EN LA TIERRA DE LOS VALLES DORMIDOS

Written by Libre Online

10 de octubre de 2023

Por Felipe Pichardo Moya (1950)

El nombre de Pinar de Río es por sus orígenes, evocación de un bello lugar. Un sitio con un bosque de pinos y un río, -El Guamá- que lo circundaba, tomó de este conjunto aquel nombre con el que fue marcado en 1811 por el Cabildo de La Habana, dándosele a su vez, a un caserío allí establecido hacia mediados del siglo XVIII muy pronto vestido con vestiduras oficiales como el más importante de Vuelta Abajo y que finalmente extendía su mismo nombre a la provincia que en 1878 se creaba comprendiendo esta región, de la que era designada capital. Y la provincia leal aquel nombre significativo de un bello paisaje encierra en realidad los más bellos de Cuba.

Es la tierra de los valles dormidos. Porque, aunque en gran parte de ella la cordillera se extiende en sierras paralelas y en múltiples ramales, por kilómetros de largo y de ancho, es tierra de viejos plegamientos muy erosionados y sus montañas parecen no haber sido creadas, sino para que los valles duerman a su sombra. Valles en quietud llenos de luz, de sol y con sombras de nubes y de montes, ofreciendo a quien los contempla todas las tonalidades del verde. A veces cuajados de palmas y de pinos, y a veces con la extraña presencia de los mogotes con sus alturas acusando a un antiguo nivel de plenipanación, o con la mansedumbre humana del bohío o la egoísta reserva de la casa de tabaco. Son innumerables y algunos conocidos con más de un nombre y cada Valle tiene sus devotos, que lo estiman el más hermoso de todos.

En antiguos textos de Geografía de Cuba se habla de valles pinareños como el de Montiel, con treinta caballerías de tierra de extensión y el de Luis Lazo con ciento setenta, y de los de Hoyo, la Mar, Montezuelo, Quemado, Pineda, la Ceja, Ana Luna, Cabezas… Algunos de estos nombres han caído en desuso, pero lo cierto es que, entre la Sierra de los Órganos, con sus antiguas calizas azules que corre desde Guane hasta San Diego y las alturas de grises pizarras paralelas al sur de la misma se sucede una serie de valles que constituye casi un único valle gigantesco que a ratos ha padecido en su relieve y detalles por los útiles afanes del hombre. 

Y así, por ejemplo, discurre por aquel Valle intramundano, la antigua carretera de Pinar del Río a Guane, y que por todas partes en los Órganos y más al este y el norte en la Sierra del Rosario que la continúa hasta Guanajay. Y a través de sus brazos y ramales y de otros plegamientos independientes, el modelado de la región ha creado valles sin términos.

El viajero hoy puede admirar los de Cayajabo, Viñales, Isabel María, Guayabo, Luis Lazo, San Carlos, Sumidero, San Luis, Trancas y otros más. La erosión fluvial, la gran escultura del relieve terrestre ha sido pródiga en tales paisajes y carreteras y caminos vecinales y ásperos senderos discurren entre estos valles.

Y todos son distintos, pero predominando en todos una misma gracia de resignación, como si todos sintieran estar obligados a un mismo destino de ofrecer al hombre momentos de ensueño con la planta aborigen, el tabaco, que constituye la única riqueza de la región. Todos en quietud porque en tierras de vegas todo es paciencia y vigilia, sin que en ellas se observen las arrogancias y las violencias del cañaveral, cada una se gana sus fervientes devotos. 

El Valle de Isabel María, con la dislocada Sierra al fondo y sus variados verdes en maravillosos juegos de luz provocan la admiración desde cualquier rumbo de la rosa de los vientos. Y el de Viñales, que ha tenido su pintor y su cantor de nacional relieve, con sus mogotes y evocador paisaje como nos imaginamos que serán los últimos días de la Tierra, le discute el primer lugar en esa admiración. Sombrío también a pesar de sus palmares, el de San Carlos es menos conocido, pero no menos bello, y el de Luis Lazo, más que un Valle, un grupo de valles y el del Guayabo cuajado de palmares y el bellísimo de Sumidero y el de Trancas y el de San Luis, no son los únicos que Pinar del Río puede ofrecer a la atracción de un turismo universal y que duermen en olvido nacional. 

¡La tierra de los valles dormidos! ¿Pero qué hacen en ella los hombres?

