Hace más de 100 años SE HICIERON EMPRESARIOS SANTOS Y ARTIGAS

Written by Libre Online

7 de julio de 2021

Por Don Galaor, Julio 1954 (†)

Pablo Santos y Orihuela, natural de Guanabacoa, tenedor de libros y Jesús Artigas y Artigas, natural de La Salud, periodista, se establecieron sin dinero, allá por el año1905, en la calle de Suárez No. 6. Sin dinero, distribuyeron películas, se hicieron empresarios de teatro, promotores de boxeo y propietarios del mejor circo que paseo su carpa por todos los caminos de Cuba. Sin dinero fabricaron oficinas propias en Industria y San José, y el teatro «Capitolio», que ahora se llama «Campoamor», y «Arena Cristal», en Zulueta, frente al «Martí» y el teatro «Principal» en Santa Clara. ¡Las cosas que han hecho Santos y Artigas sin dinero!

No va a ser posible reunir en el reportaje todo lo que han hecho de importancia Pablo Santos y Jesús Artigas, desde que decidieron unirse en sociedad para hacerle frente a cuanto negocio se les pusiera a mano.

No va a ser posible, y lo siento, porque en los años que permanecieron juntos ellos han hecho una gran parte de la historia de La Habana. Como buenos criollos llevaron a los negocios más que dinero —¡no lo tenían ninguno de los dos!— la alegría de triunfar. Por eso, cada una de las empresas por ellos iniciada cuenta con un anecdotario riquísimo.

Pablo  Santos  y  Jesús Artigas eran muy jóvenes cuando se conocieron, allá por el año de 1898, en Pinar del Río. Trabajaban juntos en un almacén de tabaco en rama. Dejaron de verse cuando el almacén cerró sus puertas y vuelven a encontrarse en La Habana en plena revolución contra don Tomás.

—¿Pensaron ustedes ser empresarios cuando volvieron a reunirse?

—¡Qué va! Además, ¿con qué íbamos a hacernos empresarios? ¿Y de qué? El cine estaba en sus comienzos. A La Habana sólo venían películas francesas de las casas Pathé y Gaumont, que compraban los propios exhibidores porque aún no se había creado la casa distribuidora.

Y claro. Ellos fundaron la primera casa distribuidora de películas, solicitando y consiguiendo la representación de la Casa Gaumont.

Las películas eran verdaderas maravillas de 200 pies. Se titulaban «A Papá la Purga”, «El Piano Maravilloso», «La Venganza del Derviche”, «La Colmena Maravillosa». Las películas que iban con éstas de relleno, se titulaban «Salida de Bomberos», «Los Chicos Hacen Novillos», «Baños de Mar en Sutro», «La Coqueta» y «La Confesión”. El público con sus aplausos pedía la repetición de determinadas películas y con muchas vistas fijas, se completaba el programa.

La competencia no se hizo esperar. Y Santos y Artigas se hicieron empresarios para exhibir sus propias películas, abriendo un cine en la calle de San José, cerca del Parque de Trillo, al que llamaron «Dorado». Fue su primer fracaso.

Italia estaba produciendo películas de mayor metraje que la competencia traía a La Habana a través de distribuidores más ricos en dinero. He aquí algunos títulos de las películas de 300 y 400 metros: «La Bandera”, «La Novia de Voluntario”, «El Carnicero de Meudon”, “La Viuda del Marino”.

Ya estaban en el mercado mundial, las películas de las casas “Ambrosio” y “Milano Films”. Era accionista principal de la casa distribuidora que competía con Santos y Artigas don Ramón Crusellas, que un día, convencido de que su negocio era fabricar jabón, le vendió a plazos a Pablo y a Jesús todo el material que le correspondía.

— Y no sólo nos vendió sus películas sino que nos ofreció su respaldo financiero para que compráramos en Europa. Ante las perspectivas que esto nos brindaba, decidimos que Jesús embarcara a España donde consiguió conexiones ventajosísimas.

