Agua Bonita (Colombia), 9 feb (EFE).- Donde comienza la selva amazónica, en la ladera de una de las múltiples cordilleras colombianas, hace más de siete años centenares de miembros de las ya extintas FARC comenzaron a formar un pueblo de paz, un hogar donde dejar las armas y que este jueves los miembros del Consejo de Seguridad han acudido a visitar.
En casas aún precarias que han ido rodeándose de espacios comunitarios como una casa de cultura o una gran biblioteca, más de 600 personas conviven en Agua Bonita, un antiguo Espacio Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), a algo más de una hora de la capital del departamento de Caquetá, Florencia.
Hasta las entrañas de este pequeño pueblo, donde solo las caras de figuras revolucionarias como el excomandante de las FARC Manuel Marulanda o el líder de la guerrilla del M-19 Carlos Pizarro dejan ver antiguas proclamas revolucionarias, llegó este viernes una caravana de una veintena de vehículos oficiales que llevaban a los 15 miembros del Consejo de Seguridad que desde el miércoles visitan, por tercera vez, Colombia para ver los avances en la paz.
Tesón por la paz
«La visita del Consejo de Seguridad a Caquetá es un mensaje para agradecerles ese tesón de seguir comprometidos con el proceso de la paz», les aseveró a los excombatientes el representante del Secretario General de la ONU en Colombia, Carlos Ruiz Massieu.
En este antiguo ETCR «hay iniciativas productivas que han avanzado muy bien, que les permite a los combatientes seguir teniendo esperanzas de cumplir sus sueños cuando firmaron los acuerdos, pero no está ausente de desafíos, de obstáculos, de diferentes temas que se tienen que arreglar para seguir avanzando», explica a EFE Massieu.
En Caquetá la guerra aún se sigue sintiendo y en las montañas del fondo viven quienes no quisieron firmar el acuerdo de paz, el Estado Mayor Central (EMC).
La comitiva conoció las iniciativas productivas y vio proyectos pioneros como uno de desminado humanitario y escuchó «los retos, avances y desafíos» para ver que Agua Bonita -uno de los 24 ETCR que se crearon tras la firma del acuerdo de paz de 2016- es «una historia de éxito pero con muchos desafíos aún».
Pero lo cierto es que por el camino en este proyecto de paz se quedaron muchos. A Agua Bonita llegaron del monte unas 500 personas y hoy en este ETCR reconvertido en aldea hay 178.
«Hay alrededor de trescientas y pico personas que se han salido», señala a EFE Federico Montes, un firmante que vive en Agua Bonita desde su creación.
Unas volvieron con sus familias a otras partes del país para hacer su reincorporación, pero otras «sencillamente sucumbieron a los altibajos que ha tenido el proceso», lamenta.
La implementación del acuerdo de paz estuvo casi congelada durante el anterior gobierno, que no creía en este acuerdo, y muchos firmantes perdieron la esperanza y volvieron a las armas -apenas el 12 %, en lo que se sigue considerando uno de los procesos con menos deserción del mundo- o decidieron salir de la comunidad y hacer su proceso individual.
Salir de estas comunidades de paz ha llevado a muchos firmantes a ser amenazados, perseguidos o incluso asesinados, como ha sido en el caso de 418.
«Los ETCR son un espacio protector, un espacio cuidador, y eso lo puede contrastar uno cuando ve la cifra de los firmantes que han sido asesinados: en más de un 80 % son personas que están por fuera de los ETCR», alude Montes.
Imaginar ciudadelas de paz
Este firmante le explicó al Consejo de Seguridad que cuando aún eran miembros de las FARC y firmaron la paz querían transformar Colombia en un espíritu que invadió un acuerdo que apenas lleva un tercio de implementación, y Agua Bonita es «un piloto» de esa transformación donde falta que llegue el Estado con iniciativas de salud, de educación y de más servicios, pues no tienen carretera asfaltada que los comunique con el centro poblado.
Pero la idea era aún más ambiciosa, recuerda Pastor Alape, uno de los excomandantes de las FARC, que firmó el acuerdo en La Habana: «Nosotros nos imaginamos una cosa mucho más grande porque hablamos de siete ciudadelas de paz (.) Esto es una escala muy reducida de eso que planteamos», indica a EFE.
Sin embargo, se esbozaban como «ese nuevo campo de batalla donde teníamos que esforzarnos ya no con los instrumentos de la violencia sino con los instrumentos de la inspiración diaria», y eso, con sus «altibajos» es una realidad.
Por eso, recorrer este pueblo de paz formado por personas que hicieron la guerra ha sido «inspirador» para los miembros del Consejo. «Colombia para nosotros es una historia de éxito y venir aquí es un soplo de esperanza para otras partes del mundo donde no la tenemos tanto», aseveraba ante los firmantes la representante de Suiza, Pascale Baeriswyl.
Irene Escudero
Esperanza y retos en el encuentro del Consejo de Seguridad con exguerrilleros en Colombia
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