Por Roberto Luque Escalona
*Viejas postales que no pierden el color: Adolfo Luque, champion pitcher de la Liga Nacional en 1923 con 27 victorias y 8 derrotas y victoria como relevo en la Serie Mundial de 1933 contra los Cardenales de Saint Louis, el lanzador de más edad, 43 años, en ganar un juego de Serie Mundial. Por cierto, el decisivo.
*Otro Luque que no se tiñe es un tal Yo, que cualquier día amanece “con el moño virao” y le entra a palos a esta maldita computadora con la que tiene la desgracia de trabajar. Su vida ha estado marcada por tarecos desagradables, y esta computadora, marca HP, es de las peores.
*No puedo concebir que una mujer con el historial de Kamala Harris llegue a ser presidente de este país. Con personas así al frente, América nunca hubiera llegado a ser lo que es. Solamente la posibilidad de que llegue a ser aquello a lo que aspira es un signo de decadencia. A nadie se le hubiera ocurrido que una persona con tantas manchas en su historial -manchas, por cierto, de todo tipo- pudiese ocupar la Casa Blanca.
*A fines de la década de los años 40 del pasado siglo, un joven abogado sin pleitos soñaba con el poder, con el poder absoluto. Pero debía disimular sus sueños para no provocar burlas. Solamente hubo una ocasión en que habló de sus aspiraciones, y lo hizo ante un grupo de pepillas alumnas de un colegio de monjas ursulinas en el que estudiaba una de sus hermanas. El joven, que muy joven era, sólo quería impresionar a las muchachitas, aunque lo que dijo sobre sus aspiraciones de gobernar a Cuba estaba muy arraigado en su subconsciente. Solo que, ante un auditorio más maduro, vale decir un auditorio de varones adultos, tales pretensiones hubieran provocado un coro de trompetillas. El joven de mi historia, es decir, de la historia que les estoy contando, que mía no es, ponía todo su esfuerzo en despegar, en hacerse notar, pero las cosas no le salían bien. En cinco años pasados en la Universidad no había logrado ni siquiera hacerse elegir Delegado de Año, primer escalón en la política estudiantil universitaria. Después de graduarse las cosas no mejoraron. Su cuñado, que casado ya estaba, bien relacionado con el entonces ex Presidente Batista, quiso “vendérselo”, pero Batista, que a veces -no siempre- mostraba tener talento, no lo aceptó. Poco tiempo después hizo algo peor, mucho peor. Como supondrán, hablo del golpe de Estado del 10 de marzo.
Lo que queda son los recuerdos. Recordar ese día aciago trajo a mi memoria la escena de La permuta, una película cubana que nada tenía que ver con el golpe. El personaje actuado por Ramoncito Veloz, organizador de una cadena de permutas de viviendas, ve como su tinglado se desmorona y lo anuncia a los interesados con una frase lapidaria dicha desde un balcón:
– ¡Caballeros! ¡Esto se jodió!
*“Yerba mala nunca muere”. No es cierto, que todo lo que vive morirá. Lo que sucede es que una vida larga de una mala persona siempre resulta algo mortificante. “Cuándo se morirá ese hijo de puta”, pensamos con justificada impaciencia. Ahí tienen a La China de los Ojos Tristes. Años y años dándole al whisky y ahí está, jode que jode. Me pregunto cómo lucirá en sus noventa. ¡Tan feo como es!
*A los feos les llega al alma que feos los llamen. Eso lo aprendí a los doce o trece años con un tunero feo, fuerte, peleador y con nombre de general mambí. Una regla no escrita en el colegio holguinero Los Amigos establecía que los muchachos fuertes y peleadores no se mostraran hostiles con los que ni fuertes ni peleadores eran. Un día, para él aciago. José María Rodríguez me llamó “enano”. Es cierto que yo era bajito y rebijío, pero esas limitaciones no me impedían ser peligroso. Ese día lo demostré.
-Yo todavía puedo crecer un poco, pero tú siempre serás feo, contesté implacable.
Aquello le llegó al alma al pobre José María. Tanto, que rompió la regla de la que les hablé y me invitó a pelear. Nos fuimos a un cuartico que estaba entre la cancha de básquetbol y el internado y comenzamos a pelear. Comencé yo, que lanzaba un golpe tras otro sin dar en el blanco, pero también sin recibir respuesta, que José María no hacía otra cosa que esquivar mis golpes. Y su esquiva era tan perfecta y elegante que acabé dándome cuenta en la que estaba. Aquel tunero sabía boxear, y boxear bien. Pero yo nada podía hacer sino seguir tirando golpes que no daban en el blanco. De pronto, José María retrocedió, levantó los brazos y anunció que no quería pelear más. Yo, tratando de ocultar mi felicidad, me hice el duro.
– ¿Y pa’ que te metes conmigo?
– Está bien. No me voy a meter más contigo-dijo José María, encaminándose a la puerta.
Años después, por esas cosas de la vida, la calle del barrio habanero de La Víbora -me pregunto por qué se llamará así, que en Cuba no hay víboras- que lleva el nombre del general mambí tocayo de mi condiscípulo, aunque modificado, Mayía Rodríguez, se convertiría en una de mis favoritas.
*Ahora, ¿pudiera alguien decirme por qué esta remaldita computadora está escribiendo de esa putanesca manera? Seguro estoy de que no. En la redacción de LIBRE y en ninguna otra redacción de la prensa americana puede alguien imaginar los trabajos que pasa este criollo octogenario para escribir artículos que no parezcan redactados en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra. Basta por hoy. Estoy agotado. Esta computadora no es ni “com” ni “dora” sino las otras dos sílabas.
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