LIBRE desea honrar la memoria de Martí con motivo de su 171 natalicio.
Martí es una figura para ser sentida tanto como para ser analizada o meditada. Había en él una calidad humana, una naturaleza expansiva, una fibra cordial, que despertaban la simpatía y la emoción. Y a un deber, porque en Martí se hizo carne la conciencia de la patria y es obligación de todos los cubanos ajustar la conducta a los imperativos que esa conciencia nos dictó. Convergen, pues, en la honra al Apóstol las razones patrióticas, las razones políticas.
Martí es siempre una actualidad esencial para los cubanos y mantiene toda su fragancia por lo que de anticipación y profecía hubo en su palabra y porque de su consejo y de su ejemplo queda aún mucho por realizar en la República que él fundó. De las anchas rutas hacia la democracia, hacia la libertad, hacia la justicia, trazadas por su prédica y por su acción, hemos transitado muy pocas y nuestro paso por ellas ha sido en muchas ocasiones tímido o vacilante. Cuba no habrá arribado a la plenitud de su destino mientras el evangelio martiano no sea la ley primera para todos los que vivimos, sin distinción de credos y banderías políticas.
Martí no circunscribió su misión a libertar a Cuba. Su propósito fue mucho más ambicioso: quiso echar las bases de una nación en que los hombres pudieran vivir bajo el signo del amor, de la concordia y de la dignidad. Su fórmula de amor triunfante, sintetizada en la frase aquella de “la República cordial, con todos y para el bien de todos”, da la medida del revolucionario en cuyo corazón, como certeramente señaló Gabriela Mistral, jamás tuvo cabida el odio.
El Apóstol José Martí nació para juntar, no para dividir. Él mismo distinguió en la humanidad dos estirpes: la de los que aman y fundan y la de los que odian y destruyen. En los momentos más duros de la lucha contra la metrópoli, cuando todas las cóleras estaban justificadas, hizo acopio de comprensión y de serenidad para que no se confundiese la guerra contra un régimen que despotizaba la isla con la agresión a los hijos de España que habitaban en ella.
En el Manifiesto de Montecristi definió claramente los límites y las características de aquella “guerra breve y necesaria”, que perseguía la libertad de un pueblo noble y no la enemistad hacia ningún otro pueblo.
Como un homenaje al espíritu de convivencia cordial que inspiró siempre el pensamiento y la acción de Martí, estimamos que a su memoria debemos ofrendar mensajes de afirmación y de paz.
Quien tanto luchó por convocar a todos los cubanos en torno a la causa de la independencia y soportó la incomprensión, el resentimiento, la envidia que inevitablemente despiertan en algunos pechos las grandes virtudes y las personalidades íntegras, bien se merece que los cubanos hagamos un alto en nuestras pugnas y discrepancias siquiera dentro de la semana que hemos dedicado a conmemorar el natalicio.
Claro que el tributo ideal es la paz duradera y no la mera suspensión provisional de las hostilidades. Nada sería tan grato al espíritu de Martí como el que los cubanos, dejaran a un lado las querellas que tan profundamente nos dividen y sellásemos la unidad moral de nuestro pueblo ante el altar de la patria.
No se trata de que todos pensemos de igual modo. La pluralidad de ideas y de métodos es natural en toda democracia. Pero las diferencias de toda índole deben zanjarse por los medios civilizados que la política pone al alcance de todos, no por las prácticas suicidas de la contienda entre hermanos.
Martí organizó una revolución contra los que, desde muy lejos de nuestra tierra, oprimían a los que en ella habitaban con el anhelo justo, incuestionable, de ser libres. Pero jamás pensó que la República a cuya fundación se entregó con febril ansiedad fuese el escenario de frecuentes luchas entre sus propios ciudadanos.
La conmemoración de las grandes figuras de la patria no debe consistir solamente en un culto exterior a base de retórica y fiestas. Las palabras deben ceder el turno a los hechos. Y los hechos no pueden ser otros que los enderezados hacia una solución armónica y digna de los problemas que hoy conturban a la República.
Por eso nuestro homenaje a José Martí en la efemérides de su natalicio no se limitará solo a esta edición que hoy ofrecemos ni a los artículos de la vida y la obra del Apóstol en las páginas de LIBRE, sino que se traducirá en una tenaz campaña para llevar al ánimo de todos los hombres representativos de nuestra política, a toda la ciudadanía responsable.
En suma, la necesidad que tiene Cuba, en todo momentos de declinación económica, de que la pugna cívica se liquide por métodos civiles y pacíficos, pues nada sería tan anti-martiano como ensangrentar el suelo de la patria y llevar el luto a los hogares cubanos por motivos que pueden ser superados en forma conciliatoria, si quedan todavía en la República reservas de patriotismo y buen sentido.
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