Fanny aún está consciente a sus 99 años. Por eso retumba en su cabeza todavía la horrible pesadilla vivida en los campos de concentración nazi donde, de puro milagro, escapó y hoy puede contar su historia.
De la mano de su hijo Ernesto pudo ir en una silla de ruedas al Centro Comunitario Hispano. Él la cuida. Lo mismo Gisela la esposa de éste. Viven en Miami. Ella recuerda, con gran dolor el exterminio terrible de más de 8 millones de judíos.
Fanny tuvo que soportar desastrosos eventos físicos, mentales o emocionales, a lo largo de su vida. Se ha podido recuperar, de vez en cuando, gracias a los cuidados diarios y humanitarios de su hijo Ernesto Ackerman.
Esta dama, al igual que los dos judíos eslovacos, Lale, tatuador de prisioneros en el campo de concentración, y Gita Sokolov, quienes consiguieron contra todo pronóstico, sobrevivir al Holocausto, también pudo ella enfrentar todos los desafíos y también se salvó.
“Mi mamá estuvo en uno de los peores campos de concentración. En el propio Auswich en Alemania. Fue llevada allí en trenes como ganado junto con otros miles de judíos donde se agolpaban unos encima de otros. Y, lo peor, tenían que hacer allí sus necesidades ante la mirada perpleja de hombres y mujeres”.
No había comida. Ni mucho menos agua. Al finalizar la guerra Fanny apenas pesaba 25 kgs. Sufría de una aguda y persistente pulmonía. Y estaba llena de piojos y padecía, además, de otras enfermedades. A la larga, un enfermero de la Cruz Roja la salvó.
Luego fue adoptada por una familia de nombre Svenson en Landscrona, en Suecia, donde trató de rehacer su vida. Y entonces se casó con el padre de Ernesto Ackerman. Posteriormente viajó la familia a Venezuela considerada por ella como el “país de las mil maravillas”.
Po eso el nombre de su hijo es Erno de descendencia húngara. Era el nombre de un hermano de Fanny quien murió de inanición en un campo de concentración. Era muy religioso. Murió por no querer comida tratada por médicos inescrupulosos.
“Varios de mis familiares tenían hasta números tatuados en los brazos porque los verdugos los marcaban como al ganado con hierros calientes y con dicho número los fichaban para luego llevarlos a la cámara de gas. Por eso Fanny nunca podrá, mientras viva, tratar de borrar de su mente la pesadilla del holocausto.
Fanny podría recopilar las historias de algunos comediantes judíos que, una vez deportados a los campos, continuaron produciendo espectáculos y actuando también para sus torturadores. Era la única manera de salvarse de la cámara de gas que tenían ellos.
Fanny hubiese podido escribir un libro como Ginnete Kolinka, quien fue detenida por la Gestapo en Aviñón en 1944, siendo deportada luego a Auschwitz Birkenau y hoy, a sus 94 años, rompe una vida de silencio con un libro, que cuenta horrores vividos en los infiernos de los campos de concentración.
Ernesto, al profundizar sobre la historia de su madre, narró que “entre los pocos sobrevivientes había una niña, que con el paso del tiempo creció, y superó, hasta donde pudo, los traumas irreparables, para luego emigrar a Venezuela. Era Fanny.
Jaime Flórez, quien hizo la presentación, dijo que “nos hemos reunido hoy para cumplir con un deber de todos, para no olvidar semejante atrocidad, y que nunca más se vuelva a repetir en el mundo”.
“Porque hace 7 años la humanidad cerró uno de sus capítulos más tristes y vergonzosos con la liberación, por parte del ejército soviético, de los prisioneros de los campos de concentración de Auschwitz-Bikenaw, a 43 kilómetros al oeste de Cracovia, en Polonia.
En este acto también habló el rabino Avrohom Brashevitzky, Chabad de El Doral, quien se dolió de ese episodio, que marcó a toda la humanidad por el horror con que se cometió al morir más de 8 mil judíos en la cámara de gas.
Finalmente Flórez concluyó en que “la ola de crímenes que asola la nación ha impactado particularmente a la comunidad judía, obligando a los judíos estadounidenses a reprimir sus demostraciones públicas de judaísmo, como una forma de protegerse”.
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