EL TENORIO ANALIZADO EN CRIOLLO

Written by Libre Online

7 de noviembre de 2023

Por Eladio Secades (1956)

En Cuba las estaciones del año no se revelan en el clima, sino en la vidriera de los comercios. Nos estamos asando de calor, pero de pronto abrimos el periódico y el anuncio de una tienda nos avisa que ha llegado el otoño. 

La emoción de que el invierno se aproxima puede llegarnos por cualquier parte. Llovizna, estornudo o campeonato de baseball. Las viejas presagian los grandes peligros de los cambios de tiempo. Todavía hay sol en las playas. Los árboles no han mudado las hojas. Las oficinistas pobres piensan con melancolía en la conveniencia de un traje-sastre. La mujer con traje-sastre por detrás parece un escocés. Y por delante otro escocés, pero que ha escondido la gaita en el pecho. 

Noviembre es el mes de los Tenorio: y de la gripe. Los que difícilmente se animan a salir de casa, una vez al año van a ver el Tenorio. Y lo comparan con los Tenorios de antes. Despectivamente, claro está. Cuando daban grandes programas con versos y cruces. Y las damas de sociedad iban a palcos, No a ver, sino a que las vieran.

El Tenorio es un dramón que de niño da miedo. Y de viejo recuerda la niñez. Es la obra predilecta de los que tienen el espíritu administrado por el calendario. Seres de tradición, que lloran en Semana Santa. Se emborrachan en Nochebuena. No duermen el Día de Reyes. Y de todos modos se divierten en los carnavales. Con el Tenorio les llega la hora de asustarse y marchan con la esposa al teatro. En cuya platea los calvos parecen más calvos. Y las joyas buenas brillan como si fueran falsas. El Tenorio es increíble, por lo mismo que es sevillano.

El tiempo se ha ido encargando de ridiculizar algunas instituciones venerables. Como los duelos a muerte, los discursos, la ópera y el Tenorio. Hoy los maridos burlados no se baten. Se divorcian. Y las mujeres burladas no piensan en el suicidio, sino en la pensión. La oratoria ha perdido aquel gesto de prepotencia, con el latiguillo y el grito de bravo. 

La ópera fue llorada por los caballeros que querían seguir usando frac y sombrero de copa. Prenda que sólo llevan con cierto gusto los ricos viejos y los ilusionistas del circo. El Tenorio como pieza teatral se ha hecho inocente casi de golpe. Su éxito se ha debido a que fue escrita para una raza que, apuesta al amor, como si las mujeres fuesen naipes, o caballos de carreras. Si don Juan y don Luis hubieran sido norteamericanos, como buenos “sportsmen” hubiesen terminado el asunto en la hostería del Laurel. Porque don Juan ganó por puntos, 72 por 56. Traía el récord bien escrito. 

Desde la princesa real a la hija de un pescador. Lo que más subyuga del Tenorio, no es el Tenorio. Son los hidalgos que visten como máscaras. Los personajes envueltos en la penumbra. Los mármoles que hablan en la escena del cementerio. Brígida fue la primera chaperona que llevó a una muchacha inocente a la finca de un hombre rico. El miedo de cuando fuimos a una sesión de espiritismo renace en el acto de la cena. La silla vacía del Comendador. Y su vaso de vino. Hasta los martillazos de los tramoyistas armando una puerta parecen mensajes del más allá. Por lo demás, la de don Juan es la historia tan frecuente de quien mata, roba y viola. Y al cabo muere rico, purificado y satisfecho. Porque a las cabañas bajé. Y a los palacios subí.

En nuestra vida de ahora don Juan no hubiera sido un conquistador. Sino un verraco romántico. Pagaba el derecho de llegar a la mujer como un dependiente de comercio el sábado por la noche. Poseía los dos grandes secretos para dominar a la mujer: la poesía y el dinero. Allí donde le fallaban los versos, le metía mano a la bolsa. Es decir, a la prosa. 

