Paradoja electoral. — Las fallas de la Ortodoxia: candidatos electorales y deficiencia propagandística. — Los tickets del Gobierno.— El retorno de Grau San Martín. — La muerte de Cossío del Pino. — Maniobra para utilizar a Policarpo.— El pueblo quiere cambiar.— Dificultad para empeorar lo pésimo.
La tertulia es heterogénea y animada. Hay media docena de criollos, deseosos de hallar una explicación a los últimos acontecimientos. Según costumbre, jamás coinciden los juicios. Pero alguien, de pronto, parece haber tropezado con la fórmula decisiva. Los demás le escuchan entre burlones y curiosos.
Señores —dice- , se libra una lucha a muerte. De un lado está el Gobierno, que se afana por elegir al profesor Agramonte, y del otro la ortodoxia, que trabaja con desesperación por el triunfo de Carlos Hevia.
La paradoja ha surtido buen efecto. Los contertulios sonríen. Al fin las opiniones se reconcilian. Y el «coordinador» añade con desenvoltura, amo ya de la escena:
– Hasta ahora, está ganando el Gobierno.
– ¿Cómo el Gobierno? interrogó un ortodoxo.
– Claro que sí; parece que al fin conseguirá que el profesor Agramonte ocupe la Presidencia de la República.
Quizás esta paradoja sería la única cuestión en que llegaríamos fácilmente a un acuerdo de opiniones. Si prescindimos de los juicios interesados que por el interés ya son «prejuicios», es decir, apreciaciones previas a la formación del criterio—, habría facilidad para que todos conviniéramos en que el próximo triunfo electoral se decidirá por los errores del contrario más que por los aciertos del victorioso.
Las faltas de la Ortodoxia son de orden técnico. Tal vez productos de la inexperiencia política, o de la alucinación emocionada. Por ejemplo: al disponerse la articulación de los tickets senatoriales lejos de aprovechar la oportunidad para formar candidaturas prácticamente invencibles, se interpreta con rigor exagerado la tesis anti pactista, o se yerra al ubicar a los aspirantes.
La nominación senatorial del doctor Jorge Mañach en la provincia de La Habana, teniendo en cuenta sus fricciones con buena parte de la intransigencia ortodoxa y su actuación pasada como legislador electo por Oriente, hubiera sido mejor transferida a los feudos orientales. A la Inversa, el caso de Ramón Vasconcelos: van a llevarlo de candidato por Oriente, cuando allí jamás hizo política, ni tiene otras vinculaciones que las naturales en quien desempeñó un rol nacional de importancia, mientras ofrece en cambio una larga ejecutoria de intervención directa en la política habanera. Sin embargo, el trueque de ubicaciones no es tan grave como la cerrazón a la posible conquista de factores políticos en Matanzas y las Villas.
Otro error ortodoxo, que opera a favor del adversario, consiste en dos aspectos de la propaganda: la pérdida de la intensidad agresiva, que acaso obedezca a los trajines postulatorios del momento, y el papel defensivo que ha dado en adoptar desde los últimos pactos gubernamentales. La primera cuestión nos parece obvia. Se palpa. Se descubre a simple vista. Echamos de menos la voz insustituible de Chibás; pero también advertimos una especie de «distracción» asambleística, que entretiene a los voceros del partido en obscuros trajines de la preparación de las candidaturas. Quizás el mal tenga remedio, a poco que se proceda a nominar los candidatos.
Pero se hace más complicado otro aspecto de la propaganda. Desde que el Nacional Cubano ingresó al equipo un gobiernista, los ortodoxos se creyeron obligarlos a devolver golpe por golpe, distrayéndose del verdadero objetivo de la campaña, para responder al doctor Guillermo Alonso Pujol y a su malogrado títere de Guamacaro.
El doctor Alonso Pujol lleva todas las ventajas, por el método con que plantea los debates. Partiendo de una posición la de negarlo todo, aunque tenga que comenzar por negarse a sí mismo hiere la popularidad ajena sin el temor de que peligre la propia a fin de cuentas bien poco tendría que perder si algo perdiese en una pugna que exija la abdicación de las simpatías populares. Pero aún prescindiendo de tal premisa, el doctor Alonso Pujol ganaría siempre como hombre de partido al obtener que los ataques de la oposición no vayan enderezados al gobierno y a sus probables candidaturas aún así desvía los golpes del objetivo importante, que es la intención continuista del régimen, aunque les caigan a él en las espaldas.
Otro error ortodoxo ha sido la virulencia verbal de algunas discrepancias intestinas que percibiré una ruinosa desilusión en los espectadores entusiastas.