— ¿Qué películas famosas estrenaron ustedes en La Habana?

— ¡Muchas!   “Quo Vadis”, por ejemplo, “Los últimos días de Pompeya”,  «Los 4 Jinetes del Apocalipsis”, “El Hombre Mosca”, de Harold Lloyd. Las películas de Francesca Bertini, Pina Menichelli, Gustavo Berma y otros.

Ya situados, con la distribución de películas europeas y americanas, amplían su radio de acción y se hacen empresarios de los dos «Polyteamas», el chico y el grande, que estaban instalador en la antigua Manzana de Gómez, y de “Actualidades”, “Martí”, “Nacional” y “Payret”.

El cine cubano tuvo en ellos los verdaderos iniciadores con películas que produjeron ríos de oro. a saber: «El Capitán Mambí”, «La Manigua» o «La Mujer Cubana», «El Rescate de Sanguily», «La Hija del Policía» o «En Poder de los Ñañigos», «La Careta Social», «El Tabaquero de Cuba» y otras.

—Por cierto, que cuando filmábamos «El Rescate de Sanguily», debíamos ofrecer una vista del Morro de La Habana, pero con la bandera española en lo alto del mástil. Le pedimos permiso al General Menocal, que era presidente de la República y nos había brindado toda clase de ayuda en nuestras empresas. Nos concedió el permiso. Pero cuando fuimos al Morro, el jefe de la fortaleza rotundamente nos negó permiso para arriar la bandera cubana.

—¿Pero ustedes están locos? ¿Volver a ondear en el mástil del Morro la bandera española? ¡Hay que matarme primero!

Hasta aquel momento no se habían percatado de la trascendencia de su pretensión puramente cinematográfica.

—Sin embargo, traemos eil permiso del Presidente.

—¡No hay presidente que me haga bajar la bandera de la estrella solitaria de ese mástil!

Los productores, Santos y Artigas, que se habían distinguido como verdaderos leones en materia publicitaria, vieron el filón. Y no cedieron. Volvieron a ver al General Menocal. El presidente insistió como jefe supremo de las fuerzas de mar y tierra, ordenaba que se permitiera a los señores Santos y Artigas a bajar la bandera cubana del mástil del Morro, izar la española y la americana, y volver a su puesto a la cubana.

Y así fue como por unos minutos, en plena República Independiente, volvió a ondear la bandera española en lo cimero del asta del Morro de La Habana. Ni que decir, que Santos y Artigas aprovecharon el incidente para hacer una propaganda a la película que abarrotó los teatros don de se exhibió.

A Santos y Artigas debió La Habana la presencia en sus escenarios, de Enrique Borraás, Esperanza Iris, María Barrientos, Penella, Ana Pawlona, Ernesto Vilehea, Paco Fuentes, Balaguer.

Construyeron el Arena Colón donde hoy están los edificios de la Cruz Roja y los Veteranos. Fueron promotores de boxeo y presentaron a los fanáticos habaneros campeones inolvidables, como Firpo, Paulino Uzcudum, Esparraguera, Black Bill, Ponce de León, Kid Charol, Aramís del Pino, Fierro, Lalo Domínguez. En aquellos días de su promotage boxistico, Kid Chocolate era quien anunciaba el número de cada round, ganando 50 centavos por noche. Fabricaron sus propias oficinas en Industria, donde está hoy el Círculo de Bellas Artes. Construyeron el teatro «Capitolio», que hoy se llama «Campoamor» y el teatro «Principal» de Sagua la Grande. Hasta un día que se hicieron empresarios de circo.

Sabido es que a La Habana no venía a principios de siglo más circo que el «Pubillones». Santos y Artigas tenían contratado el teatro «Payret»y ganaban mucho dinero. Todos los años al llegar el mes de diciembre, cedían el teatro al señor Antonio Vicente Pubillones, prestándole toda clase de cooperación. Pero en los principios de la temporada de 1915, Jesús Artigas tiene un compromiso. Necesita un palco del circo para servir a un amigo a quien debe atenciones. Pubillones le manda a decir que no le puede ceder palco alguno.

