JAN Y CUJE. Días de septiembre. Sargentos,  estudiantes y políticos improvisados

Written by Libre Online

7 de septiembre de 2022

Por Roberto Luque Escalona

* El 4 de septiembre de 1933, estando el país sumido en un estado de anarquía tras la caída de Machado, un grupo de estudiantes, entre los cuales estaba el futuro Presidente Carlos Prío, llegó al campamento militar de Columbia.

Venían de una finca cercana a la capital donde habían juzgado, condenado y ejecutado (o sea, asesinado) a un supuesto delator, en lo que fue el primer “juicio revolucionario” de nuestra Historia republicana. Como todos saben, no sería el último.

En Columbia tenía lugar una especie de sedición de los sargentos, que reclamaban aumento de sueldo, no servir como ordenanzas y mejoras en el uniforme y el calzado. Lo llamo “sedición” porque tales demandas había que hacerlas a través de lo que se llamaba “conducto reglamentario”. Que las hicieran como las hacían, que se comportaran como obreros sindicalizados, refleja el estado de quiebra de toda autoridad. Bueno, de casi toda: cuando el capitán aviador Mario Torres Menier irrumpió en la reunión que celebraban los sargentos todos se pusieron de pie y en atención, e intentaron darle explicaciones. Pero un capitán no es la oficialidad. La oficialidad se había congregado en el hotel Nacional contando con la protección del enviado de Roosevelt Benjamin Sumner Welles, sujeto muy poco confiable que no tardó en abandonarlos a su suerte. A su mala suerte.

Cuando los estudiantes llegaron a Columbia ya estaban allí el conocido periodista Sergio Carbó, amigo personal de Fulgencio Batista, uno de los sargentos que encabezaban el movimiento, y el médico y profesor universitario Ramón Grau San Martín; creo que también estaba o llegó poco después el farmacéutico y futuro terrorista Antonio Guiteras.

Los civiles se ofrecieron para tramitar las demandas de los sargentos ante el Presidente provisional Carlos Manuel de Céspedes, lo cual fue aceptado con beneplácito por Batista, José Eleuterio Pedraza, José López Migoya y Pablo Rodríguez, los cuatro líderes de aquella extraña sedición, algo nunca visto en los anales militares hasta donde yo sé.

A Palacio se dirigieron Carbó, Grau y los estudiantes, pero ante Céspedes lo que plantearon fue su renuncia. Por su condición de hombre impoluto, su carencia de ambición y por ser hijo de quien era, Céspedes era ideal para Presidente provisional. Pero nada de eso les interesaba a los demandantes, que le pidieron su renuncia “a nombre del Ejército”. Carlos Manuel de Céspedes y de Quesada, que no había buscado ser Presidente, sino que había aceptado serlo cuando se lo pidieron, renunció sin más.

De aquella estrafalaria alianza de sargentos, estudiantes y los tres jinetes apocalípticos, Carbó, Grau y Guiteras, surgió un efímero gobierno colectivo, la llamada Pentarquía, uno de cuyos miembros, Carbó, sin contar con los otros pentarcas, nombró a Batista coronel y Jefe del Ejército, y jodió para siempre la institución armada que en tres décadas de existencia no había dado un solo golpe de Estado.

Sergio Carbó ha sido el hombre que más daño causó a la Republica en menos tiempo. Pronto se retiraría de la política para dedicarse sólo al periodismo, su profesión original, y hoy pocos recuerdan lo calamitosa que fue su actuación en aquel septiembre de 1933.

Se dice que la Pentarquía tomó como modelo la Presidencia colectiva suiza. No lo creo. A mi modo der ver, el modelo fue el Directorio, que gobernó en la Francia revolucionaria tras la caída de Maximiliano Robespierre. L os revolucionarios cubanos siempre se han sentido atraídos por sus congéneres franceses y los suizos nada significan para ellos. Por otra parte, “Directorio” es una palabra que ya entonces se usaba y todavía se usa en la política criolla.

Sea como fuere, el golpe del 4 de septiembre fue, como tenía que ser, repudiado por la oficialidad. Sólo tres oficiales apoyaron el movimiento de los sargentos: el capitán Gregorio Querejeta y los tenientes Manuel Benítez y Francisco Tabernilla. Querejeta, un oficial competente, que muy competente tiene que haber sido para ser negro y capitán, tuvo un papel protagónico en la derrota de los oficiales atrincherados en el hotel Nacional y, dos meses después, en el enfrentamiento con la organización derechista ABC en el castillo de Atarés. Esas dos acciones consolidaron el poder de Batista, pero al mulato de Banes no parecían gustarle los negros. Con el tiempo, Tabernilla se convertiría en su favorito.

Años después, en un momento de lucidez durante su segunda presidencia, Batista citó a Rolando Masferrer y le ofreció el puesto de Ministro de Defensa, como se llamaba entonces al que estuviera a cargo de las fuerzas armadas. Masferrer aceptó, pero puso como condición el retiro de Tabernilla, jefe del Estado Mayor Conjunto, y de sus dos hijos, que estaban al frente de los tanques y la aviación. Batista, alarmado, vaya usted a saber por qué, retiró el ofrecimiento. Ese día se decidió la victoria de Fidel Castro y su escuálida guerrilla.

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