Javier Moro y los arquitectos que construyeron Nueva York

Written by Libre Online

17 de febrero de 2021

Ana Rosa Semprún, la editora del español Javier Moro, fue la primera que le habló al escritor de Rafael Gustavino, un arquitecto de Valencia que terminó en Nueva York cambiando buena parte de la historia de las construcciones.

El autor le tomó la idea, pero luego lo dejó. Sin embargo, algo le picó a este escritor, que así como ha desentrañado las historias de personajes reconocidos como Sonia Gandhi (esposa de Rajiv Gandhi, el hijo de la líder de la India Indira Gandhi) en El sari rojo, y de Pedro I, primer emperador de Brasil en El imperio eres tú, también ha buscado –y con mucho éxito– escribir sobre personajes casi desconocidos.

Porque Moro (Madrid, 11 de febrero de 1955) narró que la vacuna para la viruela se trajo a América a bordo de un barco convertido en laboratorio y allí, Isabel Zendal, menospreciada en su país, fue la heroína que apoyó no solo a los médicos que venían a bordo, sino a los 22 niños huérfanos que participaron en el proyecto, entre 1803 y 1806.

Lo hizo en el libro A flor de piel. Zendal, que murió en México, incluso fue nombrada por la Organización Mundial de la Salud como la primera enfermera de la historia en misión internacional.

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También contó en Mi pecado la historia de Conchita Montenegro, una actriz española que en los años 30 del siglo pasado llegó a triunfar a Hollywood, pero su destino fue terminar influyendo en la Segunda Guerra Mundial.

Moro se decidió a indagar sobre Rafael Gustavino. “Estuve mucho tiempo en un limbo, pues no quería inventar”, cuenta el autor español –un gran conversador– por vía telefónica, desde España.

Buscando mucho, se encontró con una heredera de Gustavino, Amparo Gustavino, en Sigüenza, una pequeña ciudad al norte de Madrid. Ella le dijo que no tenía ningún documento, pero le dio el teléfono de un pariente americano, “y con esa información”, dice Moro, “en un viaje a Estados Unidos, lo llamé. Él me enseñó las cartas que tenía guardadas y desde ese momento no pude dejar al personaje”.

Agrega que ahí ratificó que “un autor no escoge sus temas. Ya estaba atrapado y no podía no escribir A prueba de fuego. Esas cartas contradecían lo poco oficial que había encontrado, pues no era un Rafael Gustavino, sino dos: el papá y el hijo, un hijo que no nació de su esposa oficial, sino de una criada, y con el que viajó a Estados Unidos”.

Con este material se dio cuenta de que no había que novelar. Ya tenía muchos ingredientes importantes para hacer A prueba de fuego, contando que los Gustavino fueron importantes en la arquitectura de Nueva York y de varias ciudades de Estados Unidos por 60 años.

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“El hijo era más genial que el padre, y este libro me permitió analizar esa relación familiar que ha sido cercana para mí, por el trabajo desarrollado con mi tío Dominique Lapierre, que se ha portado como un padre”.Sin embargo, había una diferencia: la relación de los Gustavino fue de conflicto, y a Moro le interesó explorar esa faceta.

“Desde los 10 años, ese niño va a las reuniones que tiene su padre en el Ayuntamiento de Nueva York, en las que están los grandes arquitectos, pero cuando crece intenta cortarle las alas, lo que lo obliga a buscar en un momento su propio destino laboral”.

El hijo, además, quiere saber de su origen, “y el padre se lo va contando como cuando se corta una cebolla: por capas”.

Gustavino padre, del que se lee que tras su fallecimiento, la nota necrológica de The New York Times lo llamó “el arquitecto de Nueva York”, dejó un gran legado: 360 edificios en esa ciudad y 100 en Boston, así como construcciones en Baltimore, Washington D. C. y Filadelfia. Fueron más de 1.000 obras con las firmas de ambos.

Nacido el primero de marzo de 1842 en Valencia (España), Gustavino padre murió en Asheville (Estados Unidos), el primero de febrero de 1908, y tanto su nombre como el de su hijo han vuelto a la historia gracias al libro de Moro, que en medio de contar sus vidas narra la importancia del sistema de construcción que el padre impuso: el de bóvedas, que viene de la “tradicional en la zona de Valencia, conocido como bóveda tabicada, de ladrillo de plano”, como la describen documentos.

Gustavino la llevó a Estados Unidos y esta forma logró la prevención de incendios. “Él ya había triunfado en Barcelona con su trabajo, pero debido a un escándalo (al parecer por varias estafas) se embarca a Nueva York, a donde llega a finales del siglo XIX. Allí se cuece el mundo que conocemos hoy, pues recientemente se había inaugurado el puente de Brooklyn, prodigio de la época”.

El hecho es que esta familia se atomizó y terminó siendo americana, como las de muchos españoles que dejaron el país

Moro agrega que fue tal la importancia de Gustavino en Estados Unidos que su firma está en la Terminal Gran Central, uno de los sellos de Nueva York, así como en el zoológico del Bronx. “Su bóveda a prueba de fuego ha sido muy importante en la arquitectura de ese país, incluyendo construcciones históricas”, sigue.

Aunque en el ADN de los Gustavino sigue la parte española, Moro siente que ya queda muy poco. Hoy hay descendientes en Estados Unidos y también en Argentina.

Precisamente, de este país le llegó un día un mensaje a través de Facebook, “que abrí muerto del susto porque pensé que algo les había molestado”.

Y lo dice, porque con El sari rojo tuvo problemas con Sonia Gan-dhi. “Pero no, esta persona fue cordial y quería saber si yo tenía más información. El hecho es que esta familia se atomizó y terminó siendo americana, como las de muchos españoles que dejaron el país”.Convocatoria de laboratorio para jóvenes escritores colombianosGabriela Roca, nueva directora del Centro García Márquez, de BogotáSe entregaron los Premios de Periodismo del CPB


A través de A prueba de fuego, Moro muestra a un hombre que ni siquiera en sus momentos de mayor derrota (tuvo una ruina grande y se enfrentó a un sinnúmero de problemas) perdió su norte ni dejó de ser “un testarudo. Nunca se desvió, creía en lo suyo y aunque le costó llegar a la cima, lo hizo, aun a costa de empeñar su violín, su objeto más preciado”.

Moro dice que los Gustavino le enseñaron que “no es lo que te pasa en la vida, es cómo te tomas lo que te pasa, cómo vives esos momentos que no son fáciles. A todos nos suceden cosas, de cada uno depende encontrar los caminos”.

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