Los hombres cultivan esta tierra cuajada de valles que tiene fama de ser la tierra del mejor tabaco del mundo. La provincia es la cuarta de Cuba por su extensión territorial y la quinta por su población total, con 13500 km2 y algo más de 400000 habitantes (en 1950). Y es también la quinta por su población relativa, o sea de habitantes por kilómetro cuadrado, alcanzando en algunas regiones como Mantua y Guane tan solo 8.0 y 8.5 y, sin embargo, es la tercera de la República por la densidad de su población rural, un 20.8 de habitantes por kilómetro cuadrado explicándose la aparente contradicción por la característica de la agricultura tabacalera del cultivo en pequeñas parcelas con el diario cuidado personal del sitiero. 

Pero es un hecho que la impresión del viajero frente a la campiña vueltabajera es de soledad, aún más que en otros lugares cubanos de menor densidad de población. En el Valle hay algo más de melancolía a pesar de que la gracia del paisaje debería ser alegre con el oro solar iluminando caprichosamente el verde de la vegetación y a nuestro paso, el bohío del guajiro nos luce más solitario y triste que en ninguna otra parte de Cuba, quizás esto sea porque allá en el horizonte las sierras imponen su aislamiento, quizás porque aquí en estos valles el hombre es solo fantasma en vigilia junto a la planta que recibe mayores cuidados que él, que vive mejor que él, que vale más que él, y se nota así un mayor contraste entre la riqueza de la tierra y su propietario y la pobreza del que la cultiva.

Nuestros desaparecidos aborígenes se adormecían en mágicos gritos con el polvo y el humo del tabaco. Ya nadie practica tales ritos, pero los valles pinareños parecen haberse adormecido con el humo del tabaco de universal renombre que crece en sus tierras. 

Y si la planta significó para nuestros indios rito y placer, y rito sigue siendo para el veguero de Vuelta Abajo en cuanto a su siembra y cuidado se refiere, apenas es placer para él y se le hace en definitiva y aún antes de fumarlo humo y cenizas y esperanza de futuros malos tiempos; porque mientras en esta tierra del mejor tabaco del mundo, las vegas se extienden por mil ochocientas noventa y tres caballerías, allá en Las Villas, la hoja de Remedios cubre dos mil quinientas noventa, doblando casi la producción Vuelta Bajera y nuestro tabaco torcido de aquí y de allá está en crisis universal y el rubio cigarrillo norteamericano invade nuestro mercado local.

Y quizás por estas cosas, horizontes cortados por ásperas montañas, bohíos de miseria en tierras junto a siembra de lujo, medios de vida en temores de quiebra, la campiña del mejor tabaco del mundo se nos presenta como solitaria y triste, aunque es una de las nuestras de mayor densidad de población rural.

Allá en las sierras, la sensación es de desierto y la realidad también.

Quienes saben leer en las rocas la historia de la Tierra y nos la cuentan con palabras cabalísticas que para ellos entrañan transcursos de miles de años de su vida y sucesos y aspectos de su formación, hablan de que en el periodo llamado Jurásico nuestra isla sufrió notables movimientos que modificaron su relieve en levantamiento de montañas. Movimientos de diastrofismo de tipo orogénico al decir de los técnicos. 

Esta orogénesis jurásica originó la Sierra de los Órganos en tres sierras paralelas de alturas que continuada por la del Rosario, forma una cordillera de cieno ochenta km de largo y más de diez de ancho. Andando los 

siglos fue muy trabajada por la erosión fluvial y muestras de este trabajo son los mogotes de laderas casi verticales que constituyen el más típico accidente del paisaje geográfico regional. Y algunas alturas como el cerro de Cabras en los Órganos y el Pan de Guajaibón en el Rosario, se perfilan orgullosamente en el horizonte, envanecidas de ser, respectivamente, las más em-pinadas cumbres de ambas Sierras.

En algunos lugares las rocas afloran desnudas de tierra y vegetación, y tal parece que es la mano del hombre la que allí ha dispuesto parejos bloques de piedra en una extraña construcción para asombro de la posteridad. Así en una mole de la Sierra de Luis Lazo surge a la vista como un inmenso dolmen debido a una dislocación parcial producida, sin duda, por la falla de un pilar del sistema del estratigráfico sedimentario, y en cambio, en otras partes la vegetación es vigorosa y exclusiva, como lo habían sido en las sabanas del sur de la cordillera las palmas barrigonas,  la Pritchardia Wrightil y en algunas suaves laderas y muy cerca del Cerro de Cabras, los pinos; no los graves pinos cantados por Rubén Darío, pero si el Pinus tropicalis y el Pinus caribea, tan a menudo víctima de los ciclones y de la desordenada explotación humana. 