En su estadística falta la explicación de las que cayeron por un soneto, o por un par de zapatos. Casi todas las señoras que tienen el corazón duro tienen los pies blandos. Don Juan fue un amante fanfarrón que se anunciaba con un cartel a la puerta de su casa. Como cualquier especialista en vías urinarias. “Aquí está don Juan Tenorio para quien quiera algo de él”. Con doña Inés tuvo un fracaso. Porque después de la tremenda coba del sofá, con la ayuda del Guadalquivir y el estribillo de no es verdad paloma mía, en vez de volverse a desmayar, la novia se sujetó el alma con las dos manos temblorosas y exigió:

—A mi padre hemos de ver.

Y para hablar con el viejo, igual que un empleado que viene con buenas intenciones, no hadan falta el soborno a Brígida, la carta escrita como para leerla con música de bandurria, ni el cuento del incendio del convento. Don Juan ante doña Inés, más que de villano, tuvo de novio decente que ya está dispuesto a comprar el juego de cuarto. Podría escribirse un nuevo Tenorio. Avisando el Ciutti que llega el Comendador. Con los testigos y el notario, en vez de con gente armada.

El Tenorio como atracción de taquilla ha muerto sin morir ninguno de sus personajes. Todos perduran, aunque con otros trajes. Doña Inés es la señorita sensiblera que cree que le va a dar algo. Hoy la veríamos buscando autógrafos en las estaciones de radio. Don Luis es el símbolo del hombre equivocado. Para ganar la célebre apuesta, se fue a Alemania que es un país de ir a buscar químicos y no mujeres para una lista. El tenorio es ese amigo paluchero que nos habla de que ha tenido muchas mujeres y en la vida real no tiene ninguna. El único llavín que se le ve en toda la obra se lo compró a plazos a Lucía. 

Cien doblas de entrada y el resto al volver a las diez a casa de doña Ana de Pantoja. El Comendador es la figura eterna del padre que piensa que tener una hija hermosa lo autoriza a ser valiente y altanero.  Yo creo que más que le llevaran a la hija, le dolía que don Juan lo tratara de tú. De rodillas y a tus pies. Don Diego es el padre rico del niño que no hace caso. El Capitán Centellas es un pobre diablo que legó a la historia un sombrero que después fue muy usado por las señoras para fastidiar al espectador de atrás en el cinematógrafo.

Algún escritor dijo que el nombre de don Juan Tenorio ha sido partido en dos pedazos por las generaciones siguientes. Cada mitad para el entendimiento 

popular tiene un significado distinto. Un don Juan significa un poder de seducción invencible. Un tenorio es un picaflor hueco y transitorio. Liba sin perdurar. Se deja amar sin quedarse. No da tiempo al hogar, ni al hijo, ni a la cocina de gas, ni a las bodas de plata. Es más que un figurín de esquina y es menos que un caballo semental. Tarzán fue creado para convivir con los monos, pero les interesa a las niñas de los clubs. — Don Juan, sin embargo, no tiene que moverse. Las mujeres giran en torno de él. Teniéndolas a todas, sin tener a ninguna. No es lo mismo seducir a las mujeres que seducir a ciertas mujeres. Las señoritas que al agacharse se tapan el escote y al sentarse se traban el vestido bajo un muslo, son presas de don Juan. Las que se impresionan por seis pies de estatura, o por una onda del peinado, son renglones para el récord del Tenorio. Porque hubo y hay mujeres así, es inmortal don José Zorrilla.   Y fueron tantas máscaras en 1545 a la hostería del Laurel. 

Don Juan Tenorio es una obra fantástica e irreal, que sólo tiene de humana que empieza en un carnaval y acaba en un cementerio. Donde las estatuas hablan como viejas de visita. Y don Juan ve pasar su propio entierro. Con la caja de terciopelo negro, los caballos   con grandes penachos y los cantos funerales. Que de niño nos daban tanto miedo, que aquella noche teníamos que dormir sobre un pedazo de hule.

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