HISTORIA DE LAS CUEVAS DE BELLAMAR

Written by Libre Online

1 de agosto de 2023

Por Rafael Soto Paz (1949)

Las Cuevas de Bellamar, en Matanzas, es uno de los grandes atractivos de esa hermosa región cubana que también posee el valle de Yumurí.

El descubrimiento de ellas así es contado: el 18 de abril de 1861 unos obreros que extraían piedras para un horno de cal observaron con sorpresa que, al intentar taladrar un gran bloque de piedra, las barretas que manejaban se hundían en el suelo y desaparecían a su vista. Tanto el dueño como los trabajadores se dedicaron a indagar la causa de aquel fenómeno y no tardaron en descubrir unas grutas a cavernas que luego iban a conocerse por las Cuevas de Deilamar. El nombre proviene por la cercanía de éstas con la playa situada al sur de la bahía de Matanzas. Al pequeño caserío de veraneantes que aquí se levantaba se le llamó Bellamar, siendo esa la razón del genérico nombre.

Estas cuevas son uno de los fenómenos en verdad maravillosos de la Naturaleza. A la entrada se halla el “Templo Gótico”, que tiene trescientas varas de largo por ochenta de ancho, y en el que se ven figuras y adornos formados por las estalactitas de una variedad y belleza extraordinarias. Le siguen luego otras grutas de no menos valor artístico como “La garganta del diablo”, con sus transparentes estalagmitas: “La Fuente”, por la que corre un arroyuelo de agua cristalina: la “Sala de bendición”, que encierra preciosas cristalizaciones del más puro alabastro. 

Tres galerías notables son la de “El banco de nieve”, “El lago de las dallas” y “La galería de Hatuey”, en las que la Naturaleza ha derramado a manos pródigas sus maravillosos dones. Aquí vemos en magnífico desfile formas de animales, flores, vegetales diversos y fantásticas creaciones, modeladas por las estalactitas y las estalagmitas que en el transcurso del tiempo se han ido perfilando.

En cuanto a la formación geológica de estas cuevas, se atribuye por unos a la acción de corrientes subterráneas de agua, otros a la disolución de las rocas calcáreas por la acción del ácido carbónico, y algunos atribuyen su causa a los vaivenes que ha experimentado la superficie de la tierra durante los siglos.

Cualquiera que sea la causa, no hay duda de que Dios imprimió en las Cuevas de Bellamar el sello maravilloso de su portento.

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