Les hablé de los cambios que vamos experimentando en la niñez: culero, pantalón corto, bombaches, pantalones largos.
Pero, recuerdo que al comer también fuimos subiendo de categoría: El seno materno, la compota, la cucharita en las manos de mi madre; y cómo le hacía muecas a la comida entonces mi madre acudió al método generalizado entre todas las madres cubanas: el avioncito.
Inicialmente me gustaba el avioncito porque mi madre montaba a bordo a niñitos, amiguitos y parientes: “Aquí viene tu primo Jaime Quintero, tu vecinito Emilio Garcés, tu primita María Mercedes”.
Desde luego, fui creciendo, ya me ponía pantalón de hombre, deje atrás el velocipido y montaba bicicleta, pero como era muy desganado entonces mi pobre madre insistía en llevarme a la boca el diminuto aeroplano.
Hasta una tarde en que estábamos cenando y mami comenzó a decirme: “Mira, Estebita, aquí viene mi hermano Carlos Gómez en una avioneta”.
Pero, como Carlos era gordísimo le dije: “No fastidies mima, si montas ahí al tío Carlos, el avión se cae al océano”.
Mi padre soltó una carcajada y dijo: “Contra, Ana María, te lo dije, el muchacho ya está muy grande para esa bobería del avioncito”… Mami se sonrió y dijo: “Tienes razón, Esteban, ya es hora”.
Mi vieja (así le decía cariñosamente y solo tenía 45 años) se fue a la cocina y trajo en sus manos un glorioso tenedor, delante de mí tenía un plato de arroz con frijoles, traté de utilizar ese difícil utensilio, me pinché la lengua y le dije a mamá: “No, Anita, tráeme una cuchara sopera”.
Ahí mi padre se puso serio y me regañó: “No, chico, comer con cuchara es cosa de guajiros de monte adentro, hoy mismo aprendes a comer con tenedor, y quita los codos de la mesa”.
Y aprendí, tanto es así que iba a comer al “Chino Chao” en Los Ángeles al frente del Liborio de Enrique Alejo, después iba al Peking en Miami al frente del Liborio de Emilio Sánchez y ahora voy al “Jardines de Confucio” siempre boto los “palitos”, porque sigo aferrado al tenedor e invariablemente pienso: “¡Gracias Esteban y Ana María!” Ah, y no pongo los codos en la mesa.
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