INOLVIDABLES AVENTURAS

Written by Rev. Martin Añorga

10 de agosto de 2022

Tendría yo apenas 15 años cuando tuve mi primer encuentro con una tropa de scouts. Fue en el barrio de Luyanó, en La Habana, en una iglesia presbiteriana. Dirigía la tropa un dinámico líder cuyo nombre era Jorge Fernández. Nunca he olvidado a este amigo, quien se pasó un par de noches junto a mi cama, en mi casa, porque en el hospital, por una cirugía sin mayor importancia, exageraron la dosis de anestesia que debían aplicarme. Cuando finalmente, gracias a Dios volví en mí, Fernández me abrazó y me regaló un saludo scout. Mi sorpresa mayor la recibí cuando regresé al grupo de mis compañeros scouts y me tributaron un tremente aplauso, el primero que recibí en mi vida. No olvido las sabias palabras de Robert Baden-Powell: “Un scout debe hacer una buena acción a los demás por cortesía y buena voluntad sin aceptar recompensa.”

Robert Baden-Powell

Andando los años ingresé para terminar mis estudios en el colegio La Progresiva en la ciudad de Cárdenas. Pronto me relacioné con los muchachos de una numerosa tropa de scouts, y siendo el colegio en el que estábamos una institución cristiana, recuerdo que en el salón donde nos reuníamos, colgaba de la pared un cuadro con este mensaje “creo que Dios nos ha puesto en este mundo para ser felices y disfrutar de la vida; pero la mejor forma de hacerlo es haciendo felices a los demás”. Y precisamente eso era lo que hacíamos: limpiábamos los pasillos y las aceras circundantes, ayudábamos a las personas de edad a llevar a sus hogares la carga de sus compras adquiridas en una tienda mixta cercana al colegio. Los scouts disponíamos de un campo deportivo y en el mismo ayudábamos en sus ejercicios a los niños y niñas de la barriada, creamos dos equipos de pelota que jugaban los sábados por la tarde bajo la dirección de Herland Tabares y Agustín Chirino. Muy populares eran las conferencias relacionadas con el escultismo. y la lectura de inspiradores mensajes del fundador Baden-Powell. Recordamos en especial éste: “El papel de un dirigente scout ni es el de un padre o madre, ni el de un sacerdote, ni el de un entrenador deportivo, ni mucho menos el de un instructor militar, simplemente el de un hermano mayor que considera las cosas desde el punto de vista de los jóvenes, los   guía por el buen sendero y les transmite entusiasmo”. Me gustaba el lema de nuestra despedida: “scout, el mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión”.

Al terminar mis estudios preliminares ingresé en el seminario de Teología, situado en Matanzas, frente al valle de Yumurí. El seminario ocupaba un espacio que anteriormente había sido usado por los scouts, en estrecha relación con la Dra. Nize Fernández, directora del colegio Irene Toland. Pocas veces tuve contacto con una tropa situada cerca de la bahía, en el barrio de Versalles; pero con algunos miembros de la misma estuve al tanto de las actividades que llevaban a cabo.

Mis relaciones con el escultismo resurgieron en el pueblo de Placetas, sitio en el que fui asignado como pastor. Allí me relacioné con algunos scouts de una antigua tropa, y de pronto nos dedicamos a restaurar la misma. Fue de una ayuda esencial un empresario llamado José Rohaidy, dueño de la emisora radial del pueblo. Nos ofreció el espacio que necesitáramos y un par de semanas después ya teníamos más de treinta jóvenes listos para integrar una tropa. En eso jugó un papel especial un líder local llamado Pablo Martínez. Esta tropa resultó ser un ejemplo para los vecinos pueblos de Zulueta y Fomento. Tuvimos como consejero al Rev. Manuel Salabarría, quien en aquellos tiempos era un alto funcionario del escultismo nacional, con sede en La Habana.

La Iglesia Presbiteriana me distinguió designándome pastor en la ciudad de Santiago de Cuba, donde mi responsabilidad consistía en establecer una iglesia. Allí conocí al Reverendo Agustín González Seisdedos, un verdadero hombre de Dios que llegó a ser mi amigo mejor y un consejero pleno de autoridad. Me reuní con compañeros como Razziel Vázquez, el profesor Emilio Veitía y varios otros colegas. El tirano Fidel Castro había cancelado la presencia de los scouts, creando un grupo amaestrado de los llamados Pioneros. El líder nacional González Seisdedos, dirigente de una Campaña nacional de Alfabetización de la cual yo era participante me llamó por teléfono para solicitarme que lo acompañara a una entrevista que le solicitó Fidel Castro, quien lo que quería era ordenarnos que termináramos con nuestra tarea y que nos dedicáramos a promover la cartilla revolucionaria en la que habían trabajado profesores a sus órdenes. Al negarnos se molestó y nos propinó varias amenazas. El resultado de eso fue que yo me ausentara del país en compañía de mi familia.

Al llegar a la ciudad de Miami se me abrió la puerta de un nuevo mundo donde he disfrutado, entre muchos otros privilegios, el de relacionarme directamente con la grata satisfacción del escultismo. En la Iglesia en la que inicié mis actividades me encontré con la floreciente Tropa 82, dirigida por un viejo amigo, Eduardo Gálvez, funcionario experimentado como líder nacional del escultismo.

Por medio de Eduardo conocí a un famoso banquero, Carlos Arboleya, que era un prominente líder scout que dedicaba tiempo y recurso para recorrer las amplias avenidas de la ciudad dirigiendo a tropas integradas por jóvenes scouts uniformados que sonrientes y disciplinados desfilaban orgullosos. De todas las ciudades que he conocido siempre distingo a la ciudad de Miami como la más brillante sede del escultismo.

Siempre he tenido presente este mensaje, extraído de una conferencia de Baden-Powell: “Las ligas y los tratados están bien entre los políticos. Pero no pueden producir la paz, a menos que la gente misma sea quien la desee. Nosotros tratamos de imbuir en la próxima generación el espíritu de hermandad, camaradería y amistad, que es la verdadera fase para la paz del mundo”.

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