El Rey que no quiso ser Rey

Written by Libre Online

7 de marzo de 2023

Por Sara Hernández-Catá (1952)

¡Ha muerto el Rey! El cable difundió la noticia a los cuatros puntos cardinales y ante la infausta nueva no solo el imperio británico, sino el resto del mundo experimentó su pesar ante el deceso del monarca de la triste sonrisa y la mirada bondadosa. Del Rey cuya ejemplar conducta pudo admirarse durante los 15 sombríos años que le cupo reinar sobre su pueblo.

Jorge VI no quiso ser Rey. Jamás lo hubiera sido tampoco a no ser a virtud de la abdicación de su hermano Eduardo, y esa especie de Esaú moderno que cambió su primogenitura.  No por el bíblico plato de lentejas, sino por razones más hondas de Estado e ideas, o quién sabe a impulso de ese amor en el que una cándida mayoría ha querido creer para solaz del corazón siempre pronto a aceptar la leyenda como la parte más hermosa de la verdad.

Y así Jorge VI, con paso vacilante y un rictus de tristeza prendido a la dulce expresión del rostro, subió al trono británico dispuesto a gobernar en la hora más crítica de la historia de su pueblo, cuando en cuyos dominios caía una noche anticipada, sin más brillo que aquel artificial de la metralla que cegaba las vidas, demolía ciudades y amenazaba sepultar un reino en el que antaño jamás el sol se puso.

El Rey reina, pero no gobierna

Ser monarca en la “era”, no es precisamente un privilegio que ambicione un hombre y, mucho más cuando las monarquías van paulatinamente desapareciendo de la faz de la tierra.  Por otra parte hay que convenir que el reinado de este rey que no quiso serlo, fue harto melancólico. En él se obtuvo, por cierto, la victoria sobre Alemania, pero de la Segunda Guerra Mundial salió una Gran Bretaña arruinada y débil. Es menester añadir que después de la guerra perdió Jorge VI el imperio de la India y las colonias de Birmania y Ceilán, a más de su influencia y prestigio en el Egipto y en la Persia.

En manera alguna puede culparse a dicho monarca de semejantes pérdidas, puesto que en Inglaterra el Rey reina pero no gobierna. Tampoco sería justo culpar a los gobiernos que se turnaron en el poder bajo la presidencia de Winston Churchill y Clement Attlee. Fue el destino, más bien, el responsable. Porque Inglaterra, madre de pueblos, estaba condenada como España a dar sangre y sustancia por la independencia y prosperidad de sus hijos.

Los Reyes que no 

supieron serlo

Para Jorge VI la tarea de reinar fue tarea melancólica y trágica. Pero cuando nos llegó la triste nueva de su muerte un hálito de conmiseración invadió a todos los corazones. Había muerto quizás el único monarca que no lastimaba los ideales de los más extremistas y el hombre que, sin ambicionarlo le cupo la triste honra de reinar en una patria amenazada y herida casi mortalmente.

En sus años de vida le cupo contemplar a este monarca mil adversidades de sus hermanos en realeza.  Fueron quizás ejemplos reconfortadores para un espíritu como el suyo en el que la ambición nunca tomara asiento. El reinaba por fuerza, y trataba de hacerlo con la mayor dignidad que es posible, mientras Carol de Rumania sacrificaba a sus caprichos de hombre sus deberes de Rey y esperando hoy en Portugal, ¡Pobre de él, sin esperanza!, una nueva tragedia que le devuelva un trono que nunca ocupó con la grandeza que le era menester.

Mientras tanto,  Leopoldo de Bélgica, acusado injustamente de no haber sido leal a sus aliados y hasta de haber colaborado con la Alemania de Hitler,  tuvo que abdicar en su hijo, el príncipe Balduino, quizás por faltarle el coraje suficiente para defender la corona que tanto le dolió dejar que ciñera su frente.

No olvidemos tampoco a Alfonso XIII, el que en su precipitada fuga de la España en que le cupo reinar falsamente temeroso de las iras populares olvidó allá entre las piedras del Palacio de Oriente, a su esposa y cinco hijos, los que tras su abdicación,  fueron celosamente custodiados por una improvisada guardia republicana, compuesta de adolescentes en su mayoría, pero ungidos ya de esa hidalguía que es característica prenda del pueblo español. 

Y por último,  el más infeliz de todos ellos,  Pedro de Yugoslavia, sorprendido por el desastre en plena adolescencia y sin esperanza alguna de restauración, ya que el gobierno yugoslavo del Mariscal Tito forma parte de las nuevas corrientes democráticas que paso a paso se reafirman con mayor solidez y perdurabilidad.

Cinco son los Monarcas del Futuro

Por estas y muchas razones sustanciales, no erraba el rey Farouk al dar cierta festiva respuesta y en ocasión de ser interrogado por uno de sus consejeros. Este último le interpeló en el sentido de si no temía de despertar la ira y la desaprobación de su súbdito y aún del  mundo entero, al desplegar tal inusitado derroche con motivo de su matrimonio reciente con una hermosa y joven plebeya. A lo que el monarca, con solapada sonrisa hubo de contestar:

“En manera alguna, ¿Por qué razón, amigo mío? Esta no es era de continencias, se lo aseguro. Dentro de muy poco, ya lo verá usted,  no quedarán sobre el planeta más que cinco monarcas. Ellos son, el rey de Inglaterra y los cuatro reyes de la baraja».

El noble espectáculo de un hogar ejemplar

Más a pesar de todas estas consideraciones,  hay que rendirle a Jorge VI un homenaje póstumo de admiración y respeto. Y este homenaje al que me refiero no guarda relación alguna con la realeza a la que perteneció y por la que será grabado su nombre en los mármoles de la inmortalidad. Jorge VI, supo,  en su calidad de hombre,  exponer ante la mirada universal el ejemplo reconfortador y entrañable de la intimidad de su hogar. En esta hora del mundo, en esta “Hora veintincinco” como la bautizó gráficamente el gran novelista rumano Constantin Virgil Gheorghiu  cuando al conjuro de la destrucción y la muerte las criaturas han perdido la brújula del alma, desquebrajándose toda ética al conjuro de la desesperanza, en este universo contemporáneo, y falto de fe y amor el ejemplo de que hago mención al comienzo de este párrafo, es un canto de luz y rayo de esperanza.

El Rey que no quiso ser Rey, tuvo una esposa amante y dos hijas a las que prodigó amor y continua tutela. Hoy las tres lo lloran en el silencio que la regia disciplina les demanda.  Pero aún, pese a las deformaciones con que los periodistas quieren simbolizar el deceso de un Rey sobre la tierra, sentimos el llanto de una esposa y dos hijas sobre el cuerpo vencido de un hombre que las amó tiernamente y ejemplarmente. De un hombre que subió al trono de Inglaterra con gesto melancólico y pisada vacilante, y aunque con el beneplácito de sus súbditos a los que jamás defraudó, sin más íntimo apoyo que estos tres amores que colmaron su vida de infinita dulzura.

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