Horizontes de Mar y cielo (Parte III de III)

Written by Libre Online

3 de agosto de 2022

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

ETERNIDAD

Deja, deja el jardín…

no toques el rosal:

Las cosas que se mueren

no se deben tocar.

Dulce María Loynaz.

— ¿Me consideras un ser igual a ti? —la anciana se interesa.

—Hay similitudes.

Ella con ojos anteriores abarca la heredad paupérrima. Al fin, con voz cansina dice.

Somos lo que el resentimiento ha dejado. Ves la estatua del güije —se anima.  — Celso Trafid Zur, en persona, trató de despedazarla a martillazos.

— ¿Usted lo impidió…?

—Lo hice. Pero de todas formas le arrancó un pedazo de nariz.

— ¿Cuáles fueron las circunstancias?

—Sin anunciar la visita, tocando su armónica de promesas, irrumpió en el jardín. A boca de jarro me dijo que el güije era un negro enano y cabezón que, en el folclor de la Isla Prodigiosa, representaba un pasado de pantano oscurantista. Entonces, como puedes ver, le propinó un martillazo.

— ¿Como evitó que la destruyese?

—Después del primer golpe, me interpuse entre él y la figura de piedra. Trató de apartarme, pero lo enfrenté y pedí que saliera de la propiedad. Soy el amo de la Isla Prodigiosa y aquí se hace lo que yo digo. Si no te gusta… ¡vete!, exaltado me confrontó. Indignada, respondí que yo tenía más derechos que él porque descendía de libertadores y había nacido primero: Por lo pronto, ahora mismo, te largas de mi jardín, reiteré la exigencia.

— ¿Y se fue…?

—Sí, se marchó, pero de inmediato comenzó el acoso y olvido programado que tan bien reflejado está en nuestra literatura y tanto, como el resto de la población, hemos sufrido los creadores isleños.

—Cuénteme más de usted y su circunstancia.

—Qué puedo agregar que no sepas o hayas padecido. —La poeta calla; suspira y, ofreciendo la impresión que habla consigo misma, dice con voz trémula de intemporalidad: Esta es la historia incoherente y monótona de una mujer y un jardín.

— ¿Espera algo sentada en medio de los recuerdos del jardín?

—A que asome la claridad, porque a pesar de la oscuridad…algún día…algún día…

—Y ya que habla de oscuridad —Moisés apunta —las tinieblas han llegado y mi cuerpo aguarda en la playa, junto al faro, después del mar.

— ¿Volverás a visitarme…?

—No lo creo, aunque el jardín reverdezca, porque para entonces ninguno de los dos estaremos. —No obstante, en contradicción aparente, anuncia. —Mañana, al caer la tarde, retornaré a la Isla hasta que mi mente lejana termine por agotar los sitios de pasado-presente que le restan por recrear.

— ¡Ten mucho cuidado! —la vieja poeta advierte.

— ¿Por qué he de tenerlo…? —intrigado la interrumpe.

—Porque viajas en horizontes vencidos de mar y cielo. Más que nada, de los dos elementos —resalta —me preocupa el océano. Lo conozco bien; sé de sus tratos con Celso Trafid Zur, gracias al poder malévolo de un alicornio, herencia de sus ancestros colonialistas. No olvides que el mar no tiene respeto a los muertos; juega con ellos como los niños juegan con las pelotas y cuando se cansa, los tira sobre la tierra y se busca otros nuevos.

Las palabras de la anciana creadora se extinguen en la realidad de la playa y faro, sin visión, que se disimula en la noche temprana. El cuerpo de Moisés recupera la memoria al igual que un pescador lo hace con anzuelo y cordel. Ya no distingue el horizonte y del mar solo sabe por el agua que le moja los pies y el ruido del oleaje hambriento.

Despacio desanda el trayecto que, mañana en la tarde, volverá a reconstruir con todos los elementos que las tinieblas han guardado. El hombre, a pasos lentos, deja las arenas de la playa. Alcanza los pinos y penetra, para la imagen ser engullida, en el bosque de troncos rugosos y ramaje que consuela el luto de un viento negro. En lo alto del firmamento curioso, se prende la luna nueva.

*Celso Trafid Zur: Anagrama de Fidel Castro Ruz

FIN

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