El sentido de la cubanidad en Martí

Written by Germán Acero

19 de enero de 2022

“No es que los hombres hacen los pueblos- escribió a propósito de Bolívar_, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre”.

En esta sentencia martina hay a la vez una profunda humildad y una generosa ambición. Pretende ser la negación del heroísmo histórico; pero reclama para ciertos hombres, un privilegio superior de representación.

Esto se extenderá mejor a la luz de un viejo debate. Carlyle, como sabemos, había sustentado la  tesis de que la historia la hacen los héroes. Emerson, en quien Martí se sintió tanto a sí mismo, había rectificado ese individualismo romántico de su gran amigo inglés: la historia no la hacen los héroes, sino los pueblos. Pero la hacen por medio de sus “hombres representativos”.

En la obra de este título, había escrito el sabio de Concord: “No habremos llegado nunca a comprender el beneficio cierto y mejor de un genio, mientras lo creamos una fuerza original”. “Los genios de cada hora son grandes relativamente; porque representan un crecimiento más rápido, o porque, a la hora del éxito, ha madurado en ellos una calidad que se halla en demanda. Otros días pedirán otras calidades”. Y resumía: “Cesaremos, al fin, de buscar en los hombres plenitud y nos contentaremos con su calidad delegada y social”. Por boca de Carlyle había hablado la Inglaterra de los capitanes de industria e imperio; por la de Emerson se había expresado el sentimiento puritánico de comunidad, elevado ya a categoría democrática.

Estas ideas emersonianas sobre “el hombre representativo” (vagamente cruzadas, si duda, con la ideología de la Revolución Francesa, que Carlyle había denostado) acaso eran aun más difíciles de probar históricamente que las del ensayista inglés. Porque lo concreto es siempre el grande hombre, frente a cuya voluntad la de los pueblos se manifiesta, si acaso, de un modo muy impalpable. Y s mucha la evidencia, por otra parte, de que no siempre en sus graves momentos han encontrado los pueblos el hombre que necesitan. Se trataba, más que nada, de una nueva “mística” que amanecía – la mística social.

Martí suscribe la tesis emersioniana, pero refiriéndose solo a la “hora del génesis”. Pensaba en aquel instante particularísimo en que,  por una larga acumulación de apariencias y sufrimientos, un pueblo se halla listo para preferir la aventura de la mutación histórica al agobio de una conformidad estéril. Es entonces cuando su voluntad cuaja en la del héroe, agente de la precipitación inevitable.

¿No era ese el caso de Cuba? Durante la segunda mitad del siglo la desproporción entre la vitalidad social de la isla y la eficacia del poder español que la restringía, había engendrado una tónica de creciente impaciencia. El espíritu de articulación razonable y pacífica se había agotado con el fracaso del reformismo. La guerra de los Diez Años, en cambio, le había dado ya al ideal separatista una condensación heroica y con la liberación de los esclavos un sentido de promesa social. El Zanjón fue una tregua elaborada sobre la certidumbre del “tarde o temprano”. En aquella contienda, vivos estaban y ávidos de nueva gloria, jefes tan enérgicos y de tanto predicamento como Máximo Gómez Macero, Calixto García. El ambiente experto, por otra parte se hacía cada vez más propicio. Consolidada ya tras la Guerra de Secesión, la unidad norteamericana; liquidado en México el último amago imperial europeo; quebrantada la solidaridad reaccionaria de la misma Europa por sus propios conflictos de poder y  abandonada España a su propia suerte, todos los signos se presentaban favorables a la consumación del desasimiento definitivo de América. Se iniciaba entonces la curva cuyo ápice estamos contemplando ahora. De modo que, efectivamente “tarde o temprano” el desprendimiento de Cuba se hubiera producido.

Lo que faltaba en Cuba para la integración de una genuina voluntad nacional era que la masa inferior de nuestra sociedad  se integrara espiritualmente, adquiriera plena conciencia de su derecho y de su destino, se incorporara así activamente a la empresa histórica.

Pero en el momento histórico a que fue llamado tuvo que poner el acento sobre la vocal elidida que era el pueblo. Se dio a completar la aptitud nacional formándoles conciencia colectiva a quienes aún no la tenían. Es cierto que no invocaba tanto al pueblo como a la Patria. Su periódico infantil se había titulado “La Patria Libre”, “Patria” se llamaría el órgano de su prédica madura en Nueva York. La noble palabra fulgura, como una estrella en casi todos sus discursos. Pero no se olvide que Martí era un apóstol-poeta. La palabra se le vuelve siempre tropo, símbolo, síntesis. Un hondo sentido de la continuidad histórica asiste a su pensamiento y a su obra. Los largos años de expectación en que fue preparando para la obra revolucionaria, por vías indirectas, la sensibilidad de los cubanos expatriados, tuvieron, uno tras otro, su ápice expresivo enlas evocaciones con que honraba el aniversario del Diez de Octubre, la fecha “patria”. Se sentía el continuador de aquella empresa; pero también, en lo hondo, su reformador, el perfeccionador de su designio histórico.

Haber entendido ese menester esa coyuntura precisa, haberlo servido tan noblemente con la palabra y con el ejemplo es lo que hizo de Martí “hombre representativo” y héroe a la vez. El pensamiento de Emerson y el de Carlyle, tan contradictorios, se funden en aquella síntesis viva.

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