El Bicentenario del poeta Mendive

Written by Libre Online

13 de octubre de 2021

En este mes de octubre se conmemora el bicentenario del nacimiento del maestro Rafael María Mendive, considerado por la crítica como uno de los siete grandes poetas cubanos.

Nuestro periódico LIBRE no quiere que pase inadvertido ese relevante hecho y mucho menos en esta época sombría, donde no abundan ejemplos edificantes como los que nos ofrece la personalidad de Mendive, es por ello que hemos querido dedicar en su honor esta edición para honrar la memoria del poeta, que tanto prestigio y esplendor diera a las letras patria.

Todo cuanto hemos intentado escribir para loar los méritos del poeta, nos ha parecido frío y opaco ante la carta que escribió Martí a Enrique Trujillo, refiriendóse al Poeta y Patriota. Martí con los primores y galanura puso de relieve la personalidad moral de su consejero, escribiendo una de sus más bellas epístolas.

A continuación reproducimos el hermoso texto, lleno de alabanzas merecidas al hombre que inculcó en Martí valores morales y cívicos, y las infinitas ansias de libertad:

Sr. Enrique Trujillo

Mi generoso amigo:

Y ¿cómo quiere que en algunas líneas diga todo lo bueno y nuevo que pudiera yo decir de aquel enamorado de la belleza, que la quería en las letras como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino sobre verdades de su corazón o sobre penas de la patria? De su vida de hombre yo no he de hablar, porque sabe poco de Cuba quien no sabe cómo peleó él por ella desde su juventud, con sus sonetos clandestinos y sus sátiras impresas; cómo dio en España el ejemplo, más necesario hoy que nunca, de adquirir fama en Madrid sin sacrificar la fe patriótica; cómo empleó su riqueza, más de una vez, en hermosear a su alrededor la vida, de modo que cuanto le rodeaba fuese obra de arte, y hallaran a toda hora cubierto en su mesa los cubanos fieles y los españoles generosos; cómo juntó, con el cariño que emanaba de su persona, a cuantos, desagradecidos o sinceros para con él, amaban como él la patria, y como él escribían de ella. De la Revista de La Habana nada le diré aquí; ni de su traducción de las Melodías de Tomás Moore; ni de su cariño de hijo para José de la Luz, y de hermano para Ramón Zambrana; ni de la tierna amistad que le profesaron, aun cuando las contrariedades le tenían el carácter un tanto deslucido, los hombres, jóvenes o canosos, que llevaban a Cuba en el corazón, y la veían, fiera y elegante, en aquella alma fina de poeta. ¿No recuerdo yo aquellas noches de la calle del Prado, cuando el colegio que llamó San Pablo él porque la Luz había llamado al suyo el Salvador?: José de Armas y Céspedes, huyendo de la policía española, estaba escondido en el cuarto mismo de Rafael Mendive; en el patio, al pie de los plátanos, recitábamos los muchachos el soneto del «Señor Mendive» a Lersundi; en la sala, siempre vestido de dril blanco, oía él, como si conversasen en voz baja, la comedia que le fue a recitar Tomás Mendoza; o le mudaba a Francisco Sellen el verso de la elegía a Miguel Angel, donde el censor borró «De Bolívar y Washington la gloria», y él puso, sin que el censor cayese en cuenta, «De Harmodio y Aristógiton la gloria»; o dictaba, a propósito de uno u otro Sedano, unas sextillas sobre «los pancistas» que restallaban como latigazos; o defendía de los hispanófobos, y de los literatos de enaguas, la gloria cubana que le querían quitar a la Avellaneda; o con el ingeniero Roberto Escobar y el abogado Valdés Faulí y el hacendado Cristóbal Madán y el estudiante Eugenio Entenza, seguía de codos; la marcha de Céspedes en el mapa de Cuba; o me daba a empeñar su reloj, para prestarle  seis onzas a un poeta necesitado.  Y luego yo le llevé un reloj nuevo, que le compramos los discípulos,- que le queríamos; y se lo di, llorando.

