera de estómago sino una grave dolencia del hígado?

Pero el doctor Knowland, en buen cirujano, es un hombre discreto. No revela los conflictos de sus pacientes. Se limitó a retirar sus espejuelos de la nariz. Extrajo sus manos de los guantes de caucho y con un tono que abría la puerta a todas las hipótesis, exclamó:

– Pobre MacCarthy… Tiene plomo en el ala.

Y esa misma noche, en su diario íntimo, que él escribe sobre las hojas de su antiguo recetario, el cirujano noble,  dejó estas líneas:

“Joe  MacCarthy no será el sucesor del general Eisenhower. No sé una palabra de política por lo tanto, al escribir esto, no me estoy refiriendo a los hechos actuales y futuros. McCarthy no tiene partido. Los jefes republicanos, lo odian. El propio Eisenhower siente por él una invencible repugnancia. MacCarthy es, según se dice, un demagogo peligroso, un aprendiz de dictador. Posible. Aunque no me explico, como cirujano, que pueda ser demagogo un hombre de 45 años que fue empleado de una funeraria en los años de su juventud. El año pasado, después de las elecciones, lo operamos de úlcera de estómago. Una prueba de que no debía ser un denunciador implacable, un demagogo desorbitado. La úlcera es un freno, una mesura, una lección de sobriedad. Pero ahora no tiene úlcera. La batalla es con la muerte, esta vez. Y la muerte le impedirá llegar a la presidencia de los Estados Unidos.  No me atrevo todavía a formular un diagnóstico demasiado sombrío. Pero lo cierto es que cuando la muerte camina junto a un hombre, en silencio, siempre ocurre algo desagradable…”.

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