No muy lejos de la Sierra en camino entre San Carlos y Luis Lasso, dos gigantescas ceibas habían llamado nuestra atención, presentándose como dos árboles gemelos tan cerca y tan unánimes. Un poco atrás al decir de nuestros informantes, que no supieron localizarnos el lugar exacto, habíamos dejado el que parece ser el último refugio natural de La Palma de Corcho, la Microcycas calocoma, una cicadácea indígena exclusiva de Pinar del Río famosa para los hombres de ciencia por ser una superviviente de las remota época carbonífera de nuestro planeta y compañera, así de las coníferas y los helechos gigante que a través de las catástrofes geológicas y de trámites de minera-lización originaron la hulla. 

Pero ya más adentrados y elevados en la Sierra buscábamos los también famosos helechos arborescentes y efectivamente el llamado generalmente el helecho árbol, una Papilodiácea silvestre, no se negó a nuestra curiosidad cuando íbamos en comprobación de una curiosidad etnográfica de la que hablaremos en otra crónica. Pero, debemos confesar que íbamos a caballo por un desfiladero de resbaladizas piedras y apenas un metro de ancho bordeando un abismo que nos hacía muy poca gracia ver a nuestros pies y temerosos de cualquier movimiento que hiciera conocer a la bestia nuestra impericia de jinete. El miedo no nos permitió descabalgar, ni dejar que nadie descabalgara, si es que alguno de veras lo intentaba para obtener las fotografías correspondientes.

Aquí en la Sierra, como allá en el extremo oeste de la provincia, la soledad es por largas caminatas, compañeras del viajero. En alguna ladera o alguna cumbre, un único bohío acusa a la presencia del hombre, por lo regular, el guardián de una real o supuesta riqueza de árboles maderables que allí representa los derechos del propietario ausente y a veces cruza un arriero de mulas llevando sacos de carbón al camino donde dejar su carga en mejores medios de transporte. 

Al pie de la Sierra de San Carlos, más de una mula se echa repentinamente al suelo cansada o caída, sin levantarse hasta que no era liberada del peso que la agobiaba que poco después se le imponía de nuevo, pero en general el paisaje es de soledad humana y de quietud impresionante, como si todas estas alturas sintieran una nostalgia de remotos orígenes y tiempos de mayor gallardía y el peso de un porvenir incierto. 

Y quien ha visto en Oriente las de la Sierra Maestra y las compara con éstas, comprende perfectamente, al decir de los geógrafos, cuando hablan de la juventud y la edad madura de un paisaje geográfico determinadas por el modelado que en el mismo han hecho los agentes naturales. La cordillera oriental tiene arrogancias juveniles aún vivos en ella, relieves indomado y la occidental ha perdido esta gracia porque en ella se hace visible que una vigorosa erosión ha modificado el primitivo orgullo juvenil, dando a las montañas una gravedad como de persona mayor en siesta pensativa. 

Se dice que el paisaje geográfico tiene una íntima relación con la historia del territorio que le sirve de marco, tanto por lo que acusa de la vida geofísica del mismo, como por lo que puede entrañar en cuanto se refiere a sus comunicaciones y relaciones humanas con otros territorios. Pero ¿no tendrá también una relación espiritual por la influencia que el paisaje puede ejercer en el ánimo de quienes permanentemente lo contemplan, han hecho sus pensamientos a sus horizontes? ¿No estará acumulada en el paisaje, la fuerza telúrica que influyen en el destino de los hombres? 

Los gestos y el sino de los que habitan esta tierra pinareña de valles dormidos y de sierras pensativas ¿pueden ser los mismos que otros cubanos que han nacido y vivido en los desnudos peniplanos de Camagüey, o en los valles quebrados y las altivas montañas de Oriente? 

Posiblemente la influencia de los distintos paisajes con esos hombres explica actitudes cubanas del pasado y del presente, pero el hecho histórico es que en todas partes se alimentó con igual solidez el sentimiento patrio y que a una hora determinada y a un mismo impulso la Sierra Maestra y las sábanas camagüeyanas y la Sierra de los Órganos se lanzaron unánimes como cogidas de la mano a las guerras de independencia. Y todas las tierras cubanas tienen así un mismo derecho a una vida próspera y feliz en la República que todas crearon con sus paisajes y sus hombres.

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