O de un poco antes pudiera yo hablarle, cuando lo acababan de hacer director del colegio, y él estaba de novio en sus segundas nupcias, con una casa que era toda de ángeles. Los ángeles se sentaban de noche con nosotros, bordando y cuchicheando, a oír la clase de historia que nos daba, de gusto de enseñar, Rafael Mendive; o nos oían de detrás de las persianas, cuando las expulsaban por traviesas, lo que,—ante el tribunal de Valdés Fauli, y Domingo Arosarena, y Julio Ibarra, y el conde de Pozos Dulces, y Luis Victoriano Betancourt,—teníamos que decir sobre «el funesto Alcibiades» o «el magnánimo Artajerjes» o «los sublimes Gracos».  Era maravilloso,—y esto lo dice quien no usa en vano la palabra maravilla,—aquel poder de entendimiento con que, de una ojeada,  sorprendía Mendive lo real de un carácter; o cómo, sin saber de ciencias mucho, se sentaba a hablarnos de fuerzas en la clase física, cuando no venía el pobre Manuel Sellén, —y nos embelesaba.  De tarde, antes de que llegasen sus amigos, dictaba a un tierno amanuense las escenas de su drama inédito La Nube Negra, o capítulos de su novela de la sociedad habanera, donde están, como flagelados con rosas, pero de modo que se les ve pestañear y urdir, los héroes de la tocineta y del chisme y del falso dandismo.

¿Se lo pintaré preso, en un calabozo del castillo del Príncipe, servido por su Micaela fiel, y sus hijos, y sus discípulos; o en Santander, donde los españoles lo recibieron con palmas y banquetes?; ¿o en New York, a donde vino escapado de España, para correr la suerte de los cubanos, y celebrar en su verso alado y caluroso al héroe que caía en el campo de pelea y al español bueno que no había querido alzarse contra la tierra que le dio el pan, y a quien dio hijos?; ¿o en Nassau, vestido de blanco como en Cuba, malhumorado y silencioso, hasta que, a la voz de Víctor Hugo, se alzó, fusta en mano, contra Los Dormidos?; ¿o en Cuba, después de la tregua, cuando respondía a un discípulo ansioso: «¿Y crees tú que si, por diez años a lo menos, hubiese alguna esperanza, estaría yo aquí?» ¿A qué volver a decir lo que saben todos, ni pensar en que los diez años han pasado? Prefiero recordarlo, a solas, en los largos paseos del colgadizo, cuando, callada la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas fabricaba su verso; o cuando, hablando de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón, y le temblaba la barba.

Su

José Martí

El Porvenir, Nueva York, 1 de julio de 1891.

En 1865 Martí se convirtió en alumno de Mendive al entrar en la Superior

Rafael María de Mendive y Daumy; La Habana, 1821 – id., 1886) Poeta cubano. Rafael María de Mendive estudió en el Seminario de San Carlos y en la Universidad de La Habana, donde cursó la carrera de derecho y se hizo abogado. Estuvo en los Estados Unidos y en Europa, principalmente en España, de 1848 a 1852.

Estudios

Hizo estudios de Derecho y Filosofía, y obtuvo la licenciatura en 1867, viajó a Europa en 1844 y en 1848.

En 1848 apareció su primer libro de versos, Pasionarias, regresó a Cuba en 1852 donde trabajó durante diez años en la Sociedad de Crédito Territorial Cubano, hasta que en 1863 fue separado de su cargo por intrigas de los elementos integristas. Fundó algunas de las principales revistas cubaneiras de la época, entre ellas la Revista de La Habana (en) (1853-1857) y en 1856 ingresó en la Sociedad Económica de Amigos del País.

Como poeta perteneció a la segunda generación romántica de Cuba, que dio inicio a una reacción del buen gusto contra la decadencia imperante entre los miembros de la generación anterior. Las dos primeras ediciones de sus Poesías aparecieron en Madrid y en París en 1860 y en 1864 fue nombrado director de la Escuela Superior Municipal de varones, designación que combatieron los partidarios del integrismo, quienes desconfiaban de él por su condición de cubano y de poeta. Sus méritos como maestro, sin embargo, le valieron el reconocimiento de la Junta Superior de Instrucción Pública.

