EL PÍCARO, LOS VINOS Y EL JUSTICIERO ERRANTE

21 de noviembre de 2023

El lanzamiento de una exposición-venta de grabados de Picasso me permitió dialogar hace pocos días con el propietario de la Galería Jean-François Cazeau que la presentaba a la prensa (1). Es en un discreto local de la calle Sainte Anastase del Marais, un barrio ahora exclusivo que otrora, colmado entonces de casuchas y talleres de artesanos, llegó a ser la mayor judería existente en Europa. Había, y hay porque durará hasta el 23 de diciembre, casi un centenar de piezas desplegadas en las paredes, creadas casi todas durante la Ocupación cuando el malagueño subsistió tranquilito y ganando buen dinero en su taller de calle Grands Agustins, en la Rive Gauche.  Dígase lo que se diga el genial pintor y escultor sobrevoló el período dándole la espalda al drama inconmensurable que sufrían Francia y Europa a causa de los nazis. Nuestra conversación tornó alrededor del gran flujo de capitales que gravita sobre el mercado del arte en el mundo entero, una tendencia que cualquiera que sean las circunstancias se puede palpar año tras año. Por lo tanto ¿era arte o mercancía lo que yo tenía allí ante mis ojos?  Para mi está claro que más allá de la pasión por la estética y la originalidad propia a la creación artística, los movimientos de capitales y la evasión fiscal concurren en el sector como factores tan tácitos como omnipresentes.

Se producen situaciones que no dejan de sorprender. En el mismo local fue vendido en plena pandemia de covid-19, por la módica suma de poco menos de tres millones de euros, un cuadro de Wifredo Lam que después, a principios de este verano 2023, cambió de manos en una subasta por nueve. No pregunté mucho acerca de tal tejemaneje, de hecho, totalmente legal pero generador de una plusvalía cuya suma corta el aliento. Como en boca cerrada no entran moscas, ni me dijeron ni pregunté por el santo y seña de compradores y revendedores. Sin embargo, una sonrisa cómplice seguida de una frase sibilina me permitió intuir que en el trasiego hubo sudamericanos de por medio.

Claro que dineros en busca de refugio discreto o de filón susceptible de acrecentar su monto los hay en todas partes. De aquí a finales del mes que viene cuando esta presentación termine, es seguro que muchas de las obras que vi en este despliegue sublime serán vendidas; oso presumir que prácticamente todas en la óptica de ser puestas en el mercado dentro de cierto tiempo. Nada reprensible siendo como son obras auténticas, codiciadas por inversionistas y aficionados. No siempre es el caso sin embargo y pongo como ejemplo, pero en otro campo, un escándalo que después de haber sido el tema de un documental, es descrito en detalle por Laurent Ponsot en su libro “FBI, Fausses Bouteilles Investigation” que acaba de salir en Francia (2).

El protagonista del que ya se considera como el mayor fraude de la historia en el mercado de ventas de licores es Rudy Kurniawan, un malayo de origen chino -su verdadero nombre es Zhen Wang- que para más complicación se convirtió después en residente indonesio. Luego de nebulosos estudios secundarios consiguió colarse no se sabe bien como en Estados Unidos gracias a una visa de estudiante obtenida a fines de la década 1990. Llegado a California, siempre navegando en los meandros de la ilegalidad porque no se matriculó en alguna universidad, concibió genialmente el negocio que lo haría ganar muchos millones de dólares en el curso de poco menos de 15 años. Sus víctimas eran de la misma estirpe de los que mencionábamos más arriba: especuladores, personas que buscan multiplicar su capital, mezclados en mucha menor medida con coleccionistas sinceros deseosos de pasarse por el gaznate un trago de un buen vino para sí mismo o para impresionar a la galería. Un esquema que no se diferencia de quienes compran óleos, esculturas y grabados.

Todo hubiera podido continuar indefinidamente si un abogado francés establecido en New York no hubiera recibido una invitación para asistir a una subasta de vinos caros organizada por la casa Acker Merrall & Condit. En el catálogo de la venta, entre otras muchas denominaciones de burdeos y borgoñas vio listada una caja de 12 botellas de una denominación que era propiedad de uno de sus amigos de infancia. El azar convertido en colmo de la fatalidad para el hábil delincuente. El precio de salida en aquél remate era “módico”: 6 mil dólares la botella. Intrigado el letrado llamó por teléfono al productor y la superchería saltó. El hombre nada sabía, pero sobre todo el año de cuvée marcado en las etiquetas no era posible, ya que era anterior a la primera cosecha del vino aludido.

Lo que siguió, una investigación detectivesca conducida por el posteriormente autor del libro citado, que no es otro que el vinatero francés Laurent Ponsot, propietario del Clos Saint-Denis en Morey-Saint-Denis, región Côte d’Or, va más allá de una novela policiaca. El hombre dedicó meses a seguir al traficante que operaba con la falsa identidad antes citada. Viajó a Indonesia y a Malasia, armó como “caso” la fechoría y consiguió trasmitir su acusación a las autoridades americanas que terminaron mandando a Rudy a los tribunales. Antes habían allanado su domicilio en Manhattan ocupando como evidencia botellas, cajas, etiquetas, cera, todo falso. En conjunto era la panoplia que durante más de 15 años había sido utilizada para embaucar a una clientela y a un corrillo de revendedores y enólogos en el cual era considerado cual experto en materia de vinos, en especial de vinos franceses.

El individuo fue condenado en abril de 2014 a diez años de cárcel y debió indemnizar a los demandantes a la altura de casi 30 millones de dólares, lo cual da una idea de la magnitud de las operaciones que completó. Pero muchos de sus compradores no se manifestaron por oscuras razones que tal vez comprendan quienes conocen el mundo de los famosos y los multimillonarios, que prefieren cueste lo que cueste permanecer detrás de la fachada. Por su buena conducta en una cárcel de Brooklyn el delincuente fue puesto en libertad y deportado a Indonesia hace 2 años.

Pese a todo este energúmeno salió bastante bien de su aventura delincuencial. Las últimas informaciones colectadas por Ponsot hacen pensar que está viviendo tranquilamente en Singapur. Y se presume que parte del dinero que estafó lo tenía y tiene a buen recaudo: durante ocho años percibió ingresos de entre 10 y 26 millones de dólares por año, es decir muy lejos de lo que se vio obligado a desembolsar en abogados, multas, costas y rembolsos. ¿Debe concluirse que los malos duermen bien como este caso hace presumir? A la sombra de las obras de arte que mencioné al principio tuve comoquiera un pensamiento en ese sentido.

1.         Pablo Picasso, Masterprints. Galérie Jean François-Cazeau, 8 rue Sainte Anastase, París. Hasta el 23 de diciembre

2.         Éditions Michel Lafon, París

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