En la tormenta (I)

Written by Libre Online

4 de noviembre de 2025

Por Jeanne Nabert (1940)

La mano de Teresa temblaba tanto que sus dedos coordinaron con verdadera dificultad el número en el disco telefónico.

-¡Oiga! ¿Eliseo 24-98?

***

Se había decidido a llamar después de varias horas de vacilación.  No había podido esperar más. ¡Quince días sin noticias de Bob! Y él le había prometido, le había jurado escribirle por lo menos cada semana. Pero hacía ya dos semanas que Teresa no recibía noticias de su hijo. ¿Qué había sucedido? Teresa no se atrevía ya a abrir un periódico, se desesperaba, se enloquecía de hora en hora.

Una solo esperanza le quedaba: Bob podía haberle escrito a su padre. Una llamada telefónica podía tranquilizarla. Más de diez veces su dedo se había aproximado al disco del aparato sin atreverse a hacerlo girar.

Sin embargo, no le sería tan difícil preguntar: 

– ¿Tiene noticias de Bob?… Habla Teresa…

No. No podía decirle. No podía llamar a Lesley, no podía hablar normalmente con él…

***

Teresa se casó poco antes de la guerra de 1914. Su esposo, movilizado de pronto, la dejó con un niño de unos meses en Bretaña, donde habían ido a pasar las vacaciones.  Estuvo muchos días sin noticias de su marido. Acostada en la playa, con la cabeza oculta en la arena, sorda a las palabras de consuelo, lloró desesperadamente, creyéndolo herido, desaparecido, muerto.

Y Lesley, mientras tanto, acantonado en una ciudad del Este, se enamoró de otra mujer. Siempre que volvió con licencia apenas la atendía, se mostraba huraño y frío. Y ella lo exasperaba con reproches y hasta con injurias, en vez de tratar de reconquistarlo por otros medios, y acabaron con separarse, por divorciarse cuando terminó la guerra.

El odio sustituyó entonces al amor. Negándose a aceptar la ayuda económica de Lesley, la joven divorciada trabajó para criar y educar a su hijo, no cediéndolo al padre sino durante el tiempo prescrito por la ley.

Los años pasaron sin borrar el odio. Al contrario, la nueva guerra reanimó el mórbido rencor de Teresa contra Lesley.

***

Ahora Bob había partido también, desde los primeros momentos de la movilización. ¡Oh! Teresa hubiera querido ser valiente, ser una verdadera madre de soldado. Desde que Bob había entrado en la aviación, antes de la guerra, ella no cesaba de temblar por su hijo. Pero no lloró cuando, dispuesto para partir para el frente, Bob la abrazó, alegre como un colegial, vestido con su uniforme bordado de alas. Ella ocultó su terror cuando el muchacho habló de sus próximas hazañas de atacar los aviones enemigos, de volar sobre Berlín.

Su hijo también volvió con licencia, pleno de optimismo y radiante de entusiasmo. Y ella paseaba por la calle al lado de su hijo con un orgullo sin límites, viendo que las otras mujeres la observaban con envidia, y celosa solamente de los momentos que Bob pasaba con su padre.

– ¿Me oyes, Bob? No te eternices al lado de tu padre. Dos horas nada más. No te olvides.

-Sí, sí – contestaba Bob. – Pero mejor sería que ustedes estuvieran juntos… De esa manera, estaría siempre con los dos.

Cuando el muchacho regresaba de la visita a su padre, Teresa no le hacía ninguna pregunta. ¿Qué le importaba la vida de aquel hombre, después de todo?.. Y se irritaba adivinando en el plácido rostro de su hijo el afecto que Bob sentía por su padre.

-Él quiere acapararlo  -se decía Teresa, sin sospechar la inmensa y desinteresada ternura con que aquel hombre trataba siempre a su hijo.

Fue necesario que llegaran aquellos días de horrible espera, aquellas noches de insomnio durante las cuales ella veía un avión incendiado dar vueltas en el cielo y descender en espiral, caer y aplastarse contra el suelo, para que se decidiera por fin a llamar a Lesley.

***

-¿Eliseo 24-98?…

Los latidos de su corazón ahogaban el lejano sonido del timbre en el otro extremo del hilo telefónico. Teresa creyó oír  que descolgaban allá el receptor y se puso rígida para escuchar la voz detestada:

– ¿Qué desea? -preguntó una voz femenina.

¡La voz de la “otra”! ¡Sí, indudablemente! ¿Teresa no había pensado que podía responderle la voz de su rival? ¡Oh! Lesley estaba bien custodiado, por supuesto…

Teresa imaginó a Lesley trabajando en su buró mientras que la “otra”, como lo hacía ella antes, tomaba las comunicaciones para detener a los fastidiosos. ¿Se vería obligada a hablar con aquella criatura para tener noticias de su hijo? ¡No! ¡Jamás! ¡Eso no!

La voz preguntó nuevamente:

– ¿De parte de quién?

Teresa colgó el receptor bruscamente, indignada, desesperada.

Luego comprendió que, habiendo cortado la comunicación, no sabría nada de Bob. Las ideas más disparatadas atravesaron su cerebro. Correr a casa de Lesley, acechando en la calle. Pero volvía a imaginarlo al lado de la otra, y su odio renacía implacablemente.

El insistente, el impaciente sonido del timbre del teléfono en el vestíbulo interrumpió su soledad una hora más tarde. ¿Quién podría llamarla? Algún equivocado… sí, seguramente era una equivocación…

-¿Eres tú, Teresa?… ¿Tienes noticias de Bob?…

¡Lesley, su marido!… La sorpresa la aturdió un momento. ¿Pero qué decía Lesley? Ella no comprendía bien. ¿Pedía noticias de Bob? ¿El tampoco había recibido carta de Bob?

Teresa balbuceó, casi ahogada:

– ¿Más de tres semanas?… Yo tampoco he sabido nada… ¿Le habrá pasado algo?… ¿Qué se puede hacer?…

Oyó vagamente como si le hablaran de otro mundo.

-Su carta se habrá extraviado… O tal vez Bob ha cambiado de sector. Ahora voy al Ministerio. Te volveré a llamar mañana por teléfono. Sí, al mediodía. No hay que desesperarse.

Ella tuvo la intención de gritar:

– ¡Espera! No te vayas todavía. Tranquilízame… se trata de mi hijo de nuestro hijo…

Pero colgó el receptor.

Volvió a verse envuelta en la soledad, en el vacío, en la sombra, en medio de otra noche de inquietud durante la cual el ronquido de los aviones de ronda en el cielo de París se mezclaba con su pesadilla. Sin embargo, experimentaba un pequeño alivio al saber que ella sola no temblaba por Bob, que Lesley haría diligencias y llamaría por teléfono mañana. Lesley tenía muchas relaciones, conocía a los ministros a los jefes del estado mayor. Mañana, ella tendría noticias de su hijo.

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