Por Eladio Secades (1958)
Para que un matrimonio joven no se aburra después de la soledad entre dos que es la luna de miel, es necesario que haya otros matrimonios jóvenes Cuanto más modernista, mejor. Entonces se reúnen y salen a divertirse en esos grupos que las señoras de hoy llaman “parties”.
Con aire de personas distinguidas que tienen conocimiento de otro idioma. Además de ignorar bastante el propio. Y dicen jugar golf. Beauty Parlor. Deme un “chester”. Y creen que de verdad puede ser “Waiter” el mozo de café nacido en Pontevedra. Entre los matrimonios jóvenes que salen a divertirse, hay uno que tiene automóvil. Tener automóvil sin chofer y con amigos significa dejar a los otros. Ir a parquear lejos, Subir los cristales que nunca los invitados suben. Y tener que volver solo y a pie. Es decir como si no tuviese automóvil.
Lo más difícil del «partie» es que las muchachas se pongan de acuerdo. Una quiere ir a un lado. Por la música. La otra quiere ir más allá. Por el elemento hay una tercera que tiene ganas de meterse en un cabaret de medio pelo,. Porque después de todo yendo con Carlos no va a perder nada. Carlos es alto empleado de una compañía americana.
Aunque no haya sol, usa lentes para el sol, busca armonía entre los colores de la corbata y los calcetines. Y está contento porque fue mucha gente al entierro de su abuela. Es tan buen marido, que ve la misma película tres veces. Los cabarets de medio pelo son con falsa promesa de aventura en taberna de puerto.
Uno cree que va a encontrar gorras con anclas. Brazos con tatuajes. Camisetas con listas. Marineros con ganas de apagar la pipa y fondear en el talle de una bailarina. Pero los cabarets de medio pelo son como los otros cabarets. Las mesitas tienen faldas a cuadros. Porque son mesitas vestidas de Mamá Inés.
La rumbera no sabe menearse bien. Y para disimularlo, como no puede moverse ella, sacude de prisa la cola de su bata. Es mentira lo del apache y la navaja. Una vieja vende flores. Una señorita que nadie se lo cree (Por la hora) vende cigarrillos. Y un negro vestido de blanco bosteza en el inodoro para caballeros. Afuera practica la intimidad del desvelo el botones.
Que es el único militar que confiesa que sus condecoraciones no tienen historia. El carro de fritas. El policía de la posta. Los choferes de alquiler. Y un perro que debe estar perdido. Los que van con frecuencia a los velorios, sin saberlo están estudiando para empleados de cabarets.
LA BEBIDA
La bebida es uno de los pocos secretos que se conocen para hacer de la diversión un sentimiento unánime. Entre los matrimonios jóvenes que salen a divertirse, hay un delicioso momento en que no hay más diferencia que unos lo quieren con agua mineral. Y otros con Ginger. En todo lo demás, están de acuerdo.
Hay los que toman el whisky con criterio de bebedores de café con leche. Y prefieren el high-ball claro u oscuro. El cabaret es el lugar donde las mueres decentes salen a bailar con el temor de haber dejado la cartera en la mesa. De ese temor han nacido muchos celos estúpidos.
Al notar que la compañera estira el cuello por encima del hombre. Porque tú sabes que a mí me gusta que me respeten. El hombre moderno le teme más al adulterio por el bochorno que por el amor. Cuando otros bailadores para salir a la pista separan las sillas de la mesa, la mujer decente piensa: «¡ya me llevaron el bolso”!.
Es muy difícil que el bolso de una mujer tenga una fortuna. Cuando más, el anuncio de una peluquería y el equipo de la coquetería. Que oscila entre el pequeño pañuelo de hilo. Que es sublime en las despedidas. Y ridículo en la coriza.
Y la barra de rouge. Que es donde la mujer guarda los besos que todavía no ha dado. Es todo cuanto pueden producir los labios femeninos, lo que más perdura es la mancha del rouge. Que a veces volvemos a ver algunos días después en el borde de un vaso.
El primer high-ball le produce a la señora un calambre frío. El primer high-ball sabe a medicina. El segundo la induce a una disertación sobre la conveniencia de salir de casa de vez en cuando. El tercero le da franqueza para pedirnos en voz alta una peseta para darle propina a la mujer del servicio. Oportunidad que aprovecha otra que deseaba ir. Pero que no había dicho nada por pena. Con el cuarto high-ball revela que al principio Rafael era divertidísimo. Pero que últimamente se ha puesto muy serio. Todos los esposos al principio son divertidísimos, pero después se van poniendo muy serios. Rafael se ríe sin ganas. Y le recomienda que no beba más.
