IMPRESIONISMO Y MODERNISMO EN LA FUNDACIÓN LOUIS VUITTON

6 de octubre de 2021

El pasado 22 de septiembre,  en víspera de viajar yo a Madrid para una primera salida al exterior después del comienzo de la pandemia, abrió al público en la  Fundación Louis Vuitton la que es sin lugar a dudas la gran exposición de este año aquí en París : “La colección Morozov, iconos del arte moderno”.  Correrá hasta el 22 de febrero próximo desplegada en tres pisos de la bella edificación futurista situada en el Bosque de Boulogne al oeste de la capital.

Existe una errónea tendencia a atribuir el origen de la difusión internacional del impresionismo a media docena de americanos que ya eran muy ricos alrededor de 1920. Vinieron a Francia en plena Belle Epoque, gustaron de un arte que era desconocido del otro lado del Atlántico y pudieron adquirir directamente o por intermedio de marchands y de patrocinadores centenares de obras facturados por genios que malvivían sumidos en la pobreza en una Europa entregada a guerras y convulsiones revolucionarias. Algunos como Albert Barnes constituyeron colecciones que todavía asombran por su calidad y por su variedad. Y fueron no solo mecenas, sino también personas poseedoras de una visión vanguardista en la materia.

Sin embargo la historia nos enseña que no fueron ellos los verdaderos precursores en la materia.  Dos colecciones constituídas en la Rusia zarista había sido creadas mucho antes, entre 1890 y 1914, por los Chtchoukine y los Morozov, retoños de dos familias de industriales cuya riqueza impresionante les permitió tornarse hacia un mundo, el de la pintura y la escultura francesa de vanguardia, llamado a reinar en todo el mundo desde entonces hasta nuestros días. 

Ya a mediados de 2016, y en el mismo marco fastuoso de ese como gran navío de cristal diseñado por Frank Gehri, habían sido presentados los tesoros que en vida acumuló Sergueï Chtchoukine.  Hicieron el viaje desde Rusia en aquella oportunidad 130 obras, muchas de ellas legendarias que jamás habían vuelto a salir al exterior. Fueron vistas por millón y medio de visitantes.  Ahora, como continuación de esa anterior y precedente, los amateurs tienen a su disposición 170 telas a las que se añaden esculturas, fotografías y paneles decorativos, en lo que puede calificarse como conjunto excepcional de 200 piezas.

Pude asistir al vernissage-prensa que tuvo lugar el viernes 17 con presentación y recorrido guiados por la comisaria y sus asesores. Para comenzar es preciso explicar que como tantos grandes logros financieros e industriales de la época los de la familia Morozov fue una saga que extrajo de una vida humilde a un tal Savva, simple siervo trabajando donde un conde. El hombre se casó con una campesina muy hábil para la costura. Para no alargar la historia el matrimonio creó un tallercito primero, una manufactura después fabricando cintas de seda productos que se vendieron como pan caliente en toda Europa a la nobleza y a las clases altas de mediados del Siglo XIX. Llegaron a poseer una de las empresas textiles más grandes de Rusia que trasmitieron ulteriormente  a sus hijos Mikhaïl e Ivan.

Desde 1895 los dos Morozov comenzaron a comprar arte en París. Como sabemos con la llegada de los bolcheviques al poder en Rusia todo cambió y los explotadores fueron desposeídos de riquezas y de propiedades. Para entonces, 1917-1918, ya la colección existente era sencillamente espectacular. Antes, desde 1910, tenían colgados en la mansión familiar del bulevar Smolenski de Moscú a los Bonnard, Vuillard, Gauguin, Toulouse Lautrec, Van Gogh y otros que en aquellos comienzos de siglo no eran todavía apreciados justamente en París. Ya para cuando Lenin y Trotsky “asaltaron el poder” Ivan se había quedado solo después de la muerte prematura de su hermano mayor a 33 años de edad. Y desde luego que los comunistas todo lo expropiaron, empezando por las fábricas “nacionalizadas” y transformadas en ruinas poco tiempo después. 

Las pinturas y las esculturas fueron confiscadas al tiempo que su propietario salía con la familia a una definitiva emigración por la frontera finlandesa. Fueron a parar, conjuntamente con las que le habían robado a Chtchoukine, a un “museo para el pueblo” querido por Lenin. Después Stalin lo cerró, tal vez inspirado por Hitler en aquello de proscribir el “arte degenerado”. El Parcito del Pueblo decretó que eran “obras procedentes del arte burgués occidental desprovistas de idealismo y de valores educativos aceptables por el pueblo soviético”. Afirmación mendaz porque aquellos preclaros rusos habían coleccionado y estimulado la creación artística de muchos compatriotas de su generación como Repine y Golovine por solo mencionar a dos. 

De cualquier manera todos estos tesoros estarán a disposición del púbico en París durante los próximos cinco meses. Las 200 obras, un verdadero patrimonio de la humanidad, fueron creadas por 47 artistas, 17 rusos y 30 de otras nacionalidades principalmente franceses.  Proceden de las paredes de tres museos rusos, el Pouchkine, el Ermitage y la Galería Nacional Trétiakov.

Privados de su patrimonio, de su país, de su familia, de sus amigos y de lo que entonces era para los Morozov un futuro todavía luminoso -analizar cómo era la vida del pueblo ruso bajo el zarismo sería otro asunto- esta exposición absolutamente luminosa que sin dudas iremos a ver otra vez de aquí a febrero, es una singular peregrinación pautada por el amor al arte que corre paralelamente con la historia del Siglo XX europeo.

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