EMILIANO ZAPATA

Written by Libre Online

30 de abril de 2024

Por Rafael Soto Paz (1947)



En la revolución mexicana, una de las figuras más dignas fue Emiliano Zapata, el gran líder agrario, que la traición asesinó. Su vida es un constante guerrear en favor de los desheredados. De origen humilde, hijo de campesinos, nació Emiliano Zapata por el año 1879, en Anenecuilco, Morales. Su infancia y juventud, en compañía de su hermano Eufemio, los pasa ayudando a su padre en las labores campestres.

En 1897 lo prende la policía al protestar de los abusos que se cometían con los campesinos, siendo libertado por el buen Eufemio, en una escena de película. Huyen los dos para el estado de Puebla, donde trabaja la tierra, hasta el año siguiente en que pueden regresar a su pueblo.

Años después se produce un hecho vulgar en México. El despojo por parte de los ricachos, de las tierras de los campesinos de Anenecuilco, Zapata se levanta para defenderlos y entonces es llevado de “leva”, año 1908, al cuartel de Cuernavaca. A los seis meses, puesto en libertad, pasa a la capital de la República, como caballericero de un potentado. Al ver que las bestias de un rico gozaban de mayores comodidades que los campesinos, se siente ofendido y humillado.

Regresa de nuevo a las tareas campestres. Y aquí muchos propietarios de tierras y autoridades de Morelos lo persiguen. Se ausenta otra vez. En Puebla permanece tranquilo hasta la agitación electoral, precursora de la Revolución de 1910, lo arrastra a defender la candidatura oposicionista. Al iniciarse el movimiento liberador, los rebeldes acuerdan reconocer a Zapata como general en jefe, en febrero de 1911.

Y durante toda la Revolución, Zapata permanece incorruptible y animoso. Sostiene con tenacidad y altura su programa reivindicador del campesinado. La entrada de sus tropas en la capital fue el asombro de todos. Sus soldados medio desnudos con un fusil al hombro pedían limosna de casa en casa para que no los acusaran de tropelías. Era Zapata el único problema serio que tenía la administración carrancista. Por eso se apela a una traición para aniquilarlo. Para lograr el infame propósito se comisiona al teniente Jesús M. Guajardo. Este militar manifiesta su adhesión a Zapata y le pide una entrevista. A la conferencia, según se pacta, cada jefe llevará sólo quince hombres.

Zapata se apareció con quince hombres y Guajardo a esta cifra agregó un cero: 150 acompañantes. El 10 de abril de 1919, sin mediar palabra alguna, quedaban muertos, en el lugar de la cita, con el líder suriano, los jefes zapatistas Muñoz y Ortega. El cadáver de Zapata fue llevado a Cuautla para exhibirlo y aseguran que al recibir don Venustiano Carranza el parte necrológico, obsequió a Guajardo con 50 mil pesos, además, dispuso el ascenso de éste y de todos los soldados que participaron en la traición.

Hace años murió Zapata y todavía los oprimidos de México recuerdan su postulado: “Se me persigue como a fiera, como a bandido; y, sin embargo, no tengo más que un defecto: querer que coman los que tienen hambre y que la tierra sea del que la trabaje”.

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