Quienes siguen la actualidad internacional lo han visto: este mes ha comenzado en Francia un episodio de protestas orquestadas por los partidos extremistas. Han coincidido con reclamaciones salariales que suenan justas. No es lo mismo ni se escribe igual, dos aspectos de una crisis generalizada. Las dificultades que se observan ya mismo – y para un futuro convertido inquietantemente en presente – en materia de escasez, de alza del costo de la vida y de penuria de combustibles han servido para echarle leña al fuego. En una sociedad donde poseer altos ingresos es una mala palabra el anuncio de incrementos significativos en los resultados anuales de las grandes empresas allana el camino para comparaciones siempre desventajosas para el llamado gran capital, culpable de todos los pecados a los ojos de muchos. Los sindicatos y los politiqueros han entrado una vez más en ebullición. Los primeros están de lleno en su rol y los segundos intervienen desde el parlamento a fin de bloquear la acción de un gobierno que, electo por cinco años va a tenerla difícil para poner en práctica el programa que propusieron al electorado a principios de este año. Como carecen de mayoría absoluta en la Cámara gobernarán por decreto y la fiesta ya empezó con el presupuesto. Con la pandemia del Covid; la guerra de agresión desatada por Rusia en Ucrania; la salida de Inglaterra de la Unión; y el contencioso en curso con Alemania excusas le sobran al Presidente Macron pero para nadie es un secreto que no ha estado a la altura de las circunstancias. Su cuota de popularidad se deshace semana tras semana.
El país tampoco va bien. El tema de la economía es sensible, casi tabú, como otros cuando se trata de revolver en el estercolero de la historia nacional, traerlo a nuestros días y pensar en el del desenvolvimiento de la sociedad desde que terminó hace un siglo la Gran Guerra con el Tratado de Versalles que a partir de 1919 está condicionando desastres que en parte han llegado hasta hoy. Si por una parte la objetividad perfecta no es posible en Historia, por otra ésta no se limita a constituirse en culto de la memoria. Quienquiera que la aborde debe darse como tarea acercarse lo más posible a la verdad con el rigor y la imparcialidad que las fuentes que consulte y su propia opinión le permitan.
Para tratar de expresarlo como la excusa que repiten los cubanos de la isla a manera de muletilla diría que «no es fácil». Es cierto que hubo pandemia y guerra. Pero antes de ambas los problemas que tienen que ver con la entrada desordenada en el país de inmigrantes; la pobre educación cívica de quienes llegan ahora a la edad adulta; y la no asimilación de los extranjeros de segunda y tercera generación nacidos en territorio francés después de la implantación de sus mayores, ese cóctel heterogéneo sin nombre se ha convertido en un nudo gordiano al que nadie ha conseguido entrarle. Todo presidente electo llegado al Elíseo le da el esquinazo. Palabras han sobrado siempre. Y la presión en las calles le pone bridas a los caballos que tratan de halar ese carretón destartalado que, con el nombre de Francia en la banderola, circula por los caminos europeos. Mientras el tiempo pasa, como en la famosa canción escuchada en la película Casablanca, la mayoría silenciosa muerde el freno, se abstiene de votar o lo hace “sotto voce” por los extremistas, desvirtuando de esa manera los pronósticos de las encuestas. La ingobernabilidad pudiera estar al doblar de la esquina.
Todo esto tiene poco que ver con lo que observé al arribar en 1982. Deslumbrado entonces, con la sola experiencia de haber bregado en condiciones de subdesarrollo y como subciudadano bajo una dictadura, jamás había votado y la palabra derechos representaba una quimera. Con el transcurso de los años, en función de la evolución que nos ha traído al presente descrito más arriba, lo real lejos de iluminarme como que me ha enceguecido. Y dando tumbos se ha llegado a esta guerra ruso-ucraniana que nos ocupa. Se dijo hasta ahora que Francia tenía un lugar importante en el conflicto. Estratégico supusieron algunos. Pero en enero y sobre todo en febrero se produjeron los errores de cálculo que se evidenciaron posteriormente: «ése no ataca na´», habían dicho los sesudos. Luego fue la pantomima orquestada por Putín tomándole el pelo a Macron y a sus asesores con varias entrevistas telefónicas que cubrieron al segundo de ridículo.
En los meses siguientes el cóctel de realidades y de proporciones han hecho concluir a todos los observadores que la participación francesa en el apoyo a Ucrania es marginal. Sin sorpresa es Estados Unidos quien suministra la mayor ayuda militar al país agredido con 49% de los envíos. Pero el problema es que Francia, a pesar de los muy mentados cañones César que ha dado, finalmente no han sido muchos, aparece en noveno lugar de la lista con un 1.42%. Ridículo para una potencia nuclear, miembro del Consejo de Seguridad de NN.UU. y poseedora del segundo PNB en la Unión Europea. ¿Culipandeo, impotencia o jugada deliberada inducida por la Historia?
Por una parte, los estados mayores de las distintas armas han hecho saber que Francia no posee las reservas necesarias ni la infraestructura de producción indispensables para hacer más. Son los mismos militares que en la cúpula del Estado y en recientes comparecencias ante el senado se han mostrado reticentes respecto al ejecutivo y sus asesores civiles. Y esto a pesar de que de parte de los territorios africanos en los que habían estado fungiendo como gendarmes durante las últimas tres décadas, han tenido que replegarse con el rabo entre las piernas. Lo peor: han sido reemplazado en varias ex-colonias francesas por mercenarios rusos que, travestidos en empresa privada y todo, no dejan de ser parte de la soldadesca rusa, la misma que interviene en Ucrania.
Venimos entonces a exponer el abismo que separa a la manera de verse Francia por sus dirigentes y élites de aquella que perciben desde el exterior los otros países. En la llamada «pareja francoalemana», una etiqueta solo utilizada aquí ya que es prácticamente repudiada por los alemanes, se suponía hasta antes de ayer que los alemanes tenían la primicia económica y los galos el leadership en lo estratégico y en lo militar. Solo que, desde que Scholtz tomó la batuta de manos de la Merkel, esa ecuación se está yendo a bolina con el rearme alemán, respuesta lógica de los teutones a su vecindad con Rusia y al nuevo ordenamiento planetario. El peso específico de lo social, y de los subsidios a los inmigrantes clandestinos que han entrado y que siguen llegando, toda esa plata que cual potala lastra la economía francesa ha provocado una disminución continua del presupuesto militar. Al mismo tiempo el pompón del país, su alto nivel tecnológico que cuenta tanto en lo militar, ha perdido muchas plumas.
Para decirlo con claridad Francia está viviendo por encima del nivel real de sus recursos. Sobrevive en la escena internacional aprovechándose del resplandor de glorias pretéritas. Una realidad que no se puede ocultar. Los gigantes del futuro, la China y la India, están por ahí. Agazapados. Si los franceses no tuvieran un asiento – el famoso derecho a ejercer el veto – en el Consejo de Seguridad obtenido gracias a la generosidad de Winston Churchill a la salida de la Segunda Guerra Mundial, ¿alguien se lo propondría hoy? En esas condiciones no son sorprendentes los desplantes que sufren en la arena internacional. Es el momento que ha escogido Joe Biden para invitar a los Macron a una visita de estado oficial a Washington dentro de pocas semanas. Curioso cuarteto el de estos dos matrimonios a quienes todo separa salvo el estar atravesando en estos momentos el peor momento de sus respectivas carreras políticas. Habrá que esperar para tratar de comprender cuánto de este sainete pasará a la Historia y sobre todo que retendrán de su trama los historiadores.
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