A la mitad del quinto high-ball le jura a Rafael que lo quiere como el primer día. Sin dejar de reconocer que el trigueñito de la trompeta está entero. El cabaret es la más alegre de todas las tristezas. La alegría del cabaret lea pone el cliente. La casa pone todo lo demás.
El mal humor de la muchacha del guardarropa. Por tantos hombres que ya no usan sombrero. Los muslos proletarios de las modelos de coro. Los músicos del conjunto piensan distinto y visten lo mismo. Las cosas del maestro de ceremonias. Cuyo arte consiste en llegar a caer simpático a fuerza de ser «pesao».
Al llegar al salón nos recibe un caballero vestido de etiqueta. Con una cortesía constituida por una pechera almidonada, una corbata de lazo, dos reverencias y el peinado con raya de último año de ingeniería. El verdadero Maitre debe vestir como rico Y tener gentileza de empleada de Ten-Cent, de aeromoza y de diplomático de Centroamérica.
CAMBIAR DE PAREJAS
Ya los matrimonios jóvenes se están divirtiendo en el cabaret. Como divertirse es dejar de hacer una vez lo que se hace siempre, los matrimonios jóvenes cambian las parejas. Cambiar de pareja es cambiar de perfume. Se dice una tontería y parece que se ha dicho una genialidad.
La proximidad cobra importancia de aventura. Se vuelve a ser novio con la mujer del amigo. A cambio de que el amigo vuelve a ser novio con la mujer propia. Cuando estos cambios se hacen sin malicia, en el verano se habla del calor. Y en el invierno se habla de la lata de tener que bailar entre tanta gente. El reconoce que baila mal. Ella recuerda lo bien que lo hacía cuando era soltera Y los dos se quedan en silencio. Girando y girando.
Con ganas de que se acabe. Cuando esos cambios se hacen con malicia, el pelo de ella huele a gloria. Aunque no haya hecho otra cosa que bañarse. Los perfumistas franceses hubiesen quebrado, si alguien hubiera descubierto a tiempo que la mujer que gusta, sobra con que huela a limpio. De la que no gusta, perdura el recuerdo del perfume cuando ya ha muerto el recuerdo de la mujer.
El flirt empieza a ser adulterio después de la patada en la espinilla por debajo de la mesa. Y el número del teléfono. Entonces no se baila más de mentira. Porque se va a bailar de verdad. Los matrimonios jóvenes ya se han divertido, porque ya se han emborrachado. La bebida estimula la alegría, la educación, la generosidad y el talento. Lo malo es al día siguiente. Los borrachos de siempre son felices, porque han inventado la bebida sin día siguiente.
PIDEN LA CUENTA
Uno de los esposos decidido pide la cuenta. Pero los otros le dicen que no puede ser. Y los demás esposos ofendidos lo amenazan con no volver más. Entonces pagan entre todos.
El que tiene la suerte de tener automóvil, los va dejando en su casa. Los faroles del alumbrado le dan vueltas. Tiene las orejas rojas. Las manos frías y un ansia que oscila entre el sueño y la sal de frutas. Es la terrible madrugada del borracho. Que ve un poste y le entran ganas de vomitar.
Hay dos tipos de clientes de cabarets. Los que no van casi nunca y los que van siempre. El castigador profesional va siempre. Con el traje planchado y el peine Que saca y se da una pasadita cada vez que pasa frente a un espejo. Entra sin pedir mesa. Pero repartiendo sonrisas.
Sueña con una novia de cabaret. Una de esas novias de cabarets que terminan el día manoseadas. Como periódico de barbería. Rubias por convicción. Meseras porque tienen un hijo. Delgadas porque la ciencia no da más. Labios que se destiñen por accidente del trabajo. Mujeres que la sociedad llama alegres, porque la sociedad no sabe que en las fiestas les da por contar sus propias miserias.
El cabaret es un espectáculo cuando se visita. Pero es una tragedia cuando se vive de él. Al irse los clientes, se colocan las sillas sobre las mesas. Y el cabaret se recoge en una melancolía de circo de carpa.
Un cabaret sin luz es como un teatro sin público. Faltan las farsas. El guiño de mujer. El pelo teñido.
El cartón arrugado del decorado, que semeja la envoltura de un elefante. Un cabaret sin borrachos es corno un velorio al que no asistieran más que los familiares. Un velorio sin chistes, sin risitas contenidas y sin tabaco.
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