Sin embargo, las pésimas candidaturas y los pactos repulsivos, conserva bastante riesgos para el buen éxito de cualquier maniobra política, tal vez resulten de secundaria importancia en la cadena de pecados y errores del Gobierno junto hoy por hoy, existe un punto en que convergen las máximas inconformidades: el apaño a los delincuentes, la tolerancia del pistolerismo.
Los pistoleros acaban de incurrir en una insigne torpeza junto hasta el momento con raras excepciones, la sangre que derramaban pertenecía a individuos más o menos tachados de ejercitar la violencia. La sociedad los miraba con espanto: pero todavía con relativa tolerancia. De ahí que el largo rosario de crímenes apenas levantaba reproches intermitentes, por lo común circunscritos al raudo tiempo que duraba la actualidad periodística. Pero esta vez las armas criminales se han dirigido a un hombre ajeno a los clanes en discordia y a la posible culpabilidad en tragedias anteriores. La muerte de Alejo Cossío del Pino tenía que despertar una indignación más sostenida y más honda. Tenía que conmover larga y profundamente la conciencia de nuestro pueblo.
No extrañe que el asesinato de Cossío del Pino haya despertado una reacción singular contra el dudoso prestigio del Gobierno, hasta el punto de que las posibilidades de la alianza han padecido un revés que parece irredimible. Nada librará al Gobierno de su infamante responsabilidad. Ni las burdas comedias oficiales. Ni las declaraciones efectistas, que a nadie convencieron, porque eran las mismas de casos anteriores. Ni el despliegue inútil de fuerzas del Ejército y la Marina que debe sonrojar a los cuerpos policíacos, sin devolverle a los ciudadanos la esperanza de un sincero propósito de enmienda. Gobierno solo tiene una manera, no más que una, para recuperar cierta porción de crédito: la investigación honrada y enérgica del crimen, y la presentación de los autores a los Tribunales de Justicia.
Sin embargo, ha creído posible escapar una vez más con artilugios y efectivísimo. Hasta tenemos informes de que se proyecta, y tal vez se realice antes de que se impriman estas líneas, el burdo “show” de restituir a la prisión a Policarpo Soler y algunos de sus compañeros de aventura. Con el propósito de utilizar más la maniobra como un ardid de propaganda. Los voceros de gobierno se apresurarán a presentar el hecho como un gallardo testimonio de represión del gansterismo, aunque conozcan ya que se tramita bajo la promesa de facilitar una tercera evasión después de los comicios.
Sospechamos que resultaría demasiado tarde. Los pistoleros han incurrido en un tropezón sumamente peligroso. Matar a Cossío del Pino era un asunto de otra naturaleza que balacear a Cheo Valor o proteger la fuga de Policarpo. Encubrir el asesinato de Cossío del Pino representa para el gobierno la imposibilidad de vindicarse con estratagemas o evasivas.
Tanto es así y tan certeramente lo ha comprendido el candidato presidencial de la alianza, y el propio ingeniero Carlos Hevia se creyó en la obligación de prometer que su primera medida de gobierno sería la erradicación del gansterismo. Pero la declaración de Carlos Hevia, y lejos de consolar y adormecer la sensibilidad adolorida del pueblo, implica la espantosa certidumbre de que los pistoleros seguirán campando por sus respectos los siete meses que faltan para la terminación del mandato de Carlos Prío.
Nosotros, que somos comentaristas imparciales, aunque se obstinan en llamarnos ortodoxos quienes reciben con consignas palaciegas creemos sinceramente que la batalla del primero de junio deberá perderla el candidato de Carlos Prío. Pero que deberá considerarse una victoria de su opositor Agramonte. Las vísperas anuncian que será el debate feroz de dos chapucerías. Lógicamente, ha de perder el que cometa los errores más graves, y esos, de juzgar por el cuadro a la vista son los que corresponden al gobierno.
Ahora bien, nos asalta una duda. A veces pensamos que los líderes y los partidos son elementos secundarios de las justas electorales, mientras el efectivo protagonista, el árbitro y el amo de las urnas, habrá de buscarse en esa enorme cantidad de ciudadanos anónimos, sin militancia realmente definida que está cansada de los abusos, los crímenes y los fraudes, y que las ansias de mejoramiento colectivo, entre el asco y la indignación que le produce los males de siempre, quizás no tenga fe ni confianza en nadie; pero quisiera, de todos modos… ¡Cambiar! Ante lo pésimo, existe siempre una gran dificultad de que lleguemos a encontrarnos todavía con «lo peor».
Aquí podría repetirse la historieta de los dos sonetos. Después de leer una de las poesías, se cuenta que el crítico declaró sin vacilaciones: “La otra es mejor”. Y cómo lo advirtieran que la otra no la había leído, respondió con una vaga sonrisa: “Estoy seguro, porque no puede ser peor que ésta”.
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