—¿Así es la cosa? ¡Pues dígale al señor Pubillones que el año que viene Santos y Artigas traerán su propio circo!

Una sonrisa de incredulidad se dibujó en los labios del famoso hombre de circo. El doctor Méndez Peñate, que administraba el teatro «Payret» les advirtió de los tremendos problemas que trae consigo la organización y funcionamiento de un circo.

—No es lo mismo el circo que el teatro. No creo que les convenga meterse en una aventura tan cara como peligrosa.

—No le tenemos miedo al trabajo. El próximo año el teatro «Payret» lo ocupará el Circo Santos y Artigas.

Y así fue.

Pidieron al banco 30 mil pesos para trasladarse a Estados Unidos en busca de atracciones. —¿Treinta mil pesos? ¡Eso no alcanza ni para empezar!— Le dijo el primer agente que visitaron.

Se miraron Pablo y Jesús a punto de descorazonarse. Pero no se descorazonaron. Se echaron a reír. Muchos agentes visitaron que les dijeron lo mismo. —Nos queda un hombre por ver —dijo Jesús.

Su hombre era Chass L. Sasse. representante del mismísimo Pubillones. Hombre de gran valía. Conocedor experto de los hombres, tanto como del negocio que los ponía frente a frente.

Y fue Sasse como un mentor de Santos y Artigas. Les habló claramente del artista de circo. De su carácter. De sus costumbres. Les aconsejó la mejor manera de manejarlos, de contratarlos. Con mister Sasse visitaron Jesús y Pablo los grandes circos de Hagenbeck y Wallace, el Spark Shows, The Four Robinson Show. Terminaron la gira en el Ringling, Barnum and Bailly, el circo más grande del mundo. John Ringling, director del famoso circo, hombre hermético, poco conversador, pero gran psicólogo, y su hermano Charles, acogieron con simpatía a los empresarios cubanos.

Jesús y Pablo aprendieron rápidamente. Los hechos, a partir del debut del circo, demuestran que fueron alumnos eminentes. Don Pablo, habla de aquel debut.

—Nos habían vaticinado el más rotundo de los fracasos. Muy pocos eran capaces de hablar de éxito. Los tradicionalistas abundaban en estos comentarios pesimistas:— ¿Pero cómo van a competir con Pubillones? ¿No comprenden que Pubillones es entre nosotros tradicional?

—Frente al teatro «Payret» se habían instalado las tiendas de exhibición y por ellas desfilaba numeroso público viendo los fenómenos, las fieras y las carrozas que en gran cantidad se habían adquirido.

—Todo aquello daba la sensación de algo grande, no visto jamás en Cuba. El día anterior al debut, paseamos por La Habana una gran cabalgata. Elefantes, caballos, ponies, jaulas con fieras, tres carrozas con música, otras carrozas alegóricas tiradas por hermosos caballos, aurigas regiamente uniformados, muchos coches con artistas, otros con empleados del circo y al frente de la cabalgata, después de la policía montada que iba abriendo la marcha, y de los heraldos que a toque de corneta anunciaban el paso de la caravana, íbamos Artigas y yo, en un landó tirado por dos parejas de caballos blancos.

— El itinerario se había anunciado previamente en todos los periódicos, en pasquines y hojas sueltas. Fue un verdadero día de fiesta para los habaneros. El público se aglomeraba en las calles y balcones vitoreando el paso del primer circo cubano.

— La noche del debut, el teatro se abrió a las siete de la tarde, cobrándose precios que en ninguna época se habían fijado en un circo: 2.60 la luneta y 15 pesos los palcos. La cola llegaba desde «Payret» hasta más allá del Diario de la Marina. Artigas atendía al público en el pórtico del teatro y Santos estaba aún en la Aduana esperando la llegada del acto principal del programa, la familia ecuestre Los Hannefords. Los caballos vinieron en el ferris y desembarcaron a las ocho y media de la noche. La función estaba anunciada para las 9. Aparte de los facilidades que los empleados de la Aduana le prestan a Santos, había el problema de herrar los caballos con herraduras de goma antes de entrar en la pista que se había instalado en el escenario. El tiempo apremiaba. Pero Santos y Artigas estaban dispuestos a no dejarse vencer por ninguna dificultad. Y trajeron fraguas y herreros al sótano del «Payret» para, poder tener los caballos en la pista a la hora anunciada.

