EL RASTACUEROS

Written by Libre Online

30 de enero de 2024

Por Eladio Secades (1952)

Siempre de alguna forma se ha padecido la ostentación humillante del nuevo rico. Rico nuevo es el rastacueros que hace alarde de tener el mejor yate, el mejor caballo, el mejor cocinero y la amante más bella. Se compra yate la mitad de las veces para pagar al más alto precio el derecho a que la familia hable del yate. El yate, fundamentalmente, le sirve al caballero de la casa para ponerle el nombre de la querida y para que en el primer viaje se maree su distinguida esposa y ella resuelva no usarlo más. Con lo que queda para lo que primitivamente fue adquirido, para viajes de pesquería. 

La pesca, después del viaje de negocios y el velorio es la razón más poderosa para dormir fuera de casa. De ahí que este deporte cuente entre sus aficionados a tantos hombres solventes que asocian el amor y el whisky a la luna del pargo. E invitan a costear a esas amigas deliciosas que pueden ciertamente ser mujeres de la vida, pero que saben bailar la rumba, el mambo y la conga y que se emborrachan como cualquier persona decente.

Todos estos países americanos, jóvenes a pesar de las canas que crecen a la carrera por los errores y por los sufrimientos, son productores eminentes del nuevo rico en Cuba, donde las fortunas se improvisan por arte de escamoteo y los patriotas interpretan a Martí en cascos de apartamentos.

Los ricos nuevos son aquellos que dan la limosna ante la cámara de fotografía y realizan la misericordia para enviar gacetillas a la crónica social. Filántropos de noticiarios nacionales que esperan que alguien los esté mirando para echar la moneda en el cepillo de la Iglesia. Gentes que saben convertir la piedad en inversión calculada y que dan un peso de limosna cuando creen que van ganando en popularidad. Únicamente bajo esa comprensión egoísta puede explicarse que haya en nuestro suelo hombres que cada vez que aparecen retratados en los diarios, están entregando un cheque a alguien, prueba de que, de ricos y de grandes no tienen más que la riqueza material. Que es lo primero que se necesita para tener simpatías. Ricos nuevos que, sin saberlo, son ricos pobres porque creen que no hay fortuna plenamente disfrutada si de ese disfrute no se enteren los demás. 

Llega un momento en que sienten la necesidad fisiológica de llevarnos a su casa para que veamos con nuestros propios ojos que ellos viven como jamás soñaron vivir. Yo tuve que visitar una vez el palacio de un rico nuevo que ganó millones en la industria de la revolución. El decorado interior se los había confiado a uno de esos modistos modernos y exquisitos que visten paredes con igual esmero que si vistieran señoras. Me enseñó las obras de arte que tenía en la sala. Su alcoba privada era un prodigio de encajes casi venecianos y de alfombras casi persas. Con una gran cama que parecía tendida por un repostero. Me llevó después al baño de colores escandalosamente combinados. 

Desde que fueron inventados los baños de colores, la gente que tiene casa propia exhibe el inodoro con la mayor naturalidad del mundo. Pero la satisfacción del rastacueros llegó al límite del orgullo cuando pasamos a la cocina y se proclamó propietario del congelador más grande que se fabrica en Estados Unidos. Para el uso de su esposa y de sus criados dentro del congelador había metido una vaca entera. Porque él sí es verdad que no andaba creyendo en huelguitas ni en escasez de carne.

El nuevo rico, siempre echa su dinero por delante en arrogancia de escenografía. Pero en la intimidad declara su condición confesando que prefiere la sidra al champán, la palomilla al filete y New York a París. New York es el sitio donde el cubano comprende que ignora el inglés que creía saber y donde el huevo y el jamón están unidos en los restaurantes como Suecia y Noruega en el recuerdo de todos los que han estudiado geografía. En Estados Unidos conocí hace años un rastacueros que había decidido viajar después de haberse hinchado de coleccionar billetes de Banco en el honesto negocio del contrabando. 

Todo lo suyo era original, todo lo de su esposa era único, estaba terriblemente enfermo y hasta en su padecimiento se creía superior al resto de los mortales, asegurando que era el caso singular de un paciente que tenía al mismo tiempo la ictericia y la urticaria, parecía una bandera española. Su mujer delgada, feúcha y bondadosa, las tres cosas que se exigen para llenar la solicitud de ingreso en el Salvation Army, no podía aprender ni a tres tirones las peculiaridades de la vida americana y estaba empeñada en darle a su lenguaje la elegancia de ciertas frases inglesas que usaba de la manera menos feliz. Un día le dijo a una de sus amigas.

–Nosotros tenemos un gran auto, pero cuando estamos en Nueva York yo prefiero viajar en “shopsuey”.

Saltando sobre su asiento, el esposo le rectificó cariñosamente:

–Sub-way, se dice Sub-way, Rosita.

Ella se echaba a reír y se defendía alegando que siempre se formaba un lío con las palabras extranjeras. La llana e ingenua compañera de este nuevo rico que al limpiarse los dientes con el palillo hacía con esa mano una media pantalla para cubrirse la boca, que es lo mejor que se conoce para que todo el mundo se entere de que nos estamos limpiando los dientes, le tomó gusto a las noches en los cabarets metropolitanos. El ambiente la despojaba de su natural y profunda tristeza. Ella misma me hizo la confesión:

–Después del primer “hand-ball” la verdad que soy otra mujer. 

Y el caballero adinerado volvió a rectificar no con menos cariño. 

–High-ball… Se dice high-ball, Rosita.

Y al subrayar high-ball, unía delicadamente el índice y el pulgar como si estuviese atrapando una mariposa. 

El nuevo rico necesita una cuerda de admiradores que, naturalmente la forman los amigos pobres que cultivan a perpetuidad la mermelada del elogio. Hay personas extremadamente dulces que parecen vendidas al mundo para servirnos de postre. Son aquellas que saben cuánto nos halaga que nos digan que a nuestro perro solo le falta más que hablar. 

Con el potentado criollo de mi historia, viajaban dos invitados: un joven de esos que nunca han podido encontrar empleo y una señorita moderna de las que van en el auto a la playa, al cine, al cabaret y a los túneles de los parques de diversiones, seguras de que se hacen respetar en todas partes. Esa teoría está llenando al mundo de novios que para ser maridos, no necesitan más que el llavero. 

La señora del rico nuevo siempre le gastaba bromas anunciándole que un día, menos pensado, caería en las redes de la tentación y asistiría sin sentirlo, al dilema de sus propias defensas. Y le aseguró entre risueña e irónica:

–Ya te llegará tu “wader-closet”.

El caballero volvió a atajarla, esta vez un poco abochornado:

–Waterloo… Se dice Waterloo.

Se puede ser rico nuevo toda la vida. Porque esa cualidad no está en el tiempo, sino en el uso que se hace del dinero que se posee.

Nuestros nuevos ricos hacen largos viajes y como único recuerdo y como única experiencia, traen del equipaje acribillado de etiquetas de compañías de aviación y de grandes y pequeños hoteles. Son como condecoraciones de litografías pegadas en el pecho regio pero insensible de las maletas. 

Después de un grueso desembolso y de una ausencia considerable, regresa contándonos que los hombres más grandes y más groseros del mundo son los policías de New York. Y que la mujer más delicada y sensible, es la francesa. Mujer delicada y sensible es aquella que cuando siente antipatía por un hombre no puede soportar ni su proximidad, ni su tacto, ni su aliento. Pero que cuando un hombre le gusta, le parece un pasatiempo romántico hasta sacarle las espinillas de la espalda.

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