En 1865 José Martí se convirtió en alumno suyo, al ingresar en la Escuela Superior Municipal de Varones, calle del Prado número 88, de la cual era director Mendive, quien desde entonces fue su padre espiritual y contribuyó de manera decisiva a su formación ética y patriótica. Al quedar cesante el padre de Martí, Mendive se comprometió a pagar los estudios de su alumno hasta el grado de bachiller.

El 22 de enero de 1869, como consecuencia de las manifestaciones revolucionarias ocurridas en el Teatro Villanueva, Mendive fue encarcelado por ser su casa centro de reuniones patrióticas. Su Colegio San Pablo, fundado en 1867, fue clausurado, y el poeta resultó sentenciado a cuatro años de confinamiento en España, desde donde logró pasar rápidamente a Nueva York, ciudad donde residió desde 1869 hasta 1878. Allí colaboró en varias publicaciones de lengua española y continuó alentando la causa separatista, por la cual murió su hijo Luis.

Mendive regresó a Cuba al firmarse la Paz del Zanjón donde dirigió el periódico liberal Diario de Matanzas desde diciembre de 1878 hasta marzo de 1879. Continuó escribiendo para importantes publicaciones internacionales, y en 1883 apareció la tercera edición de sus Poesías.

Estuvo al frente del colegio San Luis Gonzaga, de Cárdenas y allí enfermó en 1886, por lo que fue trasladado a La Habana, donde murió el día 24 de noviembre. El 20 de diciembre del mismo año le fue tributado un homenaje póstumo en el Teatro Tacón, donde participaron algunas de las más destacadas figuras de la cultura cubana de la época.

José Martí su más devoto alumno publicó una semblanza de su maestro en El Porvenir, de Nueva York, el 1 de julio de 1891.

¿Se lo pintaré preso, en un calabozo del castillo del Príncipe, servido por su Micaela fiel, y sus hijos, y sus discípulos; o en Santander, donde los españoles lo recibieron con palmas y banquetes?; ¿o en New York, adonde vino escapado de España, para correr la suerte de los cubanos, y celebrar en su verso alado y caluroso al héroe que caía en el campo de pelea y al español bueno que no había querido alzarse contra la tierra que le dio el pan, y a quien dio hijos?; ¿o en Nassau, vestido de blanco como en Cuba, malhumorado y silencioso, hasta que, a la voz de Víctor Hugo, se alzó, fusta en mano, contra «Los dormidos»?; ¿o en Cuba, después de la tregua, cuando respondía a un discípulo ansioso: «¿Y crees tú que si, por diez años a lo menos, hubiese alguna esperanza, estaría yo aquí?» ¿A qué volver a decir lo que saben todos, ni pensar en que los diez años han pasado? Prefiero recordarlo, a solas, en los largos paseos del colgadizo, cuando, callada la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas fabricaba su verso; o cuando, hablando de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón, y le temblaba la barba.

José Martí, El Porvenir,

Nueva York, 1 de julio de 1891

Dentro de la etapa romántica, la poesía de Rafael María de Mendive representa una reacción contra los excesos del romanticismo. Por su lirismo y ternura, Marcelino Menéndez Pelayo lo juzgó «el más elegante y delicado de cuantos en estos últimos tiempos han hecho versos en Cuba». También Juan J. Remos lo definió como «uno de los bardos más delicados de nuestro parnaso».

La nota más importante de su poesía, en efecto, consiste en haberse salvado del gran peligro que amenazaba a la lírica hispanoamericana, especialmente a los coetáneos de su país: lo pomposo y declamatorio. Un sentido totalmente clásico de la proporción y el sentimiento domina la temática romántica de sus versos; la melancolía, los afectos domésticos y la naturaleza son las principales fuentes de inspiración de sus poemas, entre las cuales destacan «Yumurí», «La flor del agua», «A un arroyo», «La gota de rocío» y «La oración de la tarde».

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