— Los caballos salieron a realizar el acto sin previo ensayo. Desconocían la pista, como es fácil suponer. El principal de la familia Hanneford, Poodles, al ejecutor su acto, fue lanzado desde el lomo de uno de los corceles hasta el palco de la música El hombre se incorpora tan pronto cae, vuelve a la pista y termina su acto en medio de una ovación delirante.

— En la segunda temporada también sucedieron cosas peregrinas. Se hundió el piso del escenario al paso de los caballos de Davenpot. Los elefantes se resistieron a subir por una rampa que partía de la calle basta la pista, y el acto de trapecios fracasó de manera escandalosa.

El público lanzó su veredicto implacable: —¡Este año no es tan bueno el circo como el año pasado!

Pero Santos y Artigas no se arredraron. Tenían números en reserva. Entre ellos, la Familia Hanneford, que reapareció en medio de una ovación tan estruendosa y prolongada, que las mujeres de la trouppe se echaron a llorar.

Al interior salieron dos circos en gira: el Circo Azul dirigido por Pablo Santos, y el Circo Rojo, dirigido por Jesús Artigas. Viajaban en su tren especial, propiedad del circo. Con locomotora y veinte piezas, dormitorios, restaurantes, oficinas, corrales para los caballos y casillas destinadas a las carrozas de equipajes.

En La Habana se festejaba todos los años el éxito del circo cubano, con un espléndido banquete al final de cada temporada. Ofrecían el banquete oradores ilustres como Eduardo Dolz, Varela Zequeira, Lucilo de la Peña y el doctor Alfredo Zayas, ya electo presidente de la República.

En 1918 el horizonte nacional resultaba pequeño para los grandes empresarios. Y se organizó una gira que comprendió Panamá, Guayaquil, Iquique, Moliendo. Antofagasta, Valparaíso, Santiago de Chile, toda la costa hasta la Patagonia, Mendoza, Buenos Aires, La Plata, Bahía Blanca, Montevideo, todo el Brasil, Barbados, Jamaica Curazao, Venezuela, Colombia y al cabo de los dos años, regreso a La Habana. Terminada la temporada habanera, el circo fue trasladado a Mérida, Yucatán y a la Ciudad México con éxito extraordinario. Después, Santos y Artigas se limitan a sus temporadas en La Habana y sus tournés por el interior. En 1931 y 32, la situación caótica de Cuba les impidió traer el circo. Después, reanudaron sus labores sin interrupción.

Larga y en extremo tediosa sería la tarea de seguir cronológicamente la historia del Circo Santos y Artigas. Baste insistir en que sus empresarios nunca escatimaron gastos ni sacrificios por seguir ofreciendo a los cubanos la gracia, la alegría y la emoción de ese espectáculo que nunca muere.

El circo, vanguardia de las fiestas de diciembre y año nuevo, clarinada de alegría para la muchachada. perdurable recuerdo para todos. Santos y Artigas, sin dinero, instalaron en la calle de Suárez su oficina.  Años de lucha, años prodigando alegría, y emoción a los públicos. Varias generaciones de cubanos agradecidos a estos hombres excepcionales que mantuvieron en alto la carpa del circo y recorrieron con ella todos los caminos de Cuba, llevando a los niños de todas las edades el espectáculo que nunca muere.

¿Verdad que ya va siendo hora que se les rinda el homenaje que se merecen? ¿Dónde están las condecoraciones que su cubanismo reclama? ¿Dónde los honores oficiales que se merecen